La ventana indiscreta
Hemos entrado en un proceso de cansancio vital que
deja pequeña a la teoría de la fatiga de materiales. Este cansancio vital lleva
un ritmo fuerte y peligroso, pues afecta al ánimo en profundidad y porque se
presta a dar credibilidad a cualquier bulo que vaya en una línea de llegar
pronto a una normalidad de verdad, no nueva, más bien vieja, la de siempre. El
hombre es un animal de costumbres y, como a los niños, nos gusta repetir
gestos y actos. Si a esto añadimos la mala praxis comunicativa de nuestras
autoridades y de su leal oposición, el cansancio lleva camino de generar otra
pandemia paralela depresiva, además de proseguir la sanitaria.
Ahora estamos en época de brotes y rebrotes,
concretamente en Aragón vamos a cientos diarios. ¿Somos los aragoneses
transparentes y veraces en dar nuestros datos y los demás mienten? No lo sé. Si
es así, prosigamos, porque solo la verdad nos sacará de este
atolladero.
Dos han sido los factores esgrimidos como causantes
principales de los brotes: la precariedad existencial de los trabajadores
agrícolas inmigrantes y el ocio nocturno juvenil. Con el elemento positivo de
su rápido rastreo y su correspondiente confinamiento puntual. Y, entre los
brotes, hay noticias diarias de una (o varias) pronta vacuna y de tratamientos
posibles que nos traigan una nueva o vieja normalidad.
Pero el tiempo corre y desde el 13 de marzo en que se
decretó el estado de alarma hasta hoy han pasado ya cinco meses. Y las tareas
pendientes de nuestros políticos aún siguen pendientes. Tanto la cuestión
sanitaria, como la económica y la social. Y no digamos nada de la cuestión
institucional, que siempre queda como la cenicienta y es la clave de todas las
demás.
La crisis derivada de la pandemia ha dejado al
descubierto las vergüenzas de lo público en España: la falta de anticipación o
prevención, el desconcierto autonómico, la pésima gestión de los datos y la
inexistencia de una gestión profesional hablan claramente del vacío
institucional. Nos hemos entusiasmado con nuestros héroes sanitarios y no hemos
sabido ver que cuando un sistema funciona bien no hacen falta héroes. Y el
sistema sanitario no ha funcionado ni funciona bien, independientemente de sus
profesionales, especialmente la enfermería, verdadero sostén del sistema. Hace
falta más gestión y menos comunicación. Es necesario otro modo de hacer las
cosas, con mayor profesionalidad técnica y con menos amateurismo político. Y,
sobre todo, con una mejor organización que se derive de unos buenos principios
estratégicos y metodológicos.
El sistema político-administrativo está mostrando
todas sus limitaciones. Fuera de la fase procedimental de expedientes y
normativas varias, se nota demasiado la ausencia de inteligencia política,
suplida con esa falsa y exuberante “comunicación” que no es más que retórica
ocupadora del vacío. Y el bienestar de la gente no se defiende con retórica
sino con buena política y eficacia administrativa. Lo que no tiene nada que ver
con las conclusiones de la Comisión parlamentaria de la reconstrucción,
conjunto de desiderata que no transcienden la pura retórica política. Veremos
la calidad de los proyectos que hay que presentar a Bruselas para conseguir los
fondos europeos. El esfuerzo económico de la UE tiene como contrapartida
necesaria una transformación radical de las instituciones españolas. Y para eso
hace falta otro tipo de directivos, políticos y técnicos, que sepan priorizar
estratégicamente y con la vista puesta en los resultados, especialmente en
sanidad, educación y servicios sociales. Vale de retórica.
Hoy el país está roto. Si exceptuamos a políticos y
funcionarios, todos los demás (salvo la élite) están bajando la persiana:
empresarios, trabajadores por cuenta ajena, autónomos, profesionales varios,
jóvenes que, sin haberse estrenado en el mercado de trabajo, reciben sus
segundo mazazo laboral y profesional. La población empieza a desesperar, lo que
pone en peligro la estabilidad política y social. Y los vándalos están
vigilantes por si hay ocasión de actuar. Dejemos de jugar a progres y carcas que
la situación está muy mal. Aprovechemos la oportunidad de una crisis tan
profunda para modernizar nuestras instituciones, y pensemos que la bondad de un
Estado democrático de derecho llega a los ciudadanos por el buen funcionamiento
de sus instituciones y no por la retórica de los partidos políticos, meros
instrumentos funcionales del Estado.
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