sábado, 24 de octubre de 2015

DEFENSA DE LO PÚBLICO

Hoy nos centramos en el concepto de “lo público” y su defensa a ultranza ante el desguace que nos amenaza. Advierto que me moveré dentro del escenario capitalista, único existente y en el que, de momento, sólo cabe una postura fuertemente reformista. El socialismo, en la actualidad, desborda nuestros límites de posibilidad, lo que no impide que funcione como idea motora de la utopía y como referencia directiva.
El concepto moderno y occidental de “lo público” se deriva de la creación del Estado de bienestar como  una nueva concepción del capitalismo que atribuía al Estado un papel central. Se trata de actuar sobre la demanda por medio de instrumentos fiscales, la intervención pública y la política de empleo. El instrumento para su realización fue un pacto entre los sindicatos, las organizaciones empresariales y el Estado, que adquirió vigor entre aquellos países en los que los partidos socialdemócratas accedieron al gobierno. En este llamado “consenso socialdemócrata” el movimiento obrero renunciaba a cuestionar las relaciones de producción basadas en la propiedad privada a cambio de la garantía de que el Estado intervendría en el proceso redistributivo, a los efectos de asegurar condiciones de vida más igualitarias, seguridad y bienestar a través de los servicios, pleno empleo y la defensa de una distribución más equitativa de la renta nacional. 

En la actualidad, hay teóricos de la globalización que abogan por desmantelar los logros del Estado de bienestar. En el lado contrario están quienes, en nombre de la primacía de la política, se enfrentan a la vigencia de ese “pensamiento único”. La idea central es que la defensa del Estado de bienestar constituye un elemento clave en el comportamiento eficiente de una economía capitalista, puesto que no sólo mejora el capital humano de la sociedad (en educación, sanidad y acción social) sino que contribuye a la cohesión social y a la participación de los ciudadanos, factores más incentivadores de la productividad que la inestabilidad que generan las políticas neoliberales. Por lo tanto, la continuidad del Estado de bienestar, apuntalada por un poder político fuerte y coherente en sus objetivos, constituye un componente fundamental para el funcionamiento de una economía de mercado capitalista gestionada democráticamente.

Por el contrario, la insistencia en la aplicación a ultranza de políticas neoliberales potencia la conformación de sociedades fuertemente polarizadas en el terreno social, escenario favorable al cuestionamiento de la legitimidad y credibilidad del sistema político. Con la irrupción del PP y su mayoría absoluta en 2011, España ha comenzado el desmantelamiento de lo público y el desguace del Estado de bienestar de una manera rápida y sistemática. Los logros conseguidos durante los gobiernos socialistas van siendo sustituidos por sistemas y mecanismos funcionales donde lo privado impera sobre lo público y el bien común. La política neoliberal está usando la crisis como coartada y excusa para un retroceso en los derechos civiles, económicos y sociales y su modelo de Estado de bienestar. El cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento se usa como un instrumento “legal” en el desguace del modelo social.

Hay que tener en cuenta que los servicios de interés general no solamente son buenos para una política de igualdad social sino que también son fuente de desarrollo económico, creación de empleo, prosperidad y cohesión social. El bien común, expresión genérica que marca el objetivo del Estado de bienestar,  es un concepto que puede ser entendido como que el conjunto de los sistemas sociales, instituciones y medios socioeconómicos  funcionen de manera que beneficien a toda la sociedad. Sostener la equidad y mejorarla debe resultar irrenunciable para un Estado Social de Derecho. Sin embargo, la crisis económica y el cambio de modelo social han acrecentado las desigualdades, haciendo que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres, más pobres.

La crisis económica también ha puesto al descubierto una crisis de valores, destapando las carencias de un espíritu cívico. Aunque la irrupción de los movimientos sociales ha supuesto una corrección en ese déficit de valores ciudadanos. La libertad, la igualdad y la solidaridad son valores fundamentales a preservar en estos momentos de convulsión. Pero para llevar a cabo una política institucional que restaure estos valores, es necesario que nuestros representantes públicos tengan tres virtudes: capacidad, honestidad y una ideología progresista. Traducir el “argumentario” del partido a la práctica política no está al alcance de cualquiera. ¿Trabajan los partidos para que los componentes de sus listas sean idóneos para esta función? ¿O más bien las listas están básicamente configuradas por gente sumisa y obediente al líder de turno?

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 10 de octubre de 2015

LOS REFUGIADOS, LA ÚLTIMA MODA

Parece mentira que a los que ya tenemos una edad nos cojan desprevenidos con las olas de novedad mediática, con envoltorio caritativo y creándonos un complejo de culpa personal. ¿No llevamos toda nuestra vida con la cuestación del cáncer para lucimiento de aristócratas y notables, que suele acabar con algún desfalco cada cierto tiempo por parte de algún directivo?   ¿Ya no nos acordamos de cuando nos disfrazábamos de chinitos para pedir limosnas para la santa infancia, mientras Mao hacía su revolución? Pues eso, que esto no ha cambiado. Ahora son los sirios, como antes fueron los niños de Biafra, etc. “Los refugiados como arma de invasión” titulaba acertadamente Shangay Lily su artículo en Público.
Y, efectivamente, El País decía en su portada del día 7 de septiembre “La crisis de los refugiados obliga a planear bombardeos en Siria”. Primero bombardeamos, con las consecuencias de muertes, refugiados y destrucción. En segundo lugar enviamos nuestras empresas a reconstruir lo destruido. Mientras tanto, acogemos selectivamente  a los refugiados (solo a los cualificados) en nuestros países, explotando gratis el talento que tanta falta hará a sus países de origen. Ah! se me olvidaba, habremos matado al dictador que nos sirvió de coartada para poner en marcha todo el proceso esquilmador. ¿Y qué pasa con los otros dictadores que hay en el mundo y que no los tocamos? No recuerdo que la España del dictador Franco fuese invadida nunca por los americanos en los casi cuarenta años que duró.
Lo que ha pasado en Siria es exactamente lo mismo que sucedió antes en Afganistán, Irak, Libia y todas las primaverales revoluciones norteafricanas, ejemplo sospechoso de la globalización cibernética, controlada y manipulada por el capital financiero. Las crisis no aparecen por generación espontánea sino que las creamos cuándo y dónde interesa. Las vidas humanas fuera del primer mundo van realmente baratas: son pura estadística para lavar conciencias y generar nuevos negocios. La ayuda humanitaria como coartada para invadir países por meros intereses económicos. Los verdugos se transforman en benefactores con el coro de los medios de comunicación trasmitiendo u ocultando, según la oportunidad informativa,  las tragedias de cada momento. Y también hay categorías de refugiados. Ahora son los sirios, antes eran los subsaharianos, los negros, los palestinos, luego los del Este europeo. Y, aunque con otro cariz económico, también hoy intentan ser refugiados nuestros jóvenes sin trabajo en España. Porque la crisis es otra guerra financiera. Los medios de comunicación nos dictan por qué raza, grupo, etnia o nacionalidad hay que compadecerse cada temporada.
Kant, en su obra “La paz perpetua”, ya decía que la paz solo sería posible con un gobierno mundial ejecutivo. La ONU, creada tras la 2ª Guerra Mundial con el objetivo fundamental de impedir cualquier guerra y de implantar los derechos humanos en todo el planeta (la Declaración Universal de Derechos Humanos es de 1948), es un instrumento fallido por el control de los cinco grandes países con derecho a veto y se ha convertido en el foro donde se escenifican los intereses geoestratégicos de las grandes potencias y sus países satélites. Y ya en los años sesenta, Sartre escandalizó a los bienpensantes europeos cuando escribió en el prólogo de la obra de Franz Fanon (“Los condenados de la tierra”) que el alto confort europeo era gracias a la explotación colonialista europea con el tercer mundo. Al final, descubrimos algo tan elemental como que los pobres son condición imprescindible para la existencia de los ricos.
Acabemos con todas las guerras, dejemos de explotar el negocio de las armas, industrialicemos el tercer mundo, especialmente África. Y entonces veremos que no hay refugiados ni top-manta, ni pateras. Nadie abandona su país por capricho. Y, de hecho, la mayoría de los que vienen son los más capacitados, biológica y académicamente, porque son los únicos con fuerza mental suficiente para tan gran sacrificio personal. Porque es Europa, bajo el liderazgo de los Estados Unidos, y Rusia, los que han intervenido militarmente en los países de los que huyen los refugiados. No atajemos las consecuencias sino las causas, como principio básico de cualquier ciencia o filosofía que se precie. Y no seré yo quien niegue la bondad moral y material de la solidaridad de las gentes de los países prósperos, pero el problema solo se resolverá con soluciones reales y duraderas en los países de origen, como es el fin de las guerras y la instauración de una democracia real y una industrialización justa. El cumplimiento de los derechos humanos no es posible sin una mínima dignidad material.


Mariano Berges, profesor de filosofía