sábado, 24 de febrero de 2018

IZQUIERDAS, DERECHAS Y ESPAÑA




En mi anterior artículo (“El PSOE tiene problemas”) señalaba alguna cuestión que me parece aprovechable en estos momentos. Instaba a que el PSOE se alejase de la imagen de partido conservador que tenía, que funcionase con nuevos liderazgos e ideas originales y pasara a ser percibido como fuerza transformadora y de futuro. Solo así estará en condiciones de elaborar un proyecto contemporáneo de país, el de la globalización y digitalización, sin abandonar los problemas cotidianos de la gente, especialmente el trabajo, por tratarse del elemento que realmente dignifica y posibilita un proyecto de vida al ser humano.   
Sin embargo, parece que toda la energía se va en el blindaje del nuevo Secretario General y en la desaparición de toda estructura intermedia entre la cúspide y la militancia de base. Personalmente pienso que hay mucha demagogia en esta nueva ola de primarias y preguntas a las bases sobre la última ocurrencia de coyuntura. Los partidos políticos son organizaciones que deben aspirar a ser duraderas en el tiempo y con un fuerte anclaje estructural, no eterno sino renovado cada cierto tiempo. El cambio de líderes y candidatos debe estar siempre determinado por los distintos tiempos y problemáticas, a los que deben responder las ideas y proyectos que en el seno del partido se elaboren. La energía debe usarse en los proyectos y no en los reglamentos, meros instrumentos de segundo o tercer nivel. Los reglamentos se convierten en fundamentales cuando no hay ni ideas ni proyectos, y el objetivo es mandar por mandar. No creo que cuando alguien piensa en el Estado de bienestar crea que su logro se debió a la fortaleza reglamentista interna de los partidos socialdemócratas.
Pero el mal de la izquierda no es exclusivo del PSOE. Parece ser que Podemos está condenado a ser flor de un día. Su virginidad política, unida al cansancio social del ciudadano hacia los viejos partidos, produjo un estallido juvenil comandado por una neodirigente clase universitaria que, ebrios de un peligroso “adanismo” iban a triunfar “porque sí”, porque eran los más listos de la clase. Ni se molestaron en aplicar elementales análisis marxistas a la compleja realidad en que nació. El 15-M no es una fórmula ni un programa ni un proyecto. El 15-M es un estallido que, como el Big Bang, (Gran Explosión) puede dar origen a un proceso largo y tedioso que podría encauzar la solución a los problemas sociales. Pero hace falta una fuerte organización, muchísimo trabajo y mucha generosidad. Y, sobre todo, ser conscientes de que un partido político es un mero instrumento en la organización de la convivencia social.
Por el contrario, parece que a la derecha le sientan mejor los aires de crisis. El PP aguanta, mal que bien, y Ciudadanos sube como la espuma, desde su virginidad política y sus simplísimas recetas a complejos problemas. ¿Le sucederá a Ciudadanos lo mismo que a Podemos? Lo veremos.
El adanismo no es exclusivo de Podemos, sino que se extiende a gran parte de los políticos actuales. Algunos piensan que hasta que ellos no llegaron no se habían hecho bien las cosas. “Ayuntamientos del cambio” se autodenominan unos, “nuevo PSOE”, otros. En vez de aprovechar el fuego que otros inventaron, prefieren volver a inventar el fuego aunque se quemen las manos. ¡Qué manía con inventar! Cuándo nos enteraremos que el hombre no crea sino que copia y, en todo caso, elabora combinaciones distintas con materiales ya existentes. Es la humildad científica la que nos permite progresar, el tener conciencia de nuestro permanente aprendizaje en contacto con los demás. Un genio es el que mejor aprovecha los saberes anteriores de los demás, con una nueva perspectiva y con una adaptación actualizada. De ahí la importancia de los clásicos, sin los que no existiríamos cultural y científicamente.
Y por último están los objetivos finales. ¿Para qué existe un partido? Para que el país funcione mejor. El partido político es el instrumento y el país es el objetivo final. Tomemos el ejemplo de Alemania tras las últimas elecciones. Ni la CDU puede gobernar en solitario ni el SPD  tampoco. Pues bien, haciendo de tripas corazón, los dos partidos mayoritarios han pactado (en contra de su deseo) para que su país, y Europa, tengan posibilidades de salir adelante en esta complicada encrucijada actual. Esto es patriotismo constitucional y lo demás, retórica populista y demagógica.
¿Es esto pensable para España? Los politólogos nos contestarán rápidamente que en España eso no es posible. Pero busquemos una nueva perspectiva. ¿Qué pasaría si el PSOE permitiera que el PP aprobara los Presupuestos Generales del Estado con una serie de contrapartidas en aras del bien general? En primer lugar, que los insaciables nacionalismos catalán y vasco no nos sangrarían al resto de españoles. Y que España sería un país más homogéneo, sin plurinacionalidades ni derechos a decidir la secesión. Y lograríamos la igualdad en posibilidades de todos los españoles, sin desgarros ni escisiones. No haría falta ni coalición, solo apoyos puntuales. Ya haremos política partidista cuando España recobre un bienestar básico.

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 10 de febrero de 2018

EL PSOE TIENE PROBLEMAS



Que la socialdemocracia está en crisis es ya un lugar común en la politología actual. No hay más que ver sus sucesivas derrotas electorales en países donde hasta hace poco tiempo ganaban elecciones con relativa facilidad. Las clases trabajadoras, si es que siguen existiendo en su originario sentido marxista, no optan ya por el PSOE sino que hacen sus pinitos en partidos populistas, sean de izquierda o de derecha. Los jóvenes prefieren partidos nuevos (en España, Podemos y Ciudadanos) antes que a los de siempre, a los que dicen conocer y a los que acusan de corrupción estructural. Y muchos otros electores se refugian en la abstención, un tanto asqueados de una política que no soluciona sus problemas vitales.
Es curioso y paradójico que muchos problemas electorales del PSOE provienen de su propio éxito de otros tiempos. El Estado de bienestar es una expresión y una realidad que en España lleva la marca PSOE y en Europa lleva la patente socialdemócrata en sus distintas acepciones. Europa es el lugar del mundo con más derechos humanos y con mejores estándares de calidad de vida. Y ello a pesar del retroceso en los años de la crisis.
Indudablemente, hoy se dan otros retos nuevos, como son la globalización financiera y la revolución digital, cuyas soluciones son complejas y caras y no casan bien con las fronteras nacionales por excesivamente reducidas. Los partidos socialdemócratas están desorientados y ayunos de respuestas. Mientras que los poderes financieros parecen tener la varita mágica y han conseguido supeditar la política nacional a la economía financiera global. Esta inversión de factores ha causado la última crisis y, lo que es más peligroso, está condicionando fuertemente la solución de la crisis. Con lo que llegamos a la conclusión de que la crisis era la excusa para el cambio de modelo económico-político en este mundo tecnificado y globalizado.
¿Qué debe hacer el PSOE para recuperar la preferencia de los electores? Está claro que no basta con reivindicar su legado, aunque no vendría mal recordarlo y sentirse orgulloso, sino que se necesitan liderazgos nuevos e ideas originales que les alejen de la imagen de partido conservador que se dedica a contar la batallita de lo que hizo. Debe ser percibido como una fuerza transformadora y de futuro.
Soy consciente de haber dicho una obviedad y que su dificultad radica en la práctica de tal enunciado. Pero, al menos, sí que el PSOE debe ponerse en manos de personas que posibiliten lo que acabo de decir. Un partido no puede estar en manos de quienes ni siquiera saben formular los principios necesarios. Si el cambio de sistema es, hoy por hoy, imposible, el momento debe ser claramente reformista y abierto a un cosmopolitismo que siempre caracterizó a la socialdemocracia. El indicador de que se está en la senda correcta es que la sociedad perciba que se hace una política de progreso y que este progreso tiene sostenibilidad. Tampoco es que la gente pida grandes avances sino tener la percepción de estar en la línea correcta y poder manejar indicadores de dicha corrección. 
La situación de plaza reconquistada que explicita el nuevo Secretario General socialista de España no ha avanzado mucho en su proyecto de partido ni de país. O, al menos, yo no lo veo. La política de alianzas no existe. O, al menos, yo no la veo. Lo que sí existe, aunque sea de una manera larvada, es un cierto faccionalismo entre la cúpula estatal y casi todas las cúpulas regionales y/o poderes autonómicos. Y esto es malo. No culpabilizo a nadie en concreto pues todos son concausantes.
Cataluña ha sido y sigue siendo un test significativo de lo que digo. La ambigüedad y la ausencia de un lugar reconocible de la política socialista en el problema catalán le ha pasado factura. De acuerdo que esto no es nuevo, que viene desde los tiempos de Maragall como President. Entonces el PSC creyó que para conquistar la Generalitat había que “catalanizarse” y así lo hizo. Y así han seguido, con mayor o menor anhelo, el resto de dirigentes. Últimamente, el PSC también ha sido pagano del decaimiento socialista general. La gran ciudad de Barcelona era mucho más cosmopolita e internacional cuanto menos nacionalista decía ser. El reinado de Pujol la ruralizó. Lo mismo puede decirse de todo el resto de Cataluña. La excluyente exclusividad, el hallazgo de la bandera, el victimismo, la pérdida del mestizaje, han construido una Cataluña y una Barcelona más pequeñas y menos atractivas.
El socialismo necesita, pues, volver a tener un proyecto de país, una política de alianzas, y, sobre todo, un discurso futurista que afronte la globalización, la digitalización y sus consecuencias en el empleo y en la política de rentas. Solo así podrá, sin urgencias, volver a ser partido de gobierno en España y en Europa.

Mariano Berges, profesor de filosofía