La ventana indiscreta
Querría destacar
tres ideas de mi artículo anterior: 1) Hace falta más gestión y menos
comunicación, mayor profesionalidad técnica y menos amateurismo político. 2) La
Administración Pública (AP) necesita una mejor organización que se derive de
unos buenos principios estratégicos y metodológicos. Y 3) El esfuerzo económico
de la UE para con España tiene como contrapartida necesaria una transformación
radical de las instituciones españolas. Y para eso hace falta otro tipo de
directivos, tanto políticos como técnicos. Pues bien, sigamos analizando la
Administración Pública española.
Una realidad
negativa que me parece muy grave en este asunto de la AP es la colonización política de
las instituciones por parte de los partidos políticos y la reivindicación de una
auténtica profesionalización de la Administración. Entre los políticos y los
funcionarios hay una línea roja que distingue y separa sus respectivas
funciones: el político dirige y el funcionario hace. Y ambos bajo el imperio de
la ley y de la eficiencia. Se trata, en definitiva, de contar con unas
instituciones cuya ordenación y funcionamiento se rija por la calidad, la
integridad, la transparencia y el respeto a la ley, sin otro objeto que
procurar la libertad, seguridad y bienestar de los ciudadanos. Los partidos
políticos han abusado en la reducción de los controles administrativos y han
dejado demasiado espacio al arbitrio de las decisiones políticas. Una de las
razones más claras de la desafección ciudadana hacia la política es la opacidad
institucional, la patrimonialización de lo público, la persecución del
discrepante, la manipulación de los medios de comunicación, la corrupción y el
abuso de poder desde las instituciones. Los ciudadanos perciben a sus representantes, alejados de sus
intereses, y a los partidos políticos, impermeables a sus demandas.
Construir una administración
profesional, austera y eficiente es una tarea difícil, pero no imposible.
Merece la pena intentar un gran acuerdo político para despolitizar la
administración y hacerla de verdad profesional y eficiente. La AP es esencial,
pues sin Administración no hay gobierno posible, por muy buenas que sean las
intenciones de la clase política. Gobierno y Administración van de la mano y,
por lo tanto, no administrar es desgobernar. Y en España hay instalado un
sistema organizado de desgobierno, que está por encima de la política. Los
partidos luchan mucho por llegar al poder y cuando llegan no saben qué hacer
con él. En el fondo, el desgobierno de la Administración es la constatación de
un Estado débil. Y con un Estado débil el ciudadano es más vulnerable.
Para la instauración de una
Administración legal y eficaz al servicio del ciudadano, se necesitan dos
características básicas en los gestores públicos, tanto políticos como
funcionarios: honestidad y capacidad, especialmente en los cargos de máxima
responsabilidad. La honestidad es algo tan básico que ni se debería citar, a
pesar de aparecer como un diamante raro en la percepción ciudadana. Qué tiempos
estos en los que hay que demostrar lo evidente. La capacidad es otra obviedad,
pues la sociedad debe seleccionar a los mejores para sus puestos de
responsabilidad. No seamos ingenuos, la democracia es un sistema que no cree ni
debe creer en la bondad universal y desconfía de la codicia humana. De ahí que
exija contrapesos y controles rigurosos para impedir abusos de poder y
sancionarlos cuando se produzcan. En este sentido, el buen funcionario es un
contrapeso al político “creativo” y lo pone en su lugar.
Para evitar tentaciones, el
político debe tener garantizada su libertad económica antes de entrar en
política, pues el representante carente de profesión u ocupación a la que
volver, está obligado a una actitud sumisa con los dirigentes que deciden su
inclusión o no en la candidatura (cfr, Manuel Zafra). La política como profesión es un clásico que sigue sin
resolverse. No es lo mismo profesionalizar la Administración que
profesionalizar la política, más bien todo lo contrario. Colocar en puestos de
responsabilidad a mediocres es renunciar al talento, y eso la gente normal lo
percibe. En definitiva, la política y la Administración Pública en su conjunto
es la fórmula que la sociedad ha inventado para solucionar sus problemas de
convivencia y bienestar. Y eso, en el fondo, es relativamente fácil, pues se
trata de poner a los mejores en los lugares clave. Así lo pensaba Platón cuando proponía su aristocracia
política (aristós, superlativo de agazós -bueno-).
Mariano Berges, profesor de filosofía