domingo, 4 de septiembre de 2022

ADIÓS




Tengo 76 años y todavía tengo acto de presencia en algunos organismos, asociaciones o instituciones. Por ejemplo, en este periódico con la escritura de este artículo. Pero pienso que ya es hora de dedicarme a mí mismo, para recogerme y dedicar mis últimos años a dejar de opinar sobre mi entorno y centrarme en mí. Mis opiniones interesan a poca gente, y, a veces, suponen un ruido molesto que nadie me ha solicitado. Hace ya mucho tiempo le comuniqué a mi hija el epitafio que me gustaría: “… y procuró no molestar”. Pues bien, ya es hora de cumplir mi promesa. En adelante, me doy de baja en cualquier actividad que suponga una obligación, por ligera que sea. Me alejaré del mundanal ruido y me entregaré, en compañía de mis queridos filósofos, a reflexionar y practicar sobre el bien vivir y el bien morir.

Creo que tres cuartos de siglo es tiempo suficiente para haber dicho muchas tonterías y haber hecho perder el tiempo a demasiada gente. A partir de ahora, callaré, escucharé y solo hablaré cuando me lo pidan, si tengo algo que decir. Mi vida ha sido variada e interesante, he sido afortunado profesionalmente al dedicarme a la docencia, actividad que me encanta y en la que he sido moderadamente feliz, he tenido una familia buena y cariñosa, no me han faltado recursos básicos de ningún tipo, he tenido buenos amigos (¿y algunos enemigos?), he procurado mantener el equilibrio entre mi pensamiento y mi vida. A estas alturas, ya puedo definirme sartrianamente, pues ya he vivido, ya he completado el ejercicio de mi libertad. Si mis logros no han sido mayores es porque no he podido o no he querido. La docencia y la política han sido mis dos actividades fundamentales, y desde ellas siempre he trabajado por lo público, con aciertos y desaciertos, pero siempre con el afán de mejorar lo público, la gestión pública, el sentido de lo público, lo colectivo. Siempre, lógicamente, desde mi subjetividad, mi análisis y mis errores.

De mis cuarenta años de actividad pública, veinte la he ejercido como docente de Filosofía y Ética en Institutos de Bachillerato y otros veinte como cargo público en diversas instituciones: Ayuntamientos de Ejea y Zaragoza, Gobierno de Aragón, Universidad de Zaragoza y Diputación Provincial de Zaragoza. En todos mis cometidos he intentado cumplir con mi obligación, cuantitativa y cualitativamente. He sido leal con las instituciones, con la sociedad y conmigo mismo, que, a veces, es la lealtad más difícil. Si tuviera que resumir mi vida laboral, diría que dos han sido los objetivos principales: como docente, formar buenos e inteligentes ciudadanos; como cargo público, procurar que la función pública fuese siempre ejemplar. Como se puede apreciar, mi sentido de lo público ha sido una constante en mi vida. Todo lo he pensado y lo he practicado desde esa perspectiva

Mi intencionalidad siempre ha sido honesta. Mi ética y mi ontología han sido la misma cosa. Mi teoría y mi praxis han ido siempre en la misma dirección y se han enriquecido dialéctica y progresivamente. Siempre he reivindicado el derecho a equivocarme y siempre me he puesto en el lugar de los que no piensan como yo. La opinión y el debate siempre los he considerado imprescindibles.

Durante los últimos años, he escrito artículos de opinión en este periódico, al que agradezco su confianza. En ellos he actuado de voyeur-cronista de aquello que me parecía digno de opinión. La mayoría de los artículos han sido sobre materia política, asunto en el que siempre me he sentido involucrado y que entiendo como fundamental socialmente.

Enlazando con el comienzo de este artículo, me despido de ustedes-vosotros, lectores más o menos atentos, y les deseo lo mejor. También para mí. Adiós.

Mariano Berges, profesor de filosofía


domingo, 3 de julio de 2022

SÁNCHEZ ES LA CUESTIÓN

 


SÁNCHEZ ES LA CUESTIÓN

 

El 19-J, fecha de las últimas elecciones andaluzas, sí que puede ser la auténtica prueba de fuego para el PSOE. No se trata de una elección más, sino que estamos hablando de Andalucía, el mayor granero de votos socialistas, la comunidad autónoma donde el PSOE ha gobernado durante casi cuarenta años. Pero es que tampoco se trata de una derrota fortuita o casual, sino que llega detrás de otras derrotas sucesivas: Galicia y País Vasco en 2020, Cataluña (el PSOE ganó pero no gobernó) y Madrid en 2021, Castilla-León en 2022. Las próximas elecciones son ya las de mayo de 2023, el paquete mayoritario de las CCAA más las municipales. Las siguientes serán ya las generales. No sé por qué, pero el presente me recuerda mucho la atmósfera tan cargada antisocialista que había en las elecciones de 2011, también autonómicas y municipales, tras el batacazo de Rodríguez Zapatero y su mutismo sobre la crisis económica de 2008, con el ridículo “Plan E” de 8000 millones de euros, que recuerda mucho también al Plan anticrisis de los 9000 millones de euros de hoy, por la gran cantidad de dinero que supone, su poca eficacia fiscal y la poca credibilidad que aporta.

 

A poco que establezcamos la relación causa-efecto, veremos que el factor “Pedro Sánchez” tiene una clara influencia en los resultados. Desde el principio de su mandato como Presidente del Gobierno, Sánchez ha gozado de poca credibilidad. Su gobierno Frankestein no ha sido querido por la sociedad española desde el principio. Y siempre que ha tenido ocasión de demostrarlo lo ha hecho. Eso de gobernar con grupos y grupúsculos que no creen en el Estado español (independentistas y el Podemos de Iglesias) no es fácil de digerir, a pesar de la coartada de que el PP, de Casado antes y de Feijóo ahora, no quiere saber nada de pactos en los grandes asuntos de Estado. El no entendimiento de PP y PSOE es responsabilidad de los dos. Ni uno ni otro han hecho lo suficiente para conseguirlo. Y la sociedad, cuando habla, dicta sentencia inapelable, otorgando siempre mayor responsabilidad a quien tiene más obligaciones, que es el que manda.

 

Sánchez ha hecho cosas, es innegable, pero ha carecido siempre de un proyecto de Estado y de un concepto de sociedad, a pesar de su cháchara populista y activista. Y ha resistido muchos embates. No olvidemos su auténtica tesis doctoral, que no es la académica sino su autobiografía “Manual de resistencia”. Siempre ha creído que su sentido épico y su puesta en escena actoral son más que suficientes para aguantar en el cargo. Y puede que así sea, para aguantar sí, pero para renovar, no.

 

Pero el problema no es solo que Sánchez pierda sino lo que deja atrás, un partido sin ideología y sin proyecto. El PSOE actual es un partido con pocos líderes y muchos acólitos, que andan renqueantes en su vegetatividad superviviente. No es que no haya ideología (conjunto de ideas que caracterizan a una persona o colectividad,), es que no hay ideas. Solo hay ocurrencias, aplaudidas intramuros y jaleadas por los profesionales del momento y el lugar. Menos mal que los optimistas suelen decir que el futuro no está escrito, porque como el futuro socialista fuese una consecuencia mecánica del presente, el tiempo de regeneración va a ser largo, muy largo. En 2023 van a verse muchas jubilaciones políticas. Pero, bueno, es ley de vida.

 

Pero el gran problema es, como titulaba Sánchez Cuenca su artículo del martes 28 en “El País”, es que “El Gobierno no tiene quien le quiera”. Las razones de ello no son fáciles de explicar pero el hecho es ése. Es justo lo contrario que Feijóo, que no ha hecho ni dicho nada importante, pero está en ascenso ¿imparable?

 

Porque la gestión del Gobierno de coalición presenta una hoja de servicios bastante importante en una época nada fácil (pandemia más guerra). El problema es la forma. Un ejemplo nos sirve: el cambio en la postura de Sánchez sobre el Sahara. No es el hecho en sí sino el cómo, lo que hace inaceptable dicho cambio. Si el Presidente del Gobierno hubiera explicado que era necesario un cambio de perspectiva sobre una situación enquistada desde hace mucho tiempo y dicha explicación la hubiese acompañado con unos buenos compañeros de viaje, el hecho hubiese sido discutible pero respetable. Hacerlo en solitario y sin explicación ninguna no es de recibo en una sociedad como la española, que se siente en deuda con los saharauis.

 

Si analizamos la conducta de Podemos es mucho más fácil explicar su estancamiento, pues su querer y no poder supone impotencia, y la impotencia no está en el poder. Lo de Yolanda Díaz es una entelequia.

 

De todas las causas posibles sobre el cuestionamiento de Sánchez, la más importante pienso que es la cuestión territorial y sus afectos políticos hacia los independentistas. Las incoherencias de Sánchez sobre su concepción del Estado, sus arranques y sus paradas, su aislamiento y sus soluciones de última hora, convierten la política en un sinvivir. Si a esto unimos la inflación galopante y su consecuente e imparable alza de precios, se configura un escenario en que la ciudadanía escatima su afecto por quien no le garantiza estabilidad, ni económica ni emocional.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

domingo, 5 de junio de 2022

PENSAMIENTO COMPLEJO

En estos momentos (junio, 2022) existen en España una serie de factores de dudoso resultado final: proceso electoral múltiple que finalizará con el año 2023 con las generales, y en medio elecciones locales y autonómicas; factor Feijóo en la batalla PSOE-PP con Sánchez siempre en el más difícil todavía; Yolanda Díaz y su ya sempiterna plataforma; el uso y gestión de los fondos europeos, que va con retraso y dudas; la guerra de Ucrania, que ha entrado en lo anodino y ya no es noticia de primera página, con sus secuelas políticas y económicas; y Cataluña, siempre Cataluña, con su eterno proceso independentista y su constante violación de las leyes y principios constitucionales ante la tolerancia de los gobiernos centrales de turno. Ah! Y la pandemia, que ya no hablamos de ella.

Uno no sabe qué asunto seleccionar porque hablar de todo es no hablar de nada. Y, al final, caes siempre en el factor común de todo ello, que no es otro que la clase política, responsable siempre, junto con otros, de lo bueno y lo malo que acontece en la sociedad.

Para intentar compendiar todas las cuestiones citadas y más, solo se me ocurre echar mano de Edgar Morin y su pensamiento complejo, siguiendo la estela de hace unos días de mi buen amigo Rafael Jiménez Asensio que celebraba los 100 años del pensador francés y su capacidad para seguir desbrozando el presente.

Hablar del presente siempre es complicado pues coinciden en el tiempo y en el espacio asuntos aparentemente dispersos que solo pueden ser abordados desde una disposición mental multidisciplinar y multirreferencial. Pues bien, Morin se sitúa en su epistemología general que no es otra cosa que una disposición mental como forma de abordar la realidad, siempre poliédrica. Y así va construyendo su “pensamiento complejo” como vía de conocimiento de la realidad. Y si, además de pensar, actúas, el binomio pensamiento-acción es capaz de desbrozar y explicar la siempre oscura realidad. Filosofía y vida se entremezclan de tal manera que una no se entiende sin la otra. Todo lo que palpita es vida, ya sean incertidumbres, fracasos o éxitos. Y toda la vida puede y debe ser objeto de conocimiento para poder encauzarla y vivirla en sus justos términos. Es lo que entendemos por dar sentido a la vida, sin el cual una vida no merece ser vivida.

Si volvemos a nuestra realidad (española, europea o mundial), observamos que todo está interrelacionado. Que el pensamiento y la acción de unos no son posibles sin el pensamiento y acción de otros. Que nos autoalimentamos los unos a los otros. Y que solo atisbarán algo los que se atrevan a entrar en la complejidad desde la duda. Lo más contrario a este posicionamiento intelectual es el dogmatismo y el sectarismo, ya que desde ellos te cierras a todo cambio y transformación en el futuro. El presente se entiende mejor desde el futuro, y no desde el pretérito, simple condicionante, como piensan algunos pseudohistoriadores. Porque es el futuro quien indica la dirección. Vivir el presente desde el futuro, ésa podría ser una manera de enfocar correctamente la compleja realidad.

Todos los asuntos citados al principio de este artículo solo pueden encauzarse desde un futuro al que queramos llegar. Tomemos Cataluña como ejemplo. ¿Qué quieren los catalanes y los españoles para Cataluña y para España? ¿Qué es posible querer? Porque a veces se pretende lo que no se puede y eso sí que es empezar mal, porque entonces no hay ni presente ni futuro, y el pretérito no hace más que confundir más las cosas. Pero la cuestión catalana tampoco es posible que haya llegado hasta aquí, cual calle cortada, sin la omisión y comisión de los distintos gobiernos españoles. Uno no puede desentenderse de aquello en lo que está obligado a intervenir, pues alteraría el resultado final. La realidad suele ser el resultado de decisiones no tomadas o mal tomadas, por no tener claro el futuro al que queremos llegar. Si partimos del hecho de que solo hay un Estado, España, y que el resto son (se llamen como se llamen) partes que configuran ese Estado, todos empezaríamos a hablar un mismo lenguaje. Y partiendo de un futuro de suma cero en lo político y económico, todos tenemos la libertad de optar por unas cosas u otras, siempre sin restar a los demás. Para eso sirve la política, para acordar los desacuerdos y para distribuir con criterios de justicia y proporcionalidad. El resto es bla, bla, bla, sin pretérito ni presente ni futuro.

Mariano Berges, profesor de filosofía


jueves, 12 de mayo de 2022

AYER, HOY… Y MAÑANA

 



Como yo soy mayor recuerdo con emoción el 28 de octubre de 1982, fecha de la primera victoria socialista, con mayoría absoluta, la máxima habida hasta ahora -202 escaños-, y el surgimiento de la figura de Felipe González con su propósito, en gran parte cumplido, de modernizar y europeizar a España. Fueron catorce años de potente gobierno socialista hasta que el cansancio y ciertos pasajes de corrupción agotaron esa fuerza política. Todo fue bien mientras duró. Pero se trata de una lógica aplicable a todas las cosas, inanimadas y animadas, y más todavía a la conducta humana, tanto individual como colectiva.

De entonces a ahora han pasado muchos años y muchas cosas. Pero si lanzamos una mirada panorámica, exenta de prejuicios, observamos que cada época tiene sus características y sus protagonistas. Que no es justo ni sano analizar el presente con criterios del pasado. Yo siempre he defendido que cada generación tiene el derecho y el deber de construir su presente y preparar su futuro. Y que los mayores tenemos la obligación de ponernos en su lugar e intentar entender qué y por qué hacen lo que hacen. El análisis del presente no se puede hacer desde nuestras viejas coordenadas, alimentadas por una nostalgia improductiva y estéril.

Pues bien, en la actualidad, tenemos un gobierno de coalición entre PSOE y una presunta izquierda de la izquierda, que a trancas y barrancas va sacando adelante una legislatura nada fácil. Su presidente es un socialista joven, desconocido hasta hace muy poco tiempo, audaz hasta casi la temeridad, que se ha atrevido a elaborar unas fórmulas, alianzas y propuestas, a las que desde unos parámetros seniors, entre los que me incluyo, les dábamos poco tiempo de duración. Le hemos negado el pan y la sal. Lo hemos tildado de superviviente a costa de las esencias socialistas que estaba dilapidando. Y él ha aguantado carros y carretas; ha surfeado como nadie todo tipo de olas, amigas y enemigas; ha mantenido el tipo y nunca ha dejado de pergeñar un futuro más o menos borroso pero mínimamente viable. Hacer todo eso solo y aún en contra de las esencias socialistas, de insultos de los suyos y de los contrarios, de análisis descalificadores de los medios amigos, menos amigos y enemigos y, a lo máximo, con la indiferencia de los más, todo ello no deja de tener su mérito, si no poético sí épico.

Sí que hay algo a lo que, ni en la actualidad ni en el pasado, se le ha metido mano: la poca calidad de nuestras instituciones. Se trata de un mal endémico y sistémico de nuestro país de cuya regeneración huimos permanentemente. Lo nuestro es el presentismo y no la planificación estratégica. Nunca hemos entendido que la política es un proceso donde unos lo planifican, otros lo llevan a cabo y los terceros lo modifican. Si quitásemos de nuestra liturgia tanta inauguración y todos tuviéramos la dignidad de reconocer los méritos de los demás, todo sería más limpio.

Pues bien, sigo con lo que estábamos: el “gobierno Frankestein” sigue impertérrito su andadura entre la pandemia vírica, la guerra de Ucrania y la crisis energética que nos rodean. Nadie nace aprendido y todos tenemos que desaprender para volver a mirar con un nuevo visor lo que ocurre en la actualidad. Lo que no es fácil y exige eso que los clásicos llamaban la metanoia o reconversión de la mente.

No me he reconvertido en fan de Sánchez, pero algún mérito habrá que otorgarle. Y junto a Sánchez a todos los acompañantes bajo palio, que sin exquisitez pero con aguerrida militancia (¿interesada?) lo siguen y corean. ¿Es Sánchez el problema? ¿Es la solución? Quizás sea el problema y la solución.

He escrito este artículo desde y contra mis prejuicios y, como siempre, reivindicando el derecho a equivocarme. Pensar y opinar nos hace más libres.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

domingo, 10 de abril de 2022

SIGUE LA GUERRA EN UCRANIA



Aunque en mi artículo anterior me negaba a comentar la geoestrategia de la guerra en Ucrania, hoy me siento impelido a hacerlo por: 1) no evadirme de la realidad imperante; y 2) evitar las obviedades al uso. Como consecuencia, me meto en un charco no fácil de vadear. Pero lo hago desde la duda, nunca desde el dogmatismo. Intento buscar una línea intermedia que evite un análisis simplista para un problema tan complejo. La primera pregunta es ¿estamos al borde del abismo con la guerra en Ucrania? Varias imágenes vienen a la mente: los misiles cubanos de Kruschev, la guerra de Yugoslavia y, desde luego, las guerras de Afganistán, Siria, Libia, Irak… Y siempre nos encontramos con las dos superpotencias en escena: USA y Rusia (antigua URSS). Ahora se ha añadido una tercera, que ya es segunda superpotencia, China, que está en modo observador pero no neutral. La UE con su parte proporcional de OTAN, está en medio y debe reflexionar sobre su papel futuro en el nuevo orden mundial.  Y, por favor, no identifiquemos UE con OTAN, porque la perspectiva USA no siempre favorece a la UE. Véase el Brexit.

En el escenario de Ucrania, el débil es invadido por el poderoso, como ha pasado en todas las guerras citadas. ¿O no recordamos que la invasión de Irak se hizo al margen de la ONU? Pero lo que no podemos olvidar es la cantidad de causas y consecuencias que tal acontecimiento tiene. Y lo seguro es que al final habrá un final de paz pactado. No sabemos cuándo ni qué características tendrá, pero sí que es seguro que el precio en vidas y éxodos va a ser incalculable e irreversible. La pregunta que me hago y volveré a hacerme en su momento es ¿no pudo hacerse eso mismo sin empezar la guerra? Y entre los causantes incluyo, por descontado a Putin, autor material del desaguisado, pero también al resto de países diletantes en la preguerra, incluida responsabilidad de la propia Ucrania, a pesar de ser la agredida. Quizás sea mi vena poco patriótica la que me hace dudar del papel de la propia Ucrania no cediendo en algo que va a tener que ceder (neutralidad, desmilitarización y federalismo). Porque si al final lo hace, como supongo, pero a este precio altísimo en vidas y éxodos, ¿qué se ha conseguido? Porque ya se sabía que la OTAN no iba a intervenir directamente en la guerra, y que Rusia era infinitamente superior en medios a Ucrania. Yo, personalmente, cuando oigo las palabras héroe y patriota me pongo a temblar y procuro evitar esa situación. Cada día soy más cosmopolita y menos nacionalista, ni de Aragón ni de España.

¿Es o no es cierto que se le prometió a Gorbachov, aunque fuese verbalmente, que la OTAN no se ampliaría hasta incluir a las antiguas democracias populares? Sin embargo, desapareció el Pacto de Varsovia y no así la OTAN, aunque muchos europeos lo pidieron. Y entraron como nuevos socios en la OTAN: Polonia, Chequia, Hungría, Rumanía, Eslovenia, Albania y Croacia. Y el autoritario Putin no se lo piensa dos veces y salta.

Ya sé que, tras la desmembración de la URSS, los citados países son plenamente independientes y dueños de su destino, pero todas las guerras, incluso la guerra fría, acaban con armisticios y reparto de zonas de influencia. En el fondo, Ucrania solo pretendía lo mismo que los antiguos países comunistas, entrar en la UE y la OTAN, o lo que es lo mismo, alejarse de la influencia de los sucesores de Stalin. Cada uno huye de lo malo conocido.

Ya se sabe que en las guerras hay más propaganda que información. Es también sospechosa la ausencia de un debate profundo sobre las causas y las consecuencias del conflicto. No es blanco o negro todo lo que aparentemente se ve. Lo único claro es que le geopolítica y la geoeconomía están detrás de esta guerra, que ya constituye una amenaza, fundamentalmente para Europa, que puede ser la mayor pagana de todo.

Si nunca funciona el aplicar fórmulas simplistas (democracia contra autocracia) para problemas complejos, mucho menos funciona cuando mientras se piensa o se negocia, la gente muere. De momento, España va a doblar su presupuesto armamentístico en dos años (lo mismo el resto de la UE), por lo que ya sabemos que USA va a extraer la mayor porción de la tarta económica derivada de la guerra. Independientemente de la reconstrucción de Ucrania.

Para finalizar, una pregunta elemental: ¿Dónde está la ONU? Si después de esta guerra no se replantea el papel y el funcionamiento de la ONU, casi mejor es que desaparezca. Porque se ha constatado, una vez más, que la guerra no es otra cosa que la continuación de la política por los procedimientos más indeseables. Con ONU y sin ONU.

Mariano Berges, profesor de filosofía

viernes, 11 de marzo de 2022

GUERRAS

 



¡Vaya mes! Ante tantos, variados y graves acontecimientos, uno no sabe a cuál atender. Tampoco es cuestión de jerarquizarlos por su gravedad, proximidad o conocimiento. Son tantos y tan graves que uno se anonada y opta por el silencio. Un silencio, aparte de lógico por el desconocimiento propio de los factores y causas de su desarrollo, que no interfiera en la liturgia del sufrimiento y no nos distraiga de lo que realmente hay que hacer, que no es otra cosa que acabar con ellos.

La guerra de Ucrania es impensable en la Europa del siglo XXI. Y si lo impensable ocurre, es que alguien lo ha pensado y lo ha llevado a cabo. No voy a ser tan impúdico y temerario como para opinar de geoestrategia mundial. Ya sabemos que España es un país de genios y que de la nada ha surgido una pléyade de epidemiólogos como ahora surge de “putinólogos”. Bastante tiene uno con intentar entender algunos artículos de expertos y guardar silencio ante el sufrimiento, muerte y migraciones de los ciudadanos de un país libre y soberano llamado Ucrania. Para no pecar de impúdico, solo me queda pedir el final de esta agresión por parte de la comunidad internacional. Si es por la vía diplomática, mejor, pero si es necesaria la guerra profesional contra el agresor… hágase, y cuanto más rápidamente, mejor. Una vez más, los pacifistas de pacotilla saben más que nadie y nos dan lecciones de moral a los demás. ¿O no aprendimos en Yugoeslavia? Hay un sector de la izquierda española que todavía no ha entendido que estar en la OTAN es la única manera de que España esté alineada con la UE en materia de defensa. Y esos titubeos de hoy no envío armas y mañana sí.

La guerra del PP es, aunque grave políticamente, más leve en sufrimiento y consecuencias. Sin embargo, políticamente es muy grave que uno de los dos grandes partidos estatales españoles se descomponga porque dos niñatos (Ayuso y Casado) se pongan a reñir sobre quién la tiene más larga. Al menos, alguien ha abierto una solución sensata y con perspectiva de futuro. Feijóo es la solución propuesta y parece que, visto lo visto, es la menos mala. Veremos. Los dos dirigentes peperos han dado una muestra de inmadurez que aterra ver la clase política que tenemos. Porque de eso ha ido la cosa, de una riña en el patio del colegio que a punto ha estado de hundir el colegio. Pobre PP, no sale de una y se mete en otra.

Casado, que surgió de la nada y a todos se les coló, ha demostrado ser políticamente un desastre. Para empezar, no ha sabido definir su espacio político. Vox lo ha asfixiado y no lo ha dejado respirar desde el primer momento. Y el PSOE lo ha encogido de tal manera que solo ha sabido insultar a su líder, sin ningún contenido político ni de Estado ni nada que se le parezca. Una de las primeras frases de Feijóo retrata bien la impericia de Casado, “no vengo a insultar a Sánchez sino a ganarlo”. Al menos, la cuestión principal está centrada. Pienso que no merece la pena seguir hablando de quien ha sido una mera anécdota en el PP.

La niñata Ayuso se ha quedado sin juguete si no insulta a Sánchez, pues la gestión ya sabemos que no va con ella. Su intervención en el último acto del PP, pidiendo la hoguera para los demás, siendo ella la investigada por la fiscalía, es un auténtico sainete madrileño. Pero, claro, no nos vamos a reír. El nuevo líder del PP va a tener un grave problema con ella. Y con su asesor áulico (MAR). Vamos a respetar el mes de marzo que le queda al PP antes de su congreso extraordinario y manifiesto mis mejores deseos de que acierte en la solución, para su propio bien y el de España, que necesita partidos fuertes, rigurosos y democráticos.

¿Será ésta la ocasión en que la radicalización y el deterioro del debate público español incluya también reflexión y negociación, y no solo insultos y/o mercantilismo? Desde el fallido pacto entre PSOE y Cs, que llegaban a los 180 escaños parlamentarios, España ha ido de mal en peor. PSOE y PP han sido incapaces de negociar la más mínima propuesta o ley en el Parlamento. El bipartidismo imperfecto no ha podido ser ocupado por los nuevos partidos, Podemos y Cs, y tampoco aún por Vox. Cierto que las denominaciones partidistas son todas provisionales y la ciudadanía sigue situada oscilando entre el centro izquierda y el centro derecha. El poder lo da el centro. Las oscilaciones forman parte del paisaje político y se nutren de los premios y castigos que el cuerpo electoral otorga a su hacer en el gobierno.

Ojalá que ambas guerras, una internacional y otra nacional, entren en fase de solución a la mayor brevedad. Desde mi humilde atalaya de voyeur brindo porque así sea.

Mariano Berges, profesor de filosofía

domingo, 6 de febrero de 2022

ANGEL GUINDA, POETA

El pasado día 29 de enero murió Ángel Guinda, un enorme poeta y un hombre ontológicamente bueno, sin retóricas ni adjetivos. Este artículo sirve de recuerdo y personal homenaje.

 

Es difícil encajar en un artículo la personalidad y la amplia panorámica poética y humana de Ángel Guinda, amigo, hermano y maestro. Para ello voy a usar las notas que preparé para hacer la presentación de un libro suyo, “Poemas para los demás”, editado por Olifante en 2009. Este poemario no es ni mejor ni peor que otros poemarios suyos. En todos se autorretrata y nos habla de todas sus obsesiones. Cualquiera de ellos sirve para trazar una panorámica de su ser y su estar en el mundo.

 

Cuando leo a Ángel Guinda me conozco mejor, me siento mejor. Y siempre hago una lectura interesada, porque me interesa y desde mis intereses que sus poemas excitan: Epicuro, Marx (los dos), la Escuela de la Sospecha (Marx-Nietzsche-Freud), Existencialismo, Wittgenstein. Guinda siempre hace una poesía, además de estética, filosófica y moral, principio laico robado por las religiones para domesticarlo y diluirlo, y que él reivindica para su tarea subversiva. Todos dicen que Guinda ha sido un poeta influyente, pero a mí me interesa más como poeta influido, por la realidad social de su tiempo.

 

En este texto, “Poemas para los demás”, el subvertidor Guinda usa la subversión como único modo de supervivencia y, siempre solidario, hace para los demás, propuestas de subversión. Su vasta cultura asoma permanentemente en sus versos, en los que, con una profunda humildad alcanza altas cotas de significado. Maneja la ironía como distanciamiento hermenéutico de la realidad. Como casi siempre en sus poemas, habla de la muerte, siempre integrada en la vida. Usa la paradoja y la dialéctica, como explicación de la apariencia externa y de la realidad oculta. Proclama su solidaridad con los vulnerables, siempre y total (el poeta habla por los “sin voz”). Sobre la actualidad, solo el poeta es capaz de entenderla y ponerle nombre. A la manera del gran poeta Valente, también Guinda es el poeta  que pone nombre a las cosas. Toca, cómo no, la religión, las creencias, la iglesia. Recordando a Buñuel, no podemos no tenerlos en cuenta; solo nos queda subvertirlo. Y, cómo no, el poeta nos habla de la vida, siempre vencedora de la muerte, hasta después de la muerte. He visto pocos poetas tan vitales como Guinda. Así, su poesía es su inmortalidad. Y siempre está latente la esperanza. El poeta nunca es derrotado porque nunca se siente derrotado. Siempre sujeto, nunca objeto. Y, cómo no, en este poemario aparece su homenaje a Trasmoz, desde cuya intimidad llega a la trascendencia: “y el sobrio cementerio / que en silencio me espera”.

 

Hay un poema que me encanta, “Semillas”, donde, desde su materialismo histórico alcanza la trascendencia terrena, con una magnífica síntesis de escritura y vida: Escribo con palabras / rotundas y sinceras, / con palabras de pan, / de aceite, vino, agua, / de casa, de la calle, / con ideas en bruto, / para que tú me entiendas… /Escribo con semillas. / Sencillamente escribo. / Escribo como vivo. / Escribo como soy.

 

No concibe su existencia  sin ser poeta. El poeta reivindica su oficio hasta más allá de la muerte. El poeta es siempre poeta, haga lo que haga: Si me quitan la palabra escribiré con el silencio. / Si me quitan la luz escribiré en tinieblas. / Si pierdo la memoria me inventaré otro olvido. /… Si me quitan la vida escribiré con la muerte.

 

Hay un poema “Credo” que, en su brevedad, es una impresionante oración, laica, atea, pero profundamente teológica. Aparecen conceptos como la muerte de Dios, Jesucristo como la negación de Dios y el hombre que se atreve a ser Dios, el cielo como cristalización de lo hecho en la tierra.

 

Hasta cuando es escéptico, su firmeza es sólida: Todo lo trae y se lo lleva el tiempo. / La vida es una trampa incorregible. / ¿En qué creer después de haber creído? / Todo lo crea el tiempo y lo destruye. / La muerte es la verdad de haber vivido.

 

Finalizo con su poema “A pie de página”, que dice así: El poeta Ángel Guinda / desertó de este mundo. / De espaldas a la muerte / y abrazado a la vida. Definitivo. Adiós, amigo.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

domingo, 23 de enero de 2022

Lo mediático y lo real

 



Los medios juegan a futbolizar la política, cada uno es de su equipo y lo que importa es ganar

Estamos a mitad de una teórica legislatura de cuatro años. Con un gobierno de coalición de izquierdas por primera vez desde la instauración de la democracia. Un gobierno que hace bastantes cosas, que promete muchas más, que finaliza bastantes menos, que tiene una oposición mucho peor que él, que ha estado acompañado de una pandemia nunca vista, desde el principio de legislatura, y que la hemos sorteado igual de bien o mal que nuestros países del entorno. Un gobierno del que se tiene una percepción social positiva, a pesar de las muchas críticas que recibe, que ha aprobado algunas leyes y otras medidas necesarias y aplaudidas. Por tanto, la coalición funciona y el PSOE aparece como el partido preferido por los españoles para gobernarlos.

Y, sin embargo, la imagen del gobierno no es buena. Se le acusa de inestable, de estar dividido, de incompetente, de más efectista que efectivo y, sobre todo, no inspira confianza de cara al futuro. Es una sensación poco creíble la que transmite el gobierno de coalición, porque los trabajadores siguen con sus altas cuotas de paro, con sus bajos salarios, la juventud sigue en tierra de nadie (¿hasta dónde llega la juventud?, porque hay jóvenes de 40 que aún no se han estrenado), la desigualdad sigue sin reducirse, el modelo económico sigue sin modificarse, la dependencia del exterior sigue dejándonos en la minoría de edad como país y, sobre todo, la pandemia sigue sin estar controlada ni con una hoja de ruta clara.

Con la pandemia nos pasa una cosa rara. Bueno, tan rara como lo que hemos comentado hasta ahora. Nuestra autoridades, locales, autonómicas y estatales, nos cuentan que están haciendo todo lo posible por defendernos de ella. Nuestra red sanitaria, aún sin ser tan buena como nos decían hasta hace poco, ha aguantado bastante bien la presión hospitalaria. La vacunación ha ido bien, al menos tan bien como en nuestro entorno. La sociedad se ha portado bastante bien en la disciplina que se le ha pedido. Y, sin embargo, en estos momentos, estamos a la cabeza de los contagios. Cierto que esto de los ranking suben y bajan con mucha facilidad y frecuencia. También en esto la ciudadanía tiene la mosca detrás de la oreja: tiene difícil la crítica, pero no está enamorada de sus autoridades. ¿Será la genética española, que nada le parece bien? Y aquí también aparece la nefasta oposición española. Ambos, oposición y gobierno, se acusan mutuamente de imposibilitar acuerdos básicos en cuestiones importantes de salud, economía, política. Pero ambos usan toda su energía en desacreditar al adversario en vez de seducirlo.

Ni siquiera los 140.000 millones de euros provenientes de Europa (la mitad a fondo perdido y la otra mitad con devolución) nos permiten ver el futuro con tranquilidad. Es como si el ambiente político español, con su permanente toxicidad, nos impidiera conciliar el sueño, y la incertidumbre se apoderara de todos nosotros hasta convertirse en ansiedad y depresión.

Mientras tanto, los medios de comunicación juegan a futbolizar la política. Cada uno es de su equipo y lo que importa es ganar. Nadie es de España, y mucho menos los que afirman solemnemente ostentar el monopolio de lo español. Y los independentistas, claro. Porque los medios, a pesar de la caída en las ventas, siguen siendo los que marcan la importancia de los asuntos y dictaminan sobre la posición, correcta o no, de los distintos agentes políticos. Y más aún en el caso de los ciudadanos españoles, que solo compran o solo leen el periódico de sus amores. A muy pocos se les ocurre leer algún periódico que no sea «el suyo». Y así, lo único que hacemos es ratificar lo que «ya sabía» de antemano. Y, sabedores de esto, los agentes políticos se dedican a hablar de lo qué y cómo les gusta leer-oír a los lectores.

Todo esto hace que exista una doble España, la real, que casi nadie conoce aunque la sufra, y la mediática, que casi todo el mundo cree conocer y la confunden con la real. Y esto es lo que llena a España de ruido y la vacía de debates sobre la realidad. Tenemos ejemplos todos los días en los distintos medios. Las ya famosas macrogranjas y un político llamado Garzón (falso debate pero mucho ruido). Una política llamada Yolanda, que no sabemos de qué partido es ni a quién representa ni qué propone, pero a la que parece que van a votar todos. Un presidente llamado Sánchez, que no enamora y al que todos criticamos, pero que saca todo adelante y que prácticamente tiene asegurada su legislatura. Una reforma laboral, que nadie ha leído, que a todos gusta (menos a los que no les gusta más que lo suyo) y que ha sido calificada, cómo no, como «histórica». Una pandemia que nos ha hecho a todos epidemiólogos y virólogos en cuatro días. Pero prácticamente nadie habla del paro real, de los salarios reales, de la juventud real, de la sanidad real, de la pobreza real, del mal funcionamiento de las instituciones. En definitiva, nadie habla de la realidad. Y así nos va.

Por cierto ¿qué es la realidad? Es la cuestión fundamental de toda filosofía seria.