Esta vez toca otro tema
obligado: la moción de censura de Podemos, con Iglesias como presidenciable, contra el gobierno del PP y su
presidente Rajoy. Moción anunciada
por Iglesias en plenas elecciones primarias del PSOE, y que permitían adivinar
una intención espuria: el PP era la excusa y el PSOE era el objetivo. La moción
fracasó: 82 votos a favor, 170 en contra, 97 abstenciones.
El desarrollo del acto
parlamentario ha sido largo y tedioso. Cinco horas de discurso inicial entre Montero e Iglesias, con el monotema de
la corrupción del PP, dan para muchos bostezos y para muchas preguntas. La
pregunta principal es ¿para qué esta moción? El resultado ya se sabía, las
líneas maestras de los partidos ya se conocen, y las respuestas se adivinan. Lo
único nuevo e intenso es la escenificación de Iglesias como falsamente
presidenciable y su monopolio de la palabra frente a todos. Hay que reconocer
una vez más la habilidad dialéctica de Iglesias, a la vez que un tacticismo
éticamente cuestionable. Su soberbia y desprecio por lo no-suyo es otra
cuestión que no viene al caso.
En política habrá que
suponer que el objetivo a conseguir por todos los partidos políticos es
perfeccionar la organización social y posibilitar
la felicidad colectiva e individual de los ciudadanos. Si Podemos pretende lograr
dicho objetivo reforzando la figura de su líder no creo que sea una táctica conveniente
para su estrategia, pues cuanto más visible es más rechazos genera. Ahora bien,
si lo que pretende Podemos es reducir al PSOE, con un líder ausente del
hemiciclo, y presentarse como el partido hegemónico de la izquierda y a su
líder como el único presidenciable progresista y justo, estamos ante un abuso
de un procedimiento parlamentario, aunque formalmente sea correcto. Una moción
de censura la pone el líder de la oposición, pero Iglesias no es el líder de la
oposición. Estamos, pues, ante un fraude político: hacer creer a la sociedad
que el líder de la oposición es quien no lo es.
En respuesta a la
moción, el PP, cuya defensa la asume el propio líder personalmente, se evade de
todos los ataques de corrupción, de tal manera que convierte el acto en un
auténtico “diálogo de besugos”: Montero-Iglesias exponen reiteradamente su
letanía de corrupciones del PP y Rajoy contesta con su ya conocido discurso
triunfalista de los logros económicos conseguidos en los últimos cinco años. A
los ataques de corrupción no contestó. Elemental. Los dan por sabidos y
amortizados.
En esta moción había
un tercer personaje: el PSOE. Con un líder ausente, con un portavoz nuevo y
desconocido, y con unas expectativas crecientes que Podemos pretende reducir. Y
hay que decir que Ábalos ha cumplido
en su estreno. Sin la erótica de Iglesias y sin los recursos y tablas de Rajoy,
ha fijado claramente su posición sin cerrar puertas en ninguna dirección. El
fondo de su discurso ha sido decir sí a la censura contra Rajoy, sin apoyar la
presidencia de Iglesias. Según Ábalos, el PSOE comparte el diagnóstico, incluso
muchas propuestas de Podemos, pero no comparte ni el momento ni las
circunstancias, y, sobre todo, no comparte la verdadera intención de la moción.
La lectura de un documento interno de la estrategia de Podemos por parte de
Ábalos, explicitó clarísimamente que la moción iba contra el PSOE y el PP era
la excusa. Y que Sánchez era su
enemigo electoral. Ábalos debutó con una faena correcta pero no remató. No
puede dejarse ocupar su lugar hegemónico en la izquierda con tanta levedad. El
recuerdo de Iglesias votando con Rajoy en contra del PSOE, impidiendo así la
investidura de Sánchez, no puede ser una anécdota, sino que fue un acto
políticamente perverso desde una perspectiva progresista. Y eso hay que hacerlo
notar.
Conclusión. Mientras
la izquierda discute a ver quien la tiene más grande, el PP sigue gobernando, a
pesar de los escándalos de corrupción. Iglesias ha conseguido reforzar a Rajoy
por segunda vez en pocos meses. Una moción de censura se pone para ganarla, en
ese momento o más tarde. Pero no se pone para el lucimiento personal o para
reforzar internamente su posición. O lo que es peor, para hacerse pasar por el
líder de la oposición.
El futuro es incierto.
PSOE y Podemos deberían confluir mínimamente en cuestiones básicas. Sin
embargo, ninguno se fía del otro. Item más, los proyectos políticos de ambos
partidos difieren profundamente. La política territorial es un ejemplo de
libro, pero hay otros. Pero también existe Ciudadanos. De los nacionalistas
mejor no hablar, que salen muy caros. Si el mapa del centro izquierda no se
ordena, tenemos derecha (y qué derecha) para rato.
Mariano Berges, profesor de filosofía