Parece mentira que a los que
ya tenemos una edad nos cojan desprevenidos con las olas de novedad mediática,
con envoltorio caritativo y creándonos un complejo de culpa personal. ¿No
llevamos toda nuestra vida con la cuestación del cáncer para lucimiento de
aristócratas y notables, que suele acabar con algún desfalco cada cierto tiempo
por parte de algún directivo? ¿Ya no
nos acordamos de cuando nos disfrazábamos de chinitos para pedir limosnas para
la santa infancia, mientras Mao hacía su revolución? Pues eso, que esto no ha
cambiado. Ahora son los sirios, como antes fueron los niños de Biafra, etc.
“Los refugiados como arma de invasión” titulaba acertadamente Shangay Lily su artículo en Público.
Y, efectivamente, El País decía en su portada del día 7 de
septiembre “La crisis de los refugiados obliga a planear bombardeos en Siria”.
Primero bombardeamos, con las consecuencias de muertes, refugiados y destrucción.
En segundo lugar enviamos nuestras empresas a reconstruir lo destruido.
Mientras tanto, acogemos selectivamente a
los refugiados (solo a los cualificados) en nuestros países, explotando gratis
el talento que tanta falta hará a sus países de origen. Ah! se me olvidaba,
habremos matado al dictador que nos sirvió de coartada para poner en marcha
todo el proceso esquilmador. ¿Y qué pasa con los otros dictadores que hay en el
mundo y que no los tocamos? No recuerdo que la España del dictador Franco fuese
invadida nunca por los americanos en los casi cuarenta años que duró.
Lo que ha pasado en Siria es
exactamente lo mismo que sucedió antes en Afganistán, Irak, Libia y todas las
primaverales revoluciones norteafricanas, ejemplo sospechoso de la globalización
cibernética, controlada y manipulada por el capital financiero. Las crisis no
aparecen por generación espontánea sino que las creamos cuándo y dónde
interesa. Las vidas humanas fuera del primer mundo van realmente baratas: son
pura estadística para lavar conciencias y generar nuevos negocios. La ayuda
humanitaria como coartada para invadir países por meros intereses económicos.
Los verdugos se transforman en benefactores con el coro de los medios de
comunicación trasmitiendo u ocultando, según la oportunidad informativa, las tragedias de cada momento. Y también hay
categorías de refugiados. Ahora son los sirios, antes eran los subsaharianos,
los negros, los palestinos, luego los del Este europeo. Y, aunque con otro
cariz económico, también hoy intentan ser refugiados nuestros jóvenes sin
trabajo en España. Porque la crisis es otra guerra financiera. Los medios de
comunicación nos dictan por qué raza, grupo, etnia o nacionalidad hay que
compadecerse cada temporada.
Kant, en su
obra “La paz perpetua”, ya decía que la paz solo sería posible con un gobierno
mundial ejecutivo. La ONU, creada tras la 2ª Guerra Mundial con el objetivo
fundamental de impedir cualquier guerra y de implantar los derechos humanos en
todo el planeta (la Declaración Universal de Derechos Humanos es de 1948), es
un instrumento fallido por el control de los cinco grandes países con derecho a
veto y se ha convertido en el foro donde se escenifican los intereses
geoestratégicos de las grandes potencias y sus países satélites. Y ya en los
años sesenta, Sartre escandalizó a
los bienpensantes europeos cuando escribió en el prólogo de la obra de Franz Fanon (“Los condenados de la
tierra”) que el alto confort europeo era gracias a la explotación colonialista europea
con el tercer mundo. Al final, descubrimos algo tan elemental como que los
pobres son condición imprescindible para la existencia de los ricos.
Acabemos con todas
las guerras, dejemos de explotar el negocio de las armas, industrialicemos el
tercer mundo, especialmente África. Y entonces veremos que no hay refugiados ni
top-manta, ni pateras. Nadie abandona su país por capricho. Y, de hecho, la
mayoría de los que vienen son los más capacitados, biológica y académicamente,
porque son los únicos con fuerza mental suficiente para tan gran sacrificio
personal. Porque es Europa, bajo el liderazgo de los Estados Unidos, y Rusia, los
que han intervenido militarmente en los países de los que huyen los refugiados.
No atajemos las consecuencias sino las causas, como principio básico de cualquier
ciencia o filosofía que se precie. Y no seré yo quien niegue la bondad moral y
material de la solidaridad de las gentes de los países prósperos, pero el problema
solo se resolverá con soluciones reales y duraderas en los países de origen,
como es el fin de las guerras y la instauración de una democracia real y una
industrialización justa. El cumplimiento de los derechos humanos no es posible
sin una mínima dignidad material.
Mariano
Berges, profesor de filosofía
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