domingo, 22 de octubre de 2017

CATALUÑA (Y ESPAÑA) EN LA ENCRUCIJADA

Escribo tras la carta de Puigdemont a Rajoy el jueves 19 a las 10 de la mañana. Aclaro este detalle porque cada momento ocurre algún hecho que modifica la percepción sobre el asunto. Desde los días 6 y 7 de septiembre en los que la mayoría independentista del Parlament, con la presidenta a la cabeza, infringieron gravemente la Constitución Española (CE) y el Estatut de Cataluña, hasta el día de hoy, los acontecimientos se suceden a una marcha vertiginosa.
Antes de nada, quisiera aclarar algo con algunos izquierdistas despistados. No es un dogma de fe, sino una humilde opinión. 1) La fuerza que se opone al independentismo catalán no es el PP ni Rajoy, sino el Estado español, a quien lo representa el gobierno legítimo y legal, elegido por la mayoría de los españoles, que en estos momentos es el gobierno presidido por Rajoy. 2) Procuremos entre todos volver a la ley y hablar, por este orden, antes de que aparezca la violencia (ya veríamos con qué intensidad) en las calles de Barcelona. Y esto no es ninguna exageración, porque ya existió Terra Lliure y en estos momentos hay quien está preparando la fiesta. 3) Todos somos conscientes de que la batalla de la comunicación, hasta ahora, dicen que la va ganando el independentismo. Ya se sabe aquello de que en dicha batalla la primera víctima suele ser la verdad. Veremos al final. Los representantes del Estado deben hacer lo que tienen que hacer, sin olvidar nunca que el Estado tiene el monopolio de la violencia. pero debe ejercerla con prudencia e inteligencia. “Charlie Hebdo”, la revista satírica francesa describe el procés como una farsa que ha generado una especie de admiración absurda en ciertos sectores de la izquierda española y europea que no son conscientes de que detrás de una palabra tan “altisonante” como la independencia “se esconden preocupaciones a veces menos nobles”.
Actualmente, ante la transgresión gravísima de la legalidad por parte de la Generalitat y el Parlament, parece que el gobierno de España va a aplicar este sábado el ya famoso artículo 155 de la CE, por el que intervendrá el autogobierno catalán y, posiblemente, convocará elecciones autonómicas en breve tiempo. A no ser que las convoque antes el President catalán. Y con un nuevo gobierno en la Generalitat ¿qué va a pasar? Posiblemente seguiremos en las mismas, aunque entonces hablaremos ya del procés-2.
Porque un nuevo gobierno en Cataluña no solucionará el conflicto. En la continua búsqueda de comparaciones con otros conflictos independentistas en el mundo (Escocia, Quebec, Kosovo, Eslovenia…) Cataluña se parece cada día más al Ulster, que se hizo eterno y finalizó por extinción. El enquistamiento del problema va para lejos y la solución no se atisba por ningún lado, ya que las posturas son claramente irreconciliables. Los que piden diálogo, encaje de Cataluña en la CE o referéndum pactado, son perfectamente conscientes de la imposibilidad de tales soluciones, y que la “conllevancia” de España con Cataluña, que ya Ortega y Azaña predijeron, tiene toda la pinta de ser muy duradera. ¿Que en qué consiste la conllevancia? En aguantarse mutuamente. Posiblemente sea un problema que solo se arreglará con el paso del tiempo y con el cambio de paradigma político: cuando el nacionalismo pase a ser un concepto y una realidad trasnochados desde una perspectiva europea moderna y progresista. Tranquilos que falta mucho. Fuera urgencias e histerias. Fuera iluminados y mártires de pacotilla. Que reaparezca la razón política y el concepto de Estado regulador, con equidad y solidaridad. Al final habremos descubierto el Mediterráneo.
Qué casualidad que sean siempre las regiones más ricas las que exigen la independencia (en España, Cataluña y Euskadi; en Italia, la Liga Norte…), haciendo tabla rasa del esfuerzo solidario de otras regiones que, a través de la mano de obra emigrante y de las inversiones seleccionadas y teledirigidas por el Estado, han operado discriminadamente en su favor. Y aún se quejan de que su fiscalidad es más gravosa en sus regiones que en otras, sin percatarse de que la fiscalidad es sobre los ciudadanos y no sobre los territorios. Lógicamente, si sus ciudadanos son más ricos, individual y conjuntamente pagan más a Hacienda. ¡Qué suerte!
Y una vez que aparquemos (provisionalmente) la cuestión que nos ha quitado el sueño en los últimos meses, volvamos a hablar de lo realmente importante: relanzamiento del mercado laboral de calidad, sueldos dignos, pensiones dignas, regeneración institucional… En definitiva, volvamos a la realidad que nunca debimos abandonar y que nos hace añorar los años anteriores a 2008, en los que nos aburría la política. Tras el empacho de tanta emoción catalanista y españolista, estamos extenuados y necesitamos un largo reposo de aburrida normalidad democrática y de vivir el discreto encanto de la cotidianeidad democrática.    Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 7 de octubre de 2017

CATALUÑA: EMOCIÓN FRENTE A RAZÓN



Aunque hartos, hay que volver a hablar de Cataluña, incluso dejando de lado las elecciones primarias para Secretario General que mañana domingo celebra el PSOE en Aragón. Yo creo haber cumplido avalando hace días y votando mañana a Javier Lambán. Y lo hago sin argumentos geoestratégicos, simplemente porque es el dirigente más capaz y porque, además, es mi amigo. De geoestrategia socialista deberíamos hablar más adelante.

Y pasamos a Cataluña. Ya pasó el 1-O. La gran eclosión nacionalista catalana tuvo lugar este último domingo. Los dirigentes catalanes, una vez más, lanzaron a sus mesnadas a la calle y los dirigentes españoles, una vez más también, llegaron tarde a la contención del folklore callejero. Emoción catalana frente a razón estatal. Hoy, en una sociedad del espectáculo (cfr. Debord), mandan los sentimientos y las emociones y falla, por falta de discurso, la razón de Estado. Así nos va.
Finalizado el paripé del pseudoreferendum y a la espera de la pseusoindependencia de la república catalana, se nos va a quedar una cara de haba que no habrá espejo que nos devuelva la imagen. Muchos análisis y comentarios de estos días post van en la misma dirección: que los catalanes tienen derecho a autodeterminarse y que las fuerzas de seguridad del Estado son unos cafres. Yo creo que ninguna de las dos afirmaciones es cierta. Los catalanes, repito una vez más, no tienen derecho a un referéndum de autodeterminación porque la Constitución, su propio Estatuto y el código penal español lo prohíben. Y quien procura, posibilita o realiza actos inconstitucionales es un delincuente. Y las fuerzas de seguridad se autorreprimieron claramente en su cometido. Añádase el boicot de los Mossos y la gran falacia de los 800 heridos.
Otra cosa distinta es bajar al terreno de la presión política, de la calle como escenario de la política en vez del parlamento, que es lo propio en una democracia representativa y de un Estado de Derecho. Si la cuestión catalana, en estos momentos, está en la calle, y solo en la calle, es que hay un grave problema. Y este gran problema no tiene solo una solución legal sino que también debe tener solución política. Aunque sin engañarnos: primero la legal; luego, hablar. Hasta ahí todos o casi todos estaríamos de acuerdo. Pero mientras llega la doble solución legal y política, ¿qué hacemos?
“Más diálogo” gritan todos. De acuerdo. Pero diálogo dentro de la ley. Solo se puede dialogar dentro de la ley, aunque sea para modificar la ley, y hacer que lo que ayer era ilegal hoy es legal. Pero en ningún momento puede haber un vacío legal porque entonces el Estado desaparece. Y si el Estado desaparece no hay democracia y si no hay democracia no hay libertad ni ciudadanos que la ejerzan.  
No hay que confundir el Estado con el gobierno concreto de un momento concreto. Los gobiernos pasan y el Estado permanece. Lo que hace falta son políticos de Estado, pensar en los intereses del Estado y en el buen funcionamiento de las instituciones del Estado. Si todo esto existe y si el Estado es fuerte, los ciudadanos más vulnerables de nuestra sociedad tienen posibilidades de salvarse. De lo contrario, lo que hay es una selva, y ahí son los animales más fuertes los que sobreviven.
En la cuestión de Cataluña ni los dirigentes catalanes ni los representantes del Estado español han estado acertados. Pero hay una diferencia sustancial: Puigdemont y sus socios son  unos delincuentes que han ejecutado un golpe de estado, mientras Rajoy y los suyos son, nos gusten o no, los representantes legítimos del Estado español. Por lo tanto, solo hay un camino: volvamos todos al redil legal y pongámonos a hablar. Por este orden y sin chantajes callejeros. Y al resto de los partidos políticos les debemos exigir lealtad constitucional y política. Me parece una obscenidad intentar sacar rentabilidad política del gravísimo asunto de la pseudoindependencia catalana. La ambigüedad en política se suele pagar muy cara. Y si no que se lo pregunten al PSC.

¿Qué hacer si los dirigentes catalanes declaran la independencia y no se atienen a más razones? ¿Y si hablan de diálogo pero solo sobre cómo ejecutar tal independencia? La lógica legal sería imputar y detener a los causantes del tal desaguisado. La lógica política quizás nos aconsejaría, sin obviar la lógica legal, configurar un gobierno de concentración constitucionalista que ponga orden y formule un calendario con la hoja de ruta a seguir en la reforma constitucional respecto al modelo territorial de España. Esto serenaría la situación y daría tiempo a repensar el Estado y sus instituciones.                                      Mariano Berges, profesor de filosofía