Escribo tras la carta
de Puigdemont a Rajoy el jueves 19 a las 10 de la mañana. Aclaro este detalle
porque cada momento ocurre algún hecho que modifica la percepción sobre el asunto.
Desde los días 6 y 7 de septiembre en los que la mayoría independentista del
Parlament, con la presidenta a la cabeza, infringieron gravemente la
Constitución Española (CE) y el Estatut de Cataluña, hasta el día de hoy, los
acontecimientos se suceden a una marcha vertiginosa.
Antes de nada, quisiera
aclarar algo con algunos izquierdistas despistados. No es un dogma de fe, sino
una humilde opinión. 1) La fuerza que se opone al independentismo catalán no es
el PP ni Rajoy, sino el Estado español, a quien lo representa el gobierno
legítimo y legal, elegido por la mayoría de los españoles, que en estos
momentos es el gobierno presidido por Rajoy. 2) Procuremos entre todos volver a
la ley y hablar, por este orden, antes de que aparezca la violencia (ya
veríamos con qué intensidad) en las calles de Barcelona. Y esto no es ninguna
exageración, porque ya existió Terra Lliure y en estos momentos hay quien está
preparando la fiesta. 3) Todos somos conscientes de que la batalla de la
comunicación, hasta ahora, dicen que la va ganando el independentismo. Ya se
sabe aquello de que en dicha batalla la primera víctima suele ser la verdad.
Veremos al final. Los representantes del Estado deben hacer lo que tienen que
hacer, sin olvidar nunca que el Estado tiene el monopolio de la violencia. pero
debe ejercerla con prudencia e inteligencia. “Charlie Hebdo”, la revista
satírica francesa describe el procés como una farsa que ha generado una especie de admiración
absurda en ciertos sectores de la izquierda española y europea que no son
conscientes de que detrás de una palabra tan “altisonante” como la
independencia “se esconden preocupaciones a veces menos nobles”.
Actualmente, ante la transgresión
gravísima de la legalidad por parte de la Generalitat y el Parlament, parece
que el gobierno de España va a aplicar este sábado el ya famoso artículo 155 de
la CE, por el que intervendrá el autogobierno catalán y, posiblemente,
convocará elecciones autonómicas en breve tiempo. A no ser que las convoque
antes el President catalán. Y con un nuevo gobierno en la Generalitat ¿qué va a
pasar? Posiblemente seguiremos en las mismas, aunque entonces hablaremos ya del
procés-2.
Porque un nuevo
gobierno en Cataluña no solucionará el conflicto. En la continua búsqueda de
comparaciones con otros conflictos independentistas en el mundo (Escocia,
Quebec, Kosovo, Eslovenia…) Cataluña se parece cada día más al Ulster, que se
hizo eterno y finalizó por extinción. El enquistamiento del problema va para
lejos y la solución no se atisba por ningún lado, ya que las posturas son
claramente irreconciliables. Los que piden diálogo, encaje de Cataluña en la CE
o referéndum pactado, son perfectamente conscientes de la imposibilidad de
tales soluciones, y que la “conllevancia” de España con Cataluña, que ya Ortega
y Azaña predijeron, tiene toda la pinta de ser muy duradera. ¿Que en qué
consiste la conllevancia? En aguantarse mutuamente. Posiblemente sea un
problema que solo se arreglará con el paso del tiempo y con el cambio de
paradigma político: cuando el nacionalismo pase a ser un concepto y una
realidad trasnochados desde una perspectiva europea moderna y progresista.
Tranquilos que falta mucho. Fuera urgencias e histerias. Fuera iluminados y
mártires de pacotilla. Que reaparezca la razón política y el concepto de Estado
regulador, con equidad y solidaridad. Al final habremos descubierto el
Mediterráneo.
Qué
casualidad que sean siempre las regiones más ricas las que exigen la independencia (en España, Cataluña y Euskadi; en Italia, la Liga Norte…),
haciendo tabla rasa del esfuerzo solidario de otras regiones que, a través de
la mano de obra emigrante y de las inversiones seleccionadas y teledirigidas
por el Estado, han operado discriminadamente en su favor. Y aún se quejan de
que su fiscalidad es más gravosa en sus regiones que en otras, sin percatarse
de que la fiscalidad es sobre los ciudadanos y no sobre los territorios.
Lógicamente, si sus ciudadanos son más ricos, individual y conjuntamente pagan
más a Hacienda. ¡Qué suerte!
Y
una vez que aparquemos (provisionalmente) la cuestión que nos ha quitado el
sueño en los últimos meses, volvamos a hablar de lo realmente importante:
relanzamiento del mercado laboral de calidad, sueldos dignos, pensiones dignas,
regeneración institucional… En definitiva, volvamos a la realidad que nunca
debimos abandonar y que nos hace añorar los años anteriores a 2008, en los que
nos aburría la política. Tras el empacho de tanta emoción catalanista y
españolista, estamos extenuados y necesitamos un largo reposo de aburrida
normalidad democrática y de vivir el discreto encanto de la cotidianeidad
democrática. Mariano
Berges, profesor de filosofía