sábado, 18 de mayo de 2019

LA GLOBALIZACIÓN Y LO IDENTITARIO EN LA POLÍTICA




La muerte de Pérez Rubalcaba, independientemente de las alabanzas a su persona (merecidas: fue un político
con autoridad intelectual y moral), permite hablar de la política como concepto y como praxis. La elaboración de proyectos colectivos, seguidos de la coherencia y la discreción, configuran cualquier política que pretenda ser respetada.
El propio Rubalcaba dijo en un momento irónico, seguramente atosigado por tantas loas a algún notable fallecido, que “España es un país que entierra bien  a sus muertos”. Sería injusto atribuir tal expresión a su caso, pues no cabe duda de la objetividad y veracidad de todos los comentarios sobre su biografía. Más bien, en su caso, cabría hablar del poco reconocimiento que tuvo en vida y de lo despiadada que, a veces, es la política con sus profesionales. Pues bien, en honor de Rubalcaba, hablemos de política, de la buena praxis de la política, de la coherencia del buen político, de la política con proyectos, de los políticos partidarios de los hechos más que de las palabras, aunque también elaboradores de un buen discurso.
Posiblemente, el concepto más influyente en la interpretación de los datos sea el de globalización, pues interviene en la emisión y en la recepción de las noticias, además de todos los añadidos colaterales del proceso entre la emisión y la recepción. Estamos en la galaxia Internet y sus correspondientes redes sociales, donde se confunde lo verdadero y lo falso, donde la excesiva información deja de ser tal para convertirse en ruido ocultador de la verdadera información. Si durante la dictadura franquista nos convertimos en verdaderos expertos en la lectura interlineal, en la traducción de lo simbólico, en la interpretación de los silencios más que de las palabras, actualmente, para estar informados hay que ser verdaderos genios en varias disciplinas para saber desvelar la verdad escondida bajo multitud de  velos.
Otro concepto importante es el de las identidades. Como no te declares feminista, ecologista, pacifista, igualitarista… (todo a la vez), prepárate a, como mínimo, que te acusen por la vaciedad de tu discurso y por tu poca sensibilidad social. Recuerdo a este respecto una viñeta de El Roto en que aparecían dos potentados regocijándose porque ahora estamos enfrascados en la revolución feminista y ya no hablamos de la lucha de clases. Cada uno califica como lo más importante lo específico de su identidad, todo lo demás es secundario. Esta perspectiva reduccionista se debe combatir con otra perspectiva más amplia e integradora.
Por cierto, una de las identidades más aplaudida es la generacional. Ser joven es una prima de salida. Si, además, es bien parecido, mejor todavía. El citado Rubalcaba dijo en una ocasión que posiblemente no era presidente porque era calvo y feo. Podríamos seguir con otras identidades (nacionalistas, feministas, tecnológicos, homosexuales, ecologistas, inmigrantes, alternativos…) cuyo peso excesivo deja ocultos otros valores, especialmente los laborales y económicos. Porque, recordando a los jóvenes iracundos ingleses de los sesenta, está bien que te guste bailar, el problema es que no sepas más que bailar; o no está mal que te guste el fútbol, el problema es que solo te guste el fútbol. Cada uno cultiva su parcelita identitaria.
Cuando lo cultural brilla excesivamente, debajo hay escondida una derrota social. Yo siempre me he preguntado si las reivindicaciones cultural-identitarias son una distracción de otros retos más importantes y difíciles de conseguir: trabajo, salario, vivienda, pensiones, vejez, dependencia… En fin, lo básico desde que el hombre es hombre. Este capitalismo actual que nos rodea y que nos habla de un futuro lleno de oportunidades, diverso y tecnológico, juvenil y colorista, no nos da una mirada integradora que permita dar respuestas a asuntos vitales y esenciales. Y, desde luego, está configurando un mundo menos democrático y más desigual. Lo identitario sí, pero en su sitio y en su momento. No nos dejemos manipular.
Si analizamos someramente esta eterna campaña electoral (pobres electores, pero también pobres candidatos, repitiendo todos los días lo mismo. Qué aburrimiento), podemos observar que la mayor parte del contenido de los mítines y actos públicos están impregnados de elementos identitarios, y poco, casi nada, de elementos básicos y vitales. Serían necesarios más proyectos y objetivos políticos, y menos obviedades y expresiones huecas. Si pensásemos que los políticos son anecdóticos y coyunturales mientras que la política es categórica y estructural, otro sería el paisaje. Y los ciudadanos electores serían tratados como mayores de edad, no como marionetas. Los políticos serios no hacen populismo (propuestas simples para problemas complejos) sino que intentan convencer a la sociedad de que su proyecto político es el mejor. La política es un proyecto a largo plazo, donde el decir y el hacer deben ser coherentes y no estar a la última moda (tacticismo). La opinión popular cuenta y condiciona, pero no determina la política.
Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 4 de mayo de 2019

Preguntas sin respuesta









Hay preguntas básicas que siempre es conveniente volver sobre ellas. Por ejemplo, ¿qué es ser de izquierdas? O sobre la identidad de cada uno (¿quién soy yo?, ¿a qué grupo/identidad pertenezco?), en función de la cual analizo casi todas las cuestiones y que hace que, a veces, el factor cultural esconda aspectos relevantes del ser humano.

Recientemente hemos celebrado unas
elecciones generales en España cuyo resultado varía en función de los dos
interrogantes que he puesto como ejemplos. ¿Es el PSOE de izquierdas? ¿Debe
configurar un gobierno de izquierdas? ¿Qué es un gobierno de izquierdas? ¿Quién
es de izquierdas? ¿Qué es ser de izquierdas? ¿Soy yo de izquierdas? ¿Es
desde cada perspectiva identitaria: ser español, ser aragonés/catalán/vasco,
conveniente ser de izquierdas? A su vez, todo estos interrogantes se analizan
agnóstico… En definitiva, ¿existe la objetividad?, ¿qué es la objetividad?,
ser joven o viejo, ser rico o pobre, ser culto o inculto, ser urbano o rural,
ser varón o mujer, estar sano o enfermo, soltero o casado, creyente o
¿soy yo objetivo cuando escribo o hablo?

Si el número de interrogantes es
abundante, añadamos el concepto de globalización y el cóctel se complica
muchísimo más. La tecnología, la innovación permanente, el cambio como esencia
permanente, parecen avalar a la juventud como progresista y, por el contrario,
obsolescencia a todos los niveles. ¿Y si fuera al revés? Porque el futuro
los adultos, con su inmovilismo, parecen justificar el conservadurismo y la
parece que viene con un barniz políticamente conservador bajo el brillante
envoltorio tecnológico y futurista.

Cualquier cambio de época y de paradigma
suele conllevar sus ganadores y sus perdedores. Sin embargo, el cambio de época
que nos ocupa no parece tener esto tan claro. Yo, al menos, no veo claramente
estos momentos, veo claramente a los perdedores, que son casi todos, sin
quiénes son los ganadores o perdedores de la globalización. Mejor dicho, en
diferenciar identidades de jóvenes o viejos, de nacionalistas o cosmopolitas,
la mayoría parecíamos tener claras nuestras expectativas de clase, escala u
de pobres o ricos. Todos parecemos perdedores, pues antes, hasta hace muy poco,
opción. Hoy, hasta les élites parecen habitar en arenas movedizas sin
desconocemos.
referencias sólidas a medio plazo. El nuevo orden global no parece tener dueño, o lo desconocemos. No nos permite una mínima planificación existencial ni para
nosotros ni para los nuestros. Ya no existen las grandes referencias nacionales
donde ubicarnos. Solo hay actores internacionales cuyas claves funcionales

Es curioso que los líderes actuales de la
política española, que andan en torno a los cuarenta años, no tengan un
proyecto de país mínimamente de futuro. Sus recetas son para pasar el rato. Su
conducta principal consiste en evitar errores, o lo que suponen errores. Los
preparar la puesta en escena del día en curso sin saber muy bien qué preparar
gurús, tácticos (coyuntura) más que estratégicos (estructura), tienen que
que por su pensamiento o proyecto propio. Hablan de la caducidad u obsolescencia
para mañana, ya que sobreviven más en función de lo que hacen o dicen los demás
apariencia o aspecto formal. Hablan de un futuro que desconocen, aunque dicen
de lo anterior, incluido su propio partido, para hacer valer exclusivamente su
encarnarlo. Tanto enfatizan el futuro que desprecian el presente. Solo vale lo
mínima entidad. Posmodernidad, pensamiento débil, pensamiento líquido,
que no tiene definición, como si su indeterminación fuese lo más valioso. Esto
explica el electoralismo que impregna todo y que rehúye todo lo que tenga una
Absurdo) para decir que no tenemos nada que decir.
fragmentarización… son palabras nuevas pero insuficientes. Aproximativas más
que definidoras. Necesitamos decir muchas palabras (cf. Ionesco: Teatro del

Aplico mi ejercicio teórico a la
actualidad española. ¿Qué pretende Sánchez? Según dice, encarar la España del
futuro. Nadie se puede oponerse a tan buen propósito. Para lograr esto, ¿se
gobierno monocolor con acuerdos puntuales de geometría variable? Yo,
necesita un gobierno de coalición de izquierdas o de centro? ¿O es mejor un
personalmente, me considero una persona de izquierdas en una sociedad
reglas de juego que deben ser respetadas. En una democracia de corte liberal y
democrática pluralista, donde existen varios grupos en libre competición, y con
representativa, los electores suelen favorecer a los moderados y castigan a los
compromiso cuando éste no sea humillante y cuando es el único medio de obtener
extremistas. Por lo tanto, quien quiera hacer política real debe moderar el
tono para obtener un buen fin, llegar a pactos con el adversario, aceptar el
algún resultado. Estos son mis principios, y no tengo otros. La fórmula elegida
es instrumental, siempre que se cumplan los principios.

Mariano Berges, profesor de filosofía