sábado, 26 de septiembre de 2015

CATALUÑA, 27-S

Por obligación de opinador hoy toca Cataluña, aunque me resulta ya una cuestión axfisiante y hasta un tanto apática. No hay derecho a que una cuestión artificialmente creada por cierta clase política desasosiegue a la población española residente en Cataluña. Ya desde el principio, afirmo que yo votaría cualquier opción no independentista, ya que la independencia de Cataluña es un problema artificial, o como mucho meramente sentimental, falsamente histórico y que no solo no solventaría los problemas de los catalanes sino que los complicaría. La única situación que mejoraría sería la de la casta burguesa catalanista, que manejarían a su antojo la economía y los sentimientos de un pueblo magnífico con muchas virtudes y algunos defectos.

Parto de una convicción: ni Rajoy ni Mas (o sea, ni el PP ni Convergencia) quieren la independencia de Cataluña. Lo único que quieren ambos es su permanencia en el poder, de España y Cataluña respectivamente. De ahí la rigidez de ambos en sus respectivos posicionamientos: para Mas el posicionamiento independentista es una huida hacia adelante como sublimación ocultadora de su fracaso sociopolítico, y para Rajoy su enquistamiento centralista es el intento de rentabilizar electoralmente una imagen política de ser el único que puede frenar la independencia catalana frente a la ambigüedad y claroscuros de los demás partidos políticos. Por lo tanto, el diálogo no les interesa a ninguno de los dos, y ambos necesitan el posicionamiento fuerte y polarizado de España y Cataluña, porque su dialéctica encarnizada de España Una y de Cataluña Libre esconde el fracaso de ambos como políticos incapaces de solucionar socialmente la crisis que tiene postrados a los ciudadanos españoles y catalanes. La independencia de Cataluña se convierte así en la coartada ideal para los intereses políticos de ambos. Simplemente es la antítesis del sueño de una España federal en una Europa federal. Ése sí que sería un magnífico escenario para la regeneración democrática que la sociedad exige y necesita.
De alguna manera, el embrión de esta tendencia separatista está en la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, previa impugnación del PP, y el uso demagógico que los catalanistas-soberanistas-independentistas han hecho de la sentencia (efecto buscado). La liturgia victimista catalana comenzó en ese momento. Todo lo anterior había sido puro mercantilismo de Pujol.
Mañana, domingo 27 de septiembre-15, los catalanes votan no se sabe qué: un simple parlamento autonómico, un plebiscito abortado, una fase más en la escalada independentista, un pacto vergonzoso entre Convergencia y Esquerra Republicana que consolide sus objetivos indeclarables, o de todo un poco. Por un lado están los de la lista de Junts pel Sí, con el complemento de la CUP (más coherente ideológicamente aunque yo no comparta su proyecto), y por el otro lado, el popurrí del resto de los partidos con matices diferenciadores entre si y que, entre todos, van a volver locos a los votantes. Una vez más el relato político ha construido una realidad ficticia que no va en línea con los problemas sociales de la ciudadanía.

De todas las posturas partidistas la más lógica es la socialista, aunque pudiera ser una simple declaración de intenciones. El federalismo (igualitario y solidario por definición) es una postura racional y equitativa para todos los españoles, pero también es una fórmula de mucha dificultad técnica, con poca tradición en España y, lo que es peor, que llega en un momento en que a los independentistas todo les parece poco, y a los no independentistas todo les parece mucho. Por eso, la cuestión está francamente difícil, ya que al día siguiente de las elecciones no existirá ningún mandato popular más que para constituir un parlamento autonómico, exactamente igual que el de Aragón o Extremadura. Todo lo demás será puramente subjetivo, emocional y virtual. Pero cuidado con los actos simbólicos, que son peligrosos. Lo racionalmente político que habría que hacer al día siguiente de las elecciones es constituir una comisión de notables para que desde la honestidad y eficacia política y con un sentido de Estado fuera de toda duda, se empezase a configurar un consenso para, en un plazo prudente, sin urgencias histéricas ni relajaciones tramposas, se abordase la reforma constitucional. Eso serenaría los ánimos y los políticos podrían dedicarse a lo auténticamente importante, los problemas de los ciudadanos españoles (y catalanes). Pero debería tratarse de una reforma constitucional con el objetivo de solucionar los problemas de España y no solo los de Cataluña, que los tiene como el resto de España.

Mariano Berges, profesor de filosofía


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