lunes, 28 de abril de 2014

CREER EN EUROPA

La realidad por la que optamos se dará con mayores garantías de éxito cuanta mejor información y conocimiento se tenga de la situación. En la actual situación de crisis existen unas posibilidades concretas que se pueden transformar en realidades mejores o peores, dependiendo de las opciones que tomemos, tanto individualmente como colectivamente. En mi opinión, la opción más razonable e interesante se llama Europa.


Cuando hablamos de Europa solemos usar la palabra “gobernanza” en lugar de “gobierno” al hablar de sus dirigentes y competencias respectivas. Simplificando, la diferencia entre ambos términos estriba en que gobierno se refiere a quién decide y gobernanza más bien a cómo se decide. El primero nos habla del grupo de personas que lleva el control de una nación, mientras que el segundo se refiere a la manera como se ejerce el poder para gestionar los asuntos de esa nación. La gobernanza se plantea preguntas sobre métodos, procesos, participación, comunicación, resolución de conflictos, etc. La gobernanza tiene una dimensión cualitativa superior al gobierno.



Europa era hace unas décadas una brillante y afortunada idea que se transformó en un sólido proyecto económico-político, pero que, con la globalización mal entendida y peor ejecutada, ha ido degenerando en una sociedad dual, insolidaria y que ya no garantiza el mínimo de dignidad humana para sus ciudadanos. La crisis actual ha servido de coartada para que una Europa sin gobernanza haya consolidado ese modelo dual exterior de países ricos y países pobres, cada vez más desiguales, y, simultáneamente, otra dualidad al interior de cada país, de ciudadanos ricos y ciudadanos pobres, con una brecha de desigualdad injusta, inmoral y peligrosa.



La tesis que defiendo es que la crisis se puede y se debe aprovechar para que Europa busque una nueva legitimidad, volviendo a su proyecto de origen, y cuyo elemento clave de cambio debe ser una nueva gobernanza que mejore las Administraciones de todos los países europeos, especialmente de aquellos que tienen mayores problemas económicos y estructurales. El austericidio que la Europa del norte ha impuesto a la Europa del sur no solo no ha neutralizado las diferencias de todo tipo, sino que las ha aumentado. Y la clave no es tanto el legalismo economicista como el desigual funcionamiento de las instituciones y sus respectivas administraciones. Aunque constituya un tópico, es cierto que los países del sur son expertos en la mentira institucional, en el trapicheo estadístico, en la ingeniería financiera y en la retórica patriotera. Ya he repetido más de una vez que España no es un país serio, y que no tenemos credibilidad en nuestra rendición de cuentas a Bruselas. Estamos en manos de una casta política, empresarial y financiera para la que lo común es un concepto hueco que solo sirve como relleno de sus discursos.



Por eso España necesita ser cada día más Europa, pero una Europa con una gobernanza común, imparcial y de calidad. Solo así nuestra Administración puede generar unas instituciones cumplidoras de las leyes, eficientes, transparentes y equitativas, en definitiva, instituciones con una mayor calidad democrática. No puede ser que España, cuarta potencia económica europea, sea uno de los países con menor recaudación fiscal de la UE (causa de nuestra incapacidad económica). Este cambio es el que verdaderamente nos conducirá al crecimiento económico y a su correspondiente creación de empleo. Y no la retórica mentirosa e interesada de nuestra casta gobernante. Si la UE fuera la impulsora de esos cambios, incrementaría enormemente su popularidad y su legitimidad.



Los ciudadanos quieren algo tan sencillo como que pague más quien más tenga, que el Estado no malgaste lo recaudado y que lo redistribuya bien. Y la UE puede ser la instancia que obligue a este cambio estructural. También los países del norte estarían más dispuestos en su solidaridad si la gobernaza común europea obligara a que todos los países de la UE fueran serios y cumplidores en su rendición de cuentas. Y aquí tiene un papel importantísimo el estamento funcionarial, con su profesionalidad y su jerarquía bien entendida. Y que los políticos sean auténticos gestores del cambio. La Administración Pública española actual es una empresa sin jefes: los políticos no ejercen de directivos eficientes y los altos funcionarios no se fían de los políticos. Hay demasiada discrecionalidad en la ocupación de los puestos de responsabilidad. En cualquier caso, como diría un empresario, es la cuenta de resultados la que cuenta. Y en las AAPP la cuenta de resultados es la eficacia y eficiencia desde la óptica de una buena gobernanza.

Mariano Berges, profesor de filosofía


sábado, 12 de abril de 2014

LA VERDAD POLÍTICA

El debate político no es fácil y frecuentemente se convierte en un “diálogo de besugos” donde cada uno va a lo suyo, despreciando la estructura conversacional. John Locke decía que antes de discutir hay que acordar lo que significan los términos que vamos a usar en la discusión. Porque, de lo contrario, una misma palabra significa cosas distintas para uno y otro. Veámoslo en el ejemplo de palabras como liberal, izquierda, derecha, socialismo, igualdad, diferencia, progreso, justo, moral… y procedamos a su definición. Intentemos un debate sin prejuicios sobre la búsqueda del mejor modelo viable de sociedad para nuestro país. Realmente difícil. Incluso podríamos consensuar modelos de construcción teórica impecable que, en su materialización social, nos conducirían a realidades muy distintas.

Hay que partir de un hecho claro: estamos en un sistema de democracia representativa. Y aunque imperfecta y necesitada de renovación, nos tenemos que atener a las reglas del sistema. La verdad de cada sistema esta en su propio interior y no podemos valorarlo con las reglas de otro sistema. El núcleo duro de la democracia representativa es el hecho electoral por el que la representatividad se plasma según unas reglas que nos hemos dado. El sistema electoral también es perfectible, pero contando siempre con la representatividad proporcional de mayorías y minorías.

La división tradicional por épocas de nuestra historia no está mal trazada ni por sus características ni por los hechos históricos elegidos para representar el cambio de paradigma. Pero, a continuación, nos vemos obligados a matizar que la vida, el progreso y la verdad son conceptos muy complejos que superan los esquemas. Si moviéndonos en las grandes épocas y modelos es imposible su esquematización, y atenta contra la realidad cualquier relato con pretensión de exactitud y verdad objetiva, ¿qué puede suceder con el rabioso presente y su trepidante secuenciación de realidades, conceptos y verdades? Si nos ceñimos a los partidos políticos como grupos organizados de las distintas opciones acerca de la mejor organización social, la discusión racional entre los distintos discursos y relatos es prácticamente imposible. Pero hay que intentarlo, ya que así nos lo exige el cuerpo electoral que representa a la sociedad. ¿Dónde ponemos el criterio de verdad entre todos los relatos? Paradójicamente, y a pesar de su enorme complejidad, no es difícil: donde diga la mayoría social. Siempre ha habido un cierto vanguardismo político que “acierta” con las minorías y se equivoca con las mayorías. Las utopías y los paraísos han existido siempre. Y realmente han servido como referencias. Su peligro consiste en dogmatizarlos e imponerlos.

La razón política en una democracia representativa, nos guste o no, está en el hecho electoral, en el lado de la mayoría. Las demás opciones deberán intentar convencer de la bondad de sus relatos al cuerpo electoral. Es cierto que los medios y recursos están siempre en manos de los poderosos, pero ¿quiénes son los poderosos? En una sociedad de masas, de consumo, de libre opinión, desarrollada cibernéticamente, no hay mayor poder que la mayoría social. Lo que pasa es que el arte de la persuasión es lento y necesita de estrategia. Y liberarse de la manipulación y alienación exige formación crítica. En política no debería haber más urgencias que los derechos básicos de los ciudadanos, y no tanto quién gobierna o quién está en la oposición. Si somos coherentes y persuadimos a la mayoría social de la bondad y de verdad nuestro relato, acabarán por imponerse. ¿Cuándo? Cuando esa mayoría lo diga.

Decía Bertrand Russell que si en un momento histórico alguien inventa o descubre algo importante para la humanidad, pero la sociedad no está preparada para su comprensión, ese alguien es declarado loco o necio. Cuando la sociedad está preparada para comprender ese descubrimiento, cualquiera que lo comunique, ése y no el anterior, será tenido como el auténtico inventor. Algo semejante sucede en la política. De ahí la importancia del análisis, del tempo y de la comunicación.

Solo en una sociedad donde el respeto intelectual sea la norma y los descalificativos la excepción rechazada, habrá progreso político y eficacia institucional. La verdad y coherencia de las diversas opciones políticas radica en su praxis, no en la publicidad de sus campañas electorales. Y tendrá credibilidad quien la haya adquirido en su práctica política. Para un partido serio no debería ser urgente la ocupación del poder sino la verdad de su teoría y de su práctica. Otra cosa es que quien tenga urgencia sean los ocupadores del poder. Pero eso no es política, eso es otra cosa.


Mariano Berges, profesor de filosofía