sábado, 27 de septiembre de 2014

EL NACIONALISMO ESENCIALISTA DE CATALUÑA

Septiembre de 2014. La mayoría política parlamentaria de Cataluña dice ser independentista y pretende que, incumpliendo la legalidad vigente española, la sociedad catalana vote si quiere o no ser un Estado independiente. Estos mismos políticos catalanes llevan cuatro años eludiendo sus obligaciones en combatir la crisis con el señuelo independentista como solución mágica para todo. El gobierno catalán no ha ejercido la función de gobernar en estos cuatro años y su mayor caudal de energía lo ha dedicado a destruir el Estado de bienestar de los catalanes
Y por si esto fuera poco, el alma del soberanismo catalán, Jordi Pujol, se confiesa corrupto personalmente, familiarmente y políticamente. Lo que significa que han sido 23 años de corrupción y robo estructural y planificado por parte de los patriotas catalanes, especialmente por parte del “padre de la patria catalana”: Jordi Pujol i Soley. Cataluña se ha descapitalizado en todas sus dimensiones: económica, política y moral. Su grito patriótico de “Madrid nos roba” es patético, pues solo ha servido para justificar su durísima política de derechas en contra de los derechos sociales y laborales conseguidos a lo largo de muchos años. La reivindicación independentista ha sido un sucedáneo deformador de la realidad empobrecedora de Cataluña y silenciador de protestas y reivindicaciones sociales.
Y como nota final en esta descripción de la realidad y de este engaño al pueblo catalán, sostengo que los impulsores del proceso independentista han sabido en todo momento que el 9-N de 2014 no habría consulta. Todo habrá sido una farsa teatral y total(itaria). Pero el desastre está servido, especialmente en forma de fractura social difícil de recomponer. Mucho habría que decir también del resto de la Cataluña dirigente (políticos, empresarios, banqueros, intelectuales, iglesia, periodistas…), que sabían y callaban.
De alguna manera, el embrión de esta tendencia separatista está en la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña y el uso demagógico que los catalanistas-soberanistas-independentistas han hecho de la sentencia (efecto buscado), empezando por la astucia tramposa de Maragall y complementada por la irresponsabilidad culpable de Zapatero, y la ambición electoral de ambos. Como dice Eliseo Aja, los autores intelectuales del Estatuto pretendían como aspecto fundamental “blindar las competencias” de la Generalitat frente a las hipotéticas vulneraciones por parte del Estado español. La liturgia victimista catalana comenzó en ese momento. Todo lo anterior había sido puro mercantilismo de Pujol.

Tras la descripción de la Cataluña nacionalista, y al margen del uso y abuso del magma independentista, podemos destacar dos hechos objetivos: 1) La estructura territorial de la Constitución de 1978 es actualmente insuficiente para responder a los problemas que el Estado español tiene en la actualidad. 2) En Euskadi y Cataluña, crece un movimiento independentista que pone en grave riesgo la unidad del Estado, con consecuencias nefastas para todos. Parecen dos argumentos suficientes para que todas las fuerzas políticas españolas trabajen por un consenso para modificar la Constitución en un sentido federal. Una España federal en una Europa federal sería un magnífico escenario para la regeneración democrática que la sociedad exige y necesita.

Ahora bien, el federalismo es algo igualitario y solidario por definición, además de constituir un proceso largo en el tiempo y muy complejo técnicamente. Lo del federalismo asimétrico no deja de ser una trampa saducea. Reconocer identidades diversas en España no supone otorgar privilegios a nadie. La lealtad y la cooperación recíprocas son exigencias fundamentales para todas las autonomías en una estructura federal. Lo mismo que la claridad competencial, una financiación justa y equilibrada y la corresponsabilidad fiscal. Sería también un momento idóneo para replantearse los conciertos vasco y navarro, especialmente en lo concerniente a los cupos económicos entre el Gobierno de España y los gobiernos autonómicos de Euskadi y Navarra, que suponen un agravio para el resto de España.

En definitiva, los dirigentes independentistas catalanes, imbuidos por un complejo de superioridad sin argumento social ni histórico de ningún tipo y contra toda lógica europea y contemporánea, pretenden mangonear su “pequeño país” a favor de la burguesía catalana, siempre insolidaria con España y Cataluña. La nostalgia me lleva a recordar aquella Barcelona cosmopolita del tardofranquismo y la Transición, auténtica ventana abierta a la modernidad europea y punta de lanza de la España cultural y vanguardista en pleno desierto de la dictadura. Hoy, Barcelona es más pueblerina y más pobre políticamente.

Mariano Berges, profesor de filosofía


sábado, 13 de septiembre de 2014

SALIR DE LA CRISIS

Han pasado solo tres meses y medio desde las últimas elecciones europeas pero parece que ha transcurrido mucho más tiempo. Es lo que pasa con los terremotos: cambian tanto el paisaje que parece fruto no de un instante sino de una secuencia temporal mucho mayor. Si a ello unimos que las elecciones europeas fueron, como era de temer, en clave nacional, hemos cometido dos errores: primero y principal, volvernos a olvidar de Europa (referencia y solución para España); segundo, extrapolar las consecuencias y los miedos a escenarios nacionales.
Tras las elecciones, el gobierno español está continuamente creando relatos esperanzadores, que se centran fundamentalmente en la mejora de los datos macroeconómicos, fruto de la economía especulativa. El modelo vigente de economía (¿qué fue del cambio de modelo productivo?), más la falta de respuesta política trae las consecuencias ya conocidas: paro, pobreza, y desigualdad. Estamos cerrando la crisis en falso, lo que nos conducirá a un empeoramiento de la situación.
Estamos metidos en un círculo vicioso, manejando conceptos periclitados y, sobre todo, carentes de una perspectiva nueva que encare los nuevos retos, que no son solo españoles sino, sobre todo, europeos. Los partidos políticos españoles todavía no se han integrado en la perspectiva europea. Todo lo traducen en clave nacional (perspectiva vieja e inservible). Pero lo más grave es que Europa en su conjunto tampoco se ha situado en la nueva perspectiva. Sus dirigentes se han dedicado durante estos tres meses y medio al mero ejercicio burocrático de sus nombramientos de recambio en la estructura de poder, con los únicos criterios de sus intereses partidistas y personales. Hasta ahora nada se ha dicho de los 28 millones de parados europeos ni se ha hablado de inversiones productivas. Solo se oye hablar de bonos y de bolsa. El BCE es la auténtica autoridad europea. La Comisión y, más aún, el Parlamento europeos siguen de testigos mudos.
Conclusión: estamos aún y seguimos caminando por una economía especulativa, ante la mirada pasiva de una ciudadanía cada vez más desesperanzada. Lo que nos conduce a una política populista y coyuntural, tanto en clave electoral (obsesión por lo nuevo) como en clave interior de los propios partidos (cambio de caras y… ¿algo más?).
Si la política europea y española no cambian su vieja perspectiva (economía especulativa, malestar social y populismo político), el escenario actual es muy parecido al de la Europa de los años veinte y treinta del siglo anterior y sus consecuencias fascistas guerreras.
Podemos reconocer la gravedad de la crisis pero sin perder los principios éticos de la buena política. Un sistema político democrático no se diluye por reducir su PIB pero sí se resiente por una creciente desigualdad y pobreza social. Si los bajos salarios, el paro y los recortes sociales siguen existiendo, y aún creciendo, la desigualdad irá aumentando. Y una desigualdad creciente actúa como un óxido corrosivo en la estabilidad social. Si a ello añadimos la ausencia de una fiscalidad justa y progresista, el círculo vicioso inoperante y peligroso podría explotar. El círculo es vicioso porque la crisis lleva a la desigualdad y la desigualdad mantiene y acrecienta la crisis. Intentamos paliarla con un mayor endeudamiento. Ya hemos llegado al billón de euros. Nuestra deuda española es técnicamente impagable. Estamos peor que en 2008. No hemos aprendido nada.
¿Cabe alguna esperanza o alternativa? Me sirvo de una referencia histórico-científica. Hasta Galileo la ciencia no avanzó realmente. Y lo que fundamentalmente hizo Galileo fue interrelacionar la física con la matemática, que hasta entonces se habían desarrollado por separado y, por lo tanto, especulativamente. “La naturaleza hay que leerla en clave matemática”, decía Galileo. Pues bien, algo parecido sucede con la economía y la política. Ambas tienen que integrarse en una misma visión y perspectiva. No pueden andar hipotecándose mutuamente, sino que ambas forman parte de un mismo proceso y dirección. Es una misma lógica la que tiene que guiar a las dos. Cuando hablamos de armonizar austeridad (hermosa palabra demonizada con la crisis) y crecimiento, estamos hablando de esto. Hablemos menos de riqueza económica y más de desarrollo humano. El declive del Estado de bienestar no conlleva la liquidación del Estado social de derecho, del cual procede, pero nos obliga a aclarar qué tipo de Estado social queremos para nuestros hijos. Estamos obligados a la elaboración y realización de un nuevo pacto social con las próximas generaciones. Con realismo, equidad y solidaridad. Y con urgencia.
Mariano Berges, profesor de filosofía