Septiembre de
2014. La mayoría política parlamentaria de Cataluña dice ser independentista y pretende
que, incumpliendo la legalidad vigente española, la sociedad catalana vote si
quiere o no ser un Estado independiente. Estos mismos políticos catalanes
llevan cuatro años eludiendo sus obligaciones en combatir la crisis con el
señuelo independentista como solución mágica para todo. El gobierno catalán no
ha ejercido la función de gobernar en estos cuatro años y su mayor caudal de
energía lo ha dedicado a destruir el Estado de bienestar de los catalanes
Y por si esto
fuera poco, el alma del soberanismo catalán, Jordi Pujol, se confiesa
corrupto personalmente, familiarmente y políticamente. Lo que significa que han
sido 23 años de corrupción y robo estructural y planificado por parte de los
patriotas catalanes, especialmente por parte del “padre de la patria catalana”:
Jordi Pujol i Soley. Cataluña se ha descapitalizado en todas sus dimensiones:
económica, política y moral. Su grito patriótico de “Madrid nos roba” es
patético, pues solo ha servido para justificar su durísima política de derechas
en contra de los derechos sociales y laborales conseguidos a lo largo de muchos
años. La reivindicación independentista ha sido un sucedáneo deformador de la
realidad empobrecedora de Cataluña y silenciador de protestas y
reivindicaciones sociales.
Y como nota final
en esta descripción de la realidad y de este engaño al pueblo catalán, sostengo
que los impulsores del proceso independentista han sabido en todo momento que
el 9-N de 2014 no habría consulta. Todo habrá sido una farsa teatral y
total(itaria). Pero el desastre está servido, especialmente en forma de
fractura social difícil de recomponer. Mucho habría que decir también del resto
de la Cataluña dirigente (políticos, empresarios, banqueros, intelectuales,
iglesia, periodistas…), que sabían y callaban.
De alguna
manera, el embrión de esta tendencia separatista está en la sentencia del
Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña y el uso demagógico que
los catalanistas-soberanistas-independentistas han hecho de la sentencia
(efecto buscado), empezando por la astucia tramposa de Maragall y
complementada por la irresponsabilidad culpable de Zapatero, y la
ambición electoral de ambos. Como dice Eliseo Aja, los autores intelectuales del Estatuto pretendían como
aspecto fundamental “blindar las competencias” de la Generalitat frente a las
hipotéticas vulneraciones por parte del Estado español. La liturgia victimista
catalana comenzó en ese momento. Todo lo anterior había sido puro mercantilismo
de Pujol.
Tras
la descripción de la Cataluña nacionalista, y al margen del uso y abuso del
magma independentista, podemos destacar dos hechos objetivos: 1) La estructura
territorial de la Constitución de 1978 es actualmente insuficiente para
responder a los problemas que el Estado español tiene en la actualidad. 2) En
Euskadi y Cataluña, crece un movimiento independentista que pone en grave
riesgo la unidad del Estado, con consecuencias nefastas para todos. Parecen dos
argumentos suficientes para que todas las fuerzas políticas españolas trabajen
por un consenso para modificar la Constitución en un sentido federal. Una
España federal en una Europa federal sería un magnífico escenario para la
regeneración democrática que la sociedad exige y necesita.
Ahora bien, el federalismo es algo igualitario y
solidario por definición, además de constituir un proceso largo en el tiempo y
muy complejo técnicamente. Lo del federalismo asimétrico no deja de ser una
trampa saducea. Reconocer identidades diversas en España no supone otorgar
privilegios a nadie. La lealtad y la cooperación recíprocas son exigencias
fundamentales para todas las autonomías en una estructura federal. Lo mismo que
la claridad competencial, una financiación justa y equilibrada y la
corresponsabilidad fiscal. Sería también un momento idóneo para replantearse
los conciertos vasco y navarro, especialmente en lo concerniente a los cupos
económicos entre el Gobierno de España y los gobiernos autonómicos de Euskadi y
Navarra, que suponen un agravio para el resto de España.
En definitiva, los dirigentes independentistas
catalanes, imbuidos por un complejo de superioridad sin argumento social ni
histórico de ningún tipo y contra toda lógica europea y contemporánea,
pretenden mangonear su “pequeño país” a favor de la burguesía catalana, siempre
insolidaria con España y Cataluña. La nostalgia me lleva a recordar aquella
Barcelona cosmopolita del tardofranquismo y la Transición, auténtica ventana
abierta a la modernidad europea y punta de lanza de la España cultural y
vanguardista en pleno desierto de la dictadura. Hoy, Barcelona es más
pueblerina y más pobre políticamente.
Mariano
Berges, profesor de filosofía