sábado, 22 de noviembre de 2014

2015, UN AÑO INTERESANTE

Durante este próximo año de 2015 va a haber elecciones municipales, autonómicas (salvo en algunas CCAA) y generales. No nos podemos quejar de emociones, dada la incertidumbre creada por los sondeos. El hecho electoral es el más importante en una democracia representativa. Se trata del momento en que la ciudadanía ejerce su papel más significativo cual es el de elegir a sus representantes, que van a legislar o gobernar en su nombre. Cada celebración electoral es una fiesta de la democracia.

En estos momentos, la ciudadanía española esta deprimida e indignada. La crisis en la que estamos inmersos y que está impidiendo nuestro crecimiento como personas, individual y colectivamente, nos ha llevado a una depresión nada subjetiva, sino constatable y evidente. Si a ello añadimos la atmósfera asfixiante por la poca ejemplaridad ética de algunos de nuestros representantes en las organizaciones sociales de todo tipo, caemos en una indignación exacerbada y peligrosa. Pues bien, la depresión y la indignación se curan con la serenidad. La serenidad posibilita el pensamiento. El pensamiento empuja a la acción. Y la acción genera la política, que es la manera más eficaz que el género humano ha inventado para organizar la convivencia social.

Hay muchas maneras de ejercer la política. Unos en cargos públicos, otros en su profesión y todos en su papel de ciudadanos (“politikós” en griego). Todos somos políticos por el mero hecho de ser ciudadanos. Más aún, para Aristóteles, en la medida en que no somos políticos dejamos de ser ciudadanos. Este planteamiento básico de la política convierte a ésta en una mezcla de ética y técnica. Ello exige que el político sea decente y capaz. Y a los ciudadanos les exige que elijan a sus representantes de entre los más decentes y capaces de la sociedad. Soy consciente de mi teorización y de su dificultad en practicarlo. Pero, también soy consciente de que hay que refrescar la teoría para alimentar nuestra práctica, que, de lo contrario, se convierte en puro mecanicismo.

Actualmente, ha surgido un partido político (Podemos) que se alimenta de la depresión y la indignación. Si solo se alimenta del detritus social y su única meta es ocupar el poder, poco recorrido le auguro. Esto no es óbice para que su discurso crítico contra el sistema sea razonable y cierto. Pero hace falta algo más, como es el discurso complementario positivo, alternativo al sistema. De lo contrario, la depresión y la indignación de segunda generación pueden ser mortales. La ciudadanía no lo soportaría y los cabreos violentos de las masas suelen acabar en cataclismos nunca sospechables, pero que se han dado en la historia y que se pueden volver a repetir.

En el discurso y planteamiento políticos de Podemos comienzan a verse algunos datos muy extraños. Por ejemplo, no van a concurrir a las elecciones municipales para proteger su marca. ¿Cómo hay que interpretar esto? No hay que olvidar que las elecciones municipales son las auténticas elecciones ciudadanas. La gente vive en su municipio, y no en el Estado o en la Comunidad Autónoma. El municipio es el principio y esencia de la democracia. No concurrir a unas elecciones municipales es una cobardía política o, como mínimo, un reconocimiento explícito de su déficit político. La política es dura y difícil. Y esconderse en mareas, plataformas y asambleas es poco serio y propio de niños jugando a ser mayores.

Otro elemento discursivo extraño es su declaración de que van a hacer un “proceso constituyente” para enterrar lo que llaman “el régimen de 1978”. Quien dice esto está invalidado para el ejercicio de una política seria, porque o es un iluso peligroso o encierra una intencionalidad no confesable también peligrosa. Cuidado con los idealismos y romanticismos, antesala de fascismos. El denominado “régimen de 1978” ha dado a España su mejor época histórica de paz, libertad y progreso. La Constitución de 1978 es una de las más avanzadas de Europa. Solo tiene un grave problema: que no se cumple. Todo ello no contradice la afirmación de que España, su Constitución y sus instituciones son mejorables y necesitadas de una profunda renovación que la crisis ha hecho evidente.

En definitiva, todos los partidos políticos, los viejos y los nuevos, deben tener claro que la clave de su buen hacer está en mantener la conexión con la sociedad, con toda la sociedad, y saber traducir políticamente sus necesidades y anhelos. Eso es la política. Y eso se puede hacer desde distintas perspectivas, siempre que el factor común sea el interés general y no el propio. Y, por favor, que se esmeren todos en el Programa Económico porque ya estamos hartos de escuchar sesudos análisis a posteriori.

Mariano Berges, profesor de filosofía



sábado, 8 de noviembre de 2014

CORRUPCIÓN Y SONDEOS

Es difícil sustraerse al trepidante ritmo de las noticias que los medios nos traen cotidianamente, especialmente la corrupción y los sondeos, tan ligados ambos por la relación causa-efecto. El último caso fueron cincuenta y un detenidos de una tacada, conmoción nacional e internacional por la cantidad y la “calidad” de los detenidos. Y aparecerán más. En Aragón tenemos el asunto de Plaza, tras el de La Muela y otros. Sin embargo, yo pienso que la corrupción puntual y/o individual no es lo más preocupante, con serlo mucho. Es más grave la corrupción estructural, que es la que está instalada en España, donde las élites económicas y políticas se reparten el poder de todas los estamentos y organizaciones (políticas, económicas, judiciales, mediáticas, de control, culturales…), sin contrapesos ni controles de ningún tipo ni opciones de opinión popular, salvo en las elecciones. La corrupción estructural sistémica permite que de vez en cuando aflore algo que la misma estructura presenta como individual, para dar de comer algo a los medios. A veces hasta alguno (rarísimo) va a la cárcel, pero la estructura de la corrupción permanece. Las instituciones y el propio Estado están secuestrados por las élites económicas y políticas.

Posteriormente aparecieron los sondeos que daban a Podemos el primer lugar en aceptación electoral directa de los españoles. Otra conmoción de distinto tipo que rompía el bipartidismo habido desde la Transición y daba la victoria virtual a un todavía no-partido que ni ha dicho si se va a presentar a las próximas elecciones.

Ambas noticias hablan elocuentemente de un final de época y de un cambio mental en la mayoría de los españoles. La crisis ha aflorado un hartazgo contra las élites en general y contra la clase política en particular. Lo que implica el fracaso de una sociedad que hasta el momento no ha sabido dar una salida justa y ecuánime a la crisis. Más aún, la desigualdad entre los españoles es escandalosamente creciente y la percepción social sobre el final es totalmente negativa y pesimista, a pesar de las continuas falacias del gobierno y sus manipuladas estadísticas sobre el paro y la economía. La gente ya no cree nada ni a nadie. A los dirigentes económicos los odia por su arrogancia y su obscena ambición por la riqueza. A los dirigentes políticos los desprecia, a unos por su enriquecimiento inmoral e ilegal y a otros por su incapacidad en neutralizar la situación nefasta en que estamos.

Han pasado casi cuarenta años desde la muerte del dictador. Y aquella confianza que todos los españoles depositamos en los partidos políticos, criminalizados y perseguidos en la dictadura, parece que se ha agotado. Pocos dudan de que ha sido la época más fructífera y brillante de la historia de España. El esfuerzo y aciertos, junto con errores, de las organizaciones políticas y sindicales han sido imprescindibles en el proceso habido. La Constitución, los Pactos de la Moncloa y la instauración de una democracia avanzada fueron logros espléndidos de una Transición, ahora criticada, pero que fue el resultado de un consenso y un pacto inviables en la actualidad.

¿Qué ha pasado para que tan espléndido proceso se haya frustrado? Pienso que hay una palabra clave: cambio. Cambio fue la palabra mágica para Adolfo Suárez y cambio fue la palabra mágica para Felipe González, en mi opinión los dos personajes clave de la democracia española. Pero cambio no es un concepto estático que una vez usado hay que enterrarlo, sino que es un concepto que debe estar funcionando a lo largo de todo el proceso. Cambio es un concepto que debe formar parte permanentemente en todos los procesos y estrategias que se quieran conservar vivos y dinámicos. Si uno se instala y piensa que la sola inercia hace funcionar el sistema, la propia entropía agota y arruina el sistema. Y eso es lo que ha pasado en la sociedad española. Lo que funcionó bien y puso en marcha a esta sociedad se ha agotado. Las clases dirigentes llevan demasiados años haciendo lo mismo sin modificar objetivos ni métodos ni estrategias.

Podemos no es más que el reflejo del fracaso del sistema y la catalización de la indignación popular. No son tanto sus propuestas sino lo que ese movimiento significa: una posible oxigenación del sistema. Es cierto que no se trata de izquierda o derecha, sino de lo viejo y lo nuevo. La dialéctica se impone aunque los personajes del drama no sepan qué es. Lo nuevo arrampla con unos elementos viejos que no se han marchado voluntariamente pero que la ola de lo nuevo los va a arrastrar. Triste final para muchos políticos que debiendo haber renovado el sistema no han podido o no se han atrevido a hacerlo y posiblemente tengan que irse en el maremagnum del cambio.


Mariano Berges, profesor de filosofía