sábado, 25 de mayo de 2013

El 15-M y los partidos políticos Es evidente que significó un revulsivo capaz de movilizar políticamente a la juventud, hasta entonces desafecta



15-M ha sido intermitente durante estos dos años, pero ello se debe a que el movimiento se ha desplegado en diversas acepciones y reivindicaciones: DRY, PAH, preferentistas, mareas de distintos colores, especialmente las mareas blanca y verde en defensa de la sanidad y educación públicas, las plataformas sociales contra la crisis, la lucha contra la corrupción y los recortes, etc. Pero, sin duda ninguna, el origen y el tronco común de todas esas reivindicaciones es el mismo. Es evidente que el 15-M significó un revulsivo capaz de movilizar políticamente a la juventud, hasta entonces desafectos. Es el desplazamiento de las reivindicaciones políticas a la calle desde los escenarios tradicionales de los partidos y el Parlamento. Es un grito contra le democracia secuestrada y elitista. Es una apuesta por la participación política real. Y en cuanto a consecuencias o logros, ha habido más de lo que a simple vista parece. En estos momentos, la agenda política española está marcada por Europa y la crisis por un lado, y por el 15-M y sus epifenómenos, por el otro. Además, han dejado sin espacio público cualquier tentación fascista, que sí han surgido en otros países de nuestro entorno. Aunque también es cierto que esa deriva está bien cubierta por la parte más derechista del PP. El 15-M no obedece al esquema izquierda-derecha, sino que es el cuestionamiento de la propia democracia, de su calidad democrática. Por eso no es un partido ni debe caer en la provocación de la derecha de convertirse en un partido. Su balance es más espiritual que material. Su diagnóstico es básicamente correcto. Quizás el grito más radical y representativo del 15-M sea el de "no nos representan". Ello da lugar a interpretaciones interesadas por parte del sistema consolidado, tildándolos de antisistema y nihilistas. Lo que no es cierto. La derecha española teme al 15-M (de ahí su nerviosismo y agresividad) y la izquierda también le teme como competidor de un espacio que creía monopolísticamente suyo. El temor de la derecha es lógico, pues el 15-M constituye su frente político más radical. Sin embargo, el temor de la izquierda no parece tan lógico pues ambos están en la misma dirección teórica aunque con estrategias y prácticas distintas. Mientras el 15-M permite visualizar la crítica política de una manera nueva, los partidos de izquierda dudan sobre dónde situarse y lo ven como un intruso competidor. Conviene recordar que cuando muchos de los dirigentes políticos actuales eran jóvenes, la calle era su escenario favorito y el lugar donde se fraguó el dinamismo imparable de la transición política española que dio origen a la estructura institucional actual. Han pasado más de treinta años y el anquilosamiento de tal estructura es evidente. El 15-M no es ni más ni menos que la renovación de esa energía de los años setenta. Para poder observar el panorama completo, hay que distanciarse de lo sensorial inmediato y elevarse a los conceptos. Por esquematizarlo de alguna manera, el 15-M es la razón y los partidos políticos son la organización y la estructura. Al primero no se le puede discutir su razón en mucho de lo que dice y reivindica. Se pueden matizar algunos aspectos y formalidades, pero su diagnóstico es básicamente correcto: su lucha contra la corrupción, su denuncia de la deficiente representatividad institucional y política, en definitiva, su llamada a la regeneración democrática. Lo que tienen que hacer los partidos de izquierda, especialmente PSOE e IU, es recoger, humilde y agradecidamente, las propuestas, y sobre todo el espíritu, del 15-M y traducirlo políticamente, sin trampas ni enmascaramientos. Lo que implicaría un cambio radical en el funcionamiento interno de los partidos y un replanteamiento de su función pública. Este sería el gran éxito del 15-M: haber servido para la dinamización y puesta al día de los anquilosados partidos políticos de izquierda. Podrían empezar los propios partidos por retirar oropeles trasnochados, coches superfluos, dietas inmorales, escoltas innecesarios, y convertirse en ciudadanos que ostentan el impagable honor de trabajar por la sociedad. Nada más y nada menos. Este "aprovechamiento" del espíritu del 15-M por parte de los partidos es la única manera de aprovechar tanta energía y generosidad de los movimientos sociales. De lo contrario, todo se diluirá y quedará en una bonita historia. Pero ni los partidos se habrán renovado ni los movimientos sociales habrán perdurado. Profesor de filosofía

sábado, 11 de mayo de 2013

Un cambio de perspectiva para la crisis La palabra crisis se ha convertido en una entelequia que justifica todo y su contrario, con discursos vacíos


Hay una máxima conocida y repetida en varias disciplinas del saber: cuando un problema no tiene solución tras múltiples intentos, solo queda una opción, cambiar la perspectiva desde la que se analiza el problema. Solo así hay posibilidades de resolverlo. Aplíquese a la situación actual. La multicrisis que nos envuelve no tiene solución con los remedios convencionales aplicados hasta ahora. Ni económicos, ni políticos, ni legales. Hoy hace justamente tres años del bandazo que Zapatero dio tras la amenaza que Bruselas le dictó. El doce de mayo de 2010 comunicó en el Congreso de los Diputados la nueva práctica político-económica que España iba a inaugurar. La cara de los propios diputados socialistas, incluso de sus ministros, era la propia de quien no sabía nada de lo que estaba hablando el presidente. Lo cuenta bien Ekaizer en su librito Indecentes. Comenzaba la época de austeridad en la que estamos instalados. Los retrocesos que desde entonces hemos sufrido no son los coyunturales típicos de una crisis cíclica, sino que, al ser sistémica, afectan a aspectos clave de nuestra vida: el empleo, la vivienda, el poder adquisitivo, la protección social y la propia democracia. Y hay un temor mayor: que el retroceso sea irreversible. Zapatero instauró una práctica de gobierno sin contar con la voluntad ciudadana. La nueva política no era ni la de su ideología ni la de su programa ni la voluntad de la sociedad española. Como consecuencia del bandazo, el PSOE perdió estrepitosamente las elecciones de 2011 y apareció un programa salvador, el del PP, que manifestaba que con su sola presencia en el gobierno daría la suficiente confianza a los mercados y a Europa como para remontar la situación. Resultado final: el PP ganó con mayoría absoluta y vamos cada día peor, mucho peor. Y lo que es más significativo: la nueva realidad ha transformado la percepción de los españoles. Ahora, la resignación y la depresión intelectual son moneda corriente en nuestra pasiva cotidianeidad. No hay esperanza. Llevamos ya tres años de crisis formal y aceptada, y varios más de crisis larvada no aceptada. La palabra crisis se ha convertido en una entelequia que justifica todo y su contrario, que configura discursos vacíos que no aguantan ni dos días. Es como una palabra totem que nos recuerda nuestra mala conducta y la justicia de los castigos que los dioses nos han infligido. Solo nos queda aguantar resignados hasta que la voluntad divina se apiade de nosotros y volvamos a ser gratos a sus ojos. Sabíamos que la organización social era algo complejo y complicado, pero volver al fatum religioso es ya demasiado. Recomendaría releer a Freud en Totem y tabú y observaríamos cómo los totem y los tabúes son inventados por los poderes fácticos del momento, con un relato metafísico envolvente. Sin embargo, hay un parámetro muy potente que debe primar en la solución de lo que (nos) sucede. Me refiero a la mente humana. No hay situación por negativa que sea que no tenga solución desde la creatividad humana. Pero para que la mente humana construya soluciones válidas universalmente hace falta que instancias ejecutivas de ámbito mundial tomen las decisiones pertinentes y obligatorias para todos los países. En los últimos tiempos, al menos desde la Ilustración de Kant hasta la prodigiosa década de 1960 (Marcuse: El final de la utopía, Eros y civilización), las grandes narrativas habían sustentado el edificio de la modernidad y sus ideologías emancipadoras. Actualmente, desde 1989, la desactivación del talante crítico, el relevo de la ética del ser por la del tener, el consumismo de la trivialidad o la sustitución de fuertes ideologías por islotes ideológicos (feministas, ecologistas, identitarios), han creado el mejor caldo de cultivo para que el mayor monopolio capitalista que ha existido campe por sus fueros. Tenemos que ser capaces de elaborar, desde una nueva perspectiva, una potente narrativa capaz de dar un sentido humano y solidario a una globalización económica que se nos escapa y fagocita cualquier resistencia sectorial. Tras el fracaso de la evanescente posmodernidad y su pensamiento débil y fragmentario, y la obsolescencia de muchas recetas caducadas, hay que construir un nuevo sistema de pensamiento que, partiendo de elementos salvables pretéritos, que los hay, marque la buena dirección en el caos organizado desde las potentes plataformas fácticas. La elaboración de un nuevo contrato social intergeneracional, con una manera más sostenible de vivir, de producir y de consumir, podría ser un marco idóneo de referencia para esta nueva síntesis de futuro. Profesor de Filosofía