sábado, 13 de septiembre de 2014

SALIR DE LA CRISIS

Han pasado solo tres meses y medio desde las últimas elecciones europeas pero parece que ha transcurrido mucho más tiempo. Es lo que pasa con los terremotos: cambian tanto el paisaje que parece fruto no de un instante sino de una secuencia temporal mucho mayor. Si a ello unimos que las elecciones europeas fueron, como era de temer, en clave nacional, hemos cometido dos errores: primero y principal, volvernos a olvidar de Europa (referencia y solución para España); segundo, extrapolar las consecuencias y los miedos a escenarios nacionales.
Tras las elecciones, el gobierno español está continuamente creando relatos esperanzadores, que se centran fundamentalmente en la mejora de los datos macroeconómicos, fruto de la economía especulativa. El modelo vigente de economía (¿qué fue del cambio de modelo productivo?), más la falta de respuesta política trae las consecuencias ya conocidas: paro, pobreza, y desigualdad. Estamos cerrando la crisis en falso, lo que nos conducirá a un empeoramiento de la situación.
Estamos metidos en un círculo vicioso, manejando conceptos periclitados y, sobre todo, carentes de una perspectiva nueva que encare los nuevos retos, que no son solo españoles sino, sobre todo, europeos. Los partidos políticos españoles todavía no se han integrado en la perspectiva europea. Todo lo traducen en clave nacional (perspectiva vieja e inservible). Pero lo más grave es que Europa en su conjunto tampoco se ha situado en la nueva perspectiva. Sus dirigentes se han dedicado durante estos tres meses y medio al mero ejercicio burocrático de sus nombramientos de recambio en la estructura de poder, con los únicos criterios de sus intereses partidistas y personales. Hasta ahora nada se ha dicho de los 28 millones de parados europeos ni se ha hablado de inversiones productivas. Solo se oye hablar de bonos y de bolsa. El BCE es la auténtica autoridad europea. La Comisión y, más aún, el Parlamento europeos siguen de testigos mudos.
Conclusión: estamos aún y seguimos caminando por una economía especulativa, ante la mirada pasiva de una ciudadanía cada vez más desesperanzada. Lo que nos conduce a una política populista y coyuntural, tanto en clave electoral (obsesión por lo nuevo) como en clave interior de los propios partidos (cambio de caras y… ¿algo más?).
Si la política europea y española no cambian su vieja perspectiva (economía especulativa, malestar social y populismo político), el escenario actual es muy parecido al de la Europa de los años veinte y treinta del siglo anterior y sus consecuencias fascistas guerreras.
Podemos reconocer la gravedad de la crisis pero sin perder los principios éticos de la buena política. Un sistema político democrático no se diluye por reducir su PIB pero sí se resiente por una creciente desigualdad y pobreza social. Si los bajos salarios, el paro y los recortes sociales siguen existiendo, y aún creciendo, la desigualdad irá aumentando. Y una desigualdad creciente actúa como un óxido corrosivo en la estabilidad social. Si a ello añadimos la ausencia de una fiscalidad justa y progresista, el círculo vicioso inoperante y peligroso podría explotar. El círculo es vicioso porque la crisis lleva a la desigualdad y la desigualdad mantiene y acrecienta la crisis. Intentamos paliarla con un mayor endeudamiento. Ya hemos llegado al billón de euros. Nuestra deuda española es técnicamente impagable. Estamos peor que en 2008. No hemos aprendido nada.
¿Cabe alguna esperanza o alternativa? Me sirvo de una referencia histórico-científica. Hasta Galileo la ciencia no avanzó realmente. Y lo que fundamentalmente hizo Galileo fue interrelacionar la física con la matemática, que hasta entonces se habían desarrollado por separado y, por lo tanto, especulativamente. “La naturaleza hay que leerla en clave matemática”, decía Galileo. Pues bien, algo parecido sucede con la economía y la política. Ambas tienen que integrarse en una misma visión y perspectiva. No pueden andar hipotecándose mutuamente, sino que ambas forman parte de un mismo proceso y dirección. Es una misma lógica la que tiene que guiar a las dos. Cuando hablamos de armonizar austeridad (hermosa palabra demonizada con la crisis) y crecimiento, estamos hablando de esto. Hablemos menos de riqueza económica y más de desarrollo humano. El declive del Estado de bienestar no conlleva la liquidación del Estado social de derecho, del cual procede, pero nos obliga a aclarar qué tipo de Estado social queremos para nuestros hijos. Estamos obligados a la elaboración y realización de un nuevo pacto social con las próximas generaciones. Con realismo, equidad y solidaridad. Y con urgencia.
Mariano Berges, profesor de filosofía


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