Han pasado solo tres meses y
medio desde las últimas elecciones europeas pero parece que ha transcurrido
mucho más tiempo. Es lo que pasa con los terremotos: cambian tanto el paisaje
que parece fruto no de un instante sino de una secuencia temporal mucho mayor.
Si a ello unimos que las elecciones europeas fueron, como era de temer, en
clave nacional, hemos cometido dos errores: primero y principal, volvernos a
olvidar de Europa (referencia y solución para España); segundo, extrapolar las
consecuencias y los miedos a escenarios nacionales.
Tras las elecciones, el
gobierno español está continuamente creando relatos esperanzadores, que se
centran fundamentalmente en la mejora de los datos macroeconómicos, fruto de la
economía especulativa. El modelo vigente de economía (¿qué fue del cambio de
modelo productivo?), más la falta de respuesta política trae las consecuencias
ya conocidas: paro, pobreza, y desigualdad. Estamos cerrando la crisis en
falso, lo que nos conducirá a un empeoramiento de la situación.
Estamos metidos en un círculo
vicioso, manejando conceptos periclitados y, sobre todo, carentes de una
perspectiva nueva que encare los nuevos retos, que no son solo españoles sino,
sobre todo, europeos. Los partidos políticos españoles todavía no se han
integrado en la perspectiva europea. Todo lo traducen en clave nacional
(perspectiva vieja e inservible). Pero lo más grave es que Europa en su
conjunto tampoco se ha situado en la nueva perspectiva. Sus dirigentes se han
dedicado durante estos tres meses y medio al mero ejercicio burocrático de sus
nombramientos de recambio en la estructura de poder, con los únicos criterios
de sus intereses partidistas y personales. Hasta ahora nada se ha dicho de los
28 millones de parados europeos ni se ha hablado de inversiones productivas.
Solo se oye hablar de bonos y de bolsa. El BCE es la auténtica autoridad
europea. La Comisión y, más aún, el Parlamento europeos siguen de testigos
mudos.
Conclusión: estamos aún y
seguimos caminando por una economía especulativa, ante la mirada pasiva de una
ciudadanía cada vez más desesperanzada. Lo que nos conduce a una política
populista y coyuntural, tanto en clave electoral (obsesión por lo nuevo) como
en clave interior de los propios partidos (cambio de caras y… ¿algo más?).
Si la política europea y
española no cambian su vieja perspectiva (economía especulativa, malestar
social y populismo político), el escenario actual es muy parecido al de la
Europa de los años veinte y treinta del siglo anterior y sus consecuencias
fascistas guerreras.
Podemos reconocer la gravedad
de la crisis pero sin perder los principios éticos de la buena política. Un
sistema político democrático no se diluye por reducir su PIB pero sí se
resiente por una creciente desigualdad y pobreza social. Si los bajos salarios,
el paro y los recortes sociales siguen existiendo, y aún creciendo, la
desigualdad irá aumentando. Y una desigualdad creciente actúa como un óxido
corrosivo en la estabilidad social. Si a ello añadimos la ausencia de una
fiscalidad justa y progresista, el círculo vicioso inoperante y peligroso
podría explotar. El círculo es vicioso porque la crisis lleva a la desigualdad
y la desigualdad mantiene y acrecienta la crisis. Intentamos paliarla con un
mayor endeudamiento. Ya hemos llegado al billón de euros. Nuestra deuda
española es técnicamente impagable. Estamos peor que en 2008. No hemos
aprendido nada.
¿Cabe
alguna esperanza o alternativa? Me sirvo de una referencia
histórico-científica. Hasta Galileo la ciencia no avanzó realmente. Y lo que
fundamentalmente hizo Galileo fue interrelacionar la física con la matemática,
que hasta entonces se habían desarrollado por separado y, por lo tanto,
especulativamente. “La naturaleza hay que leerla en clave matemática”, decía
Galileo. Pues bien, algo parecido sucede con la economía y la política. Ambas
tienen que integrarse en una misma visión y perspectiva. No pueden andar hipotecándose
mutuamente, sino que ambas forman parte de un mismo proceso y dirección. Es una
misma lógica la que tiene que guiar a las dos. Cuando hablamos de armonizar
austeridad (hermosa palabra demonizada con la crisis) y crecimiento, estamos
hablando de esto. Hablemos menos de riqueza económica y más de desarrollo
humano. El declive del Estado de bienestar no
conlleva la liquidación del Estado social de derecho, del cual procede, pero
nos obliga a aclarar qué tipo de Estado social queremos para nuestros hijos.
Estamos obligados a la elaboración y realización de un nuevo pacto social con
las próximas generaciones. Con realismo, equidad y solidaridad. Y con urgencia.
Mariano
Berges, profesor de filosofía
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