lunes, 24 de agosto de 2020

LA REGENERACIÓN INSTITUCIONAL (II)

La ventana indiscreta


Querría destacar tres ideas de mi artículo anterior: 1) Hace falta más gestión y menos comunicación, mayor profesionalidad técnica y menos amateurismo político. 2) La Administración Pública (AP) necesita una mejor organización que se derive de unos buenos principios estratégicos y metodológicos. Y 3) El esfuerzo económico de la UE para con España tiene como contrapartida necesaria una transformación radical de las instituciones españolas. Y para eso hace falta otro tipo de directivos, tanto políticos como técnicos. Pues bien, sigamos analizando la Administración Pública española.

Una realidad negativa que me parece muy grave en este asunto de la AP es la colonización política de las instituciones por parte de los partidos políticos y la reivindicación de una auténtica profesionalización de la Administración. Entre los políticos y los funcionarios hay una línea roja que distingue y separa sus respectivas funciones: el político dirige y el funcionario hace. Y ambos bajo el imperio de la ley y de la eficiencia. Se trata, en definitiva, de contar con unas instituciones cuya ordenación y funcionamiento se rija por la calidad, la integridad, la transparencia y el respeto a la ley, sin otro objeto que procurar la libertad, seguridad y bienestar de los ciudadanos. Los partidos políticos han abusado en la reducción de los controles administrativos y han dejado demasiado espacio al arbitrio de las decisiones políticas. Una de las razones más claras de la desafección ciudadana hacia la política es la opacidad institucional, la patrimonialización de lo público, la persecución del discrepante, la manipulación de los medios de comunicación, la corrupción y el abuso de poder desde las instituciones. Los ciudadanos perciben  a sus representantes, alejados de sus intereses, y a los partidos políticos, impermeables a sus demandas.

Construir una administración profesional, austera y eficiente es una tarea difícil, pero no imposible. Merece la pena intentar un gran acuerdo político para despolitizar la administración y hacerla de verdad profesional y eficiente. La AP es esencial, pues sin Administración no hay gobierno posible, por muy buenas que sean las intenciones de la clase política. Gobierno y Administración van de la mano y, por lo tanto, no administrar es desgobernar. Y en España hay instalado un sistema organizado de desgobierno, que está por encima de la política. Los partidos luchan mucho por llegar al poder y cuando llegan no saben qué hacer con él. En el fondo, el desgobierno de la Administración es la constatación de un Estado débil. Y con un Estado débil el ciudadano es más vulnerable.

Para la instauración de una Administración legal y eficaz al servicio del ciudadano, se necesitan dos características básicas en los gestores públicos, tanto políticos como funcionarios: honestidad y capacidad, especialmente en los cargos de máxima responsabilidad. La honestidad es algo tan básico que ni se debería citar, a pesar de aparecer como un diamante raro en la percepción ciudadana. Qué tiempos estos en los que hay que demostrar lo evidente. La capacidad es otra obviedad, pues la sociedad debe seleccionar a los mejores para sus puestos de responsabilidad. No seamos ingenuos, la democracia es un sistema que no cree ni debe creer en la bondad universal y desconfía de la codicia humana. De ahí que exija contrapesos y controles rigurosos para impedir abusos de poder y sancionarlos cuando se produzcan. En este sentido, el buen funcionario es un contrapeso al político “creativo” y lo pone en su lugar.

Para evitar tentaciones, el político debe tener garantizada su libertad económica antes de entrar en política, pues el representante carente de profesión u ocupación a la que volver, está obligado a una actitud sumisa con los dirigentes que deciden su inclusión o no en la candidatura (cfr, Manuel Zafra). La política como profesión es un clásico que sigue sin resolverse. No es lo mismo profesionalizar la Administración que profesionalizar la política, más bien todo lo contrario. Colocar en puestos de responsabilidad a mediocres es renunciar al talento, y eso la gente normal lo percibe. En definitiva, la política y la Administración Pública en su conjunto es la fórmula que la sociedad ha inventado para solucionar sus problemas de convivencia y bienestar. Y eso, en el fondo, es relativamente fácil, pues se trata de poner a los mejores en los lugares clave. Así lo pensaba Platón cuando proponía su aristocracia política (aristós, superlativo de agazós -bueno-).               

Mariano Berges, profesor de filosofía

domingo, 9 de agosto de 2020

LA REGENERACIÓN INSTUTUCIONAL


La ventana indiscreta


Hemos entrado en un proceso de cansancio vital que deja pequeña a la teoría de la fatiga de materiales. Este cansancio vital lleva un ritmo fuerte y peligroso, pues afecta al ánimo en profundidad y porque se presta a dar credibilidad a cualquier bulo que vaya en una línea de llegar pronto a una normalidad de verdad, no nueva, más bien vieja, la de siempre. El hombre es un animal de costumbres y, como a los niños, nos gusta repetir gestos  y actos. Si a esto añadimos la mala praxis comunicativa de nuestras autoridades y de su leal oposición, el cansancio lleva camino de generar otra pandemia paralela depresiva, además de proseguir la sanitaria.

Ahora estamos en época de brotes y rebrotes, concretamente en Aragón vamos a cientos diarios. ¿Somos los aragoneses transparentes y veraces en dar nuestros datos y los demás mienten? No lo sé. Si es así, prosigamos, porque solo la verdad nos sacará de este atolladero.  

Dos han sido los factores esgrimidos como causantes principales de los brotes: la precariedad existencial de los trabajadores agrícolas inmigrantes y el ocio nocturno juvenil. Con el elemento positivo de su rápido rastreo y su correspondiente confinamiento puntual. Y, entre los brotes, hay noticias diarias de una (o varias) pronta vacuna y de tratamientos posibles que nos traigan una nueva o vieja normalidad. 

Pero el tiempo corre y desde el 13 de marzo en que se decretó el estado de alarma hasta hoy han pasado ya cinco meses. Y las tareas pendientes de nuestros políticos aún siguen pendientes. Tanto la cuestión sanitaria, como la económica y la social. Y no digamos nada de la cuestión institucional, que siempre queda como la cenicienta y es la clave de todas las demás. 

La crisis derivada de la pandemia ha dejado al descubierto las vergüenzas de lo público en España: la falta de anticipación o prevención, el desconcierto autonómico, la pésima gestión de los datos y la inexistencia de una gestión profesional hablan claramente del vacío institucional. Nos hemos entusiasmado con nuestros héroes sanitarios y no hemos sabido ver que cuando un sistema funciona bien no hacen falta héroes. Y el sistema sanitario no ha funcionado ni funciona bien, independientemente de sus profesionales, especialmente la enfermería, verdadero sostén del sistema. Hace falta más gestión y menos comunicación. Es necesario otro modo de hacer las cosas, con mayor profesionalidad técnica y con menos amateurismo político. Y, sobre todo, con una mejor organización que se derive de unos buenos principios estratégicos y metodológicos.

El sistema político-administrativo está mostrando todas sus limitaciones. Fuera de la fase procedimental de expedientes y normativas varias, se nota demasiado la ausencia de inteligencia política, suplida con esa falsa y exuberante “comunicación” que no es más que retórica ocupadora del vacío. Y el bienestar de la gente no se defiende con retórica sino con buena política y eficacia administrativa. Lo que no tiene nada que ver con las conclusiones de la Comisión parlamentaria de la reconstrucción, conjunto de desiderata que no transcienden la pura retórica política. Veremos la calidad de los proyectos que hay que presentar a Bruselas para conseguir los fondos europeos. El esfuerzo económico de la UE tiene como contrapartida necesaria una transformación radical de las instituciones españolas. Y para eso hace falta otro tipo de directivos, políticos y técnicos, que sepan priorizar estratégicamente y con la vista puesta en los resultados, especialmente en sanidad, educación y servicios sociales. Vale de retórica.

Hoy el país está roto. Si exceptuamos a políticos y funcionarios, todos los demás (salvo la élite) están bajando la persiana: empresarios, trabajadores por cuenta ajena, autónomos, profesionales varios, jóvenes que, sin haberse estrenado en el mercado de trabajo, reciben sus segundo mazazo laboral y profesional. La población empieza a desesperar, lo que pone en peligro la estabilidad política y social. Y los vándalos están vigilantes por si hay ocasión de actuar. Dejemos de jugar a progres y carcas que la situación está muy mal. Aprovechemos la oportunidad de una crisis tan profunda para modernizar nuestras instituciones, y pensemos que la bondad de un Estado democrático de derecho llega a los ciudadanos por el buen funcionamiento de sus instituciones y no por la retórica de los partidos políticos, meros instrumentos funcionales del Estado.

                             Mariano Berges, profesor de filosofía