domingo, 30 de julio de 2017

LA ESCLEROSIS INSTITUCIONAL COMO CORRUPCIÓN

Tras un breve paréntesis veraniego vuelvo a la vida normal y me encuentro con el asunto futbolero del “villarato”, con el suicidio de Blesa, más los asuntos de ya hace mucho tiempo, que siguen su proceso judicial, lento y farragoso, para beneficio de los imputados en la búsqueda de prescripciones temporales o de pactos con la fiscalía. Sin olvidarnos del culebrón catalán, cual esperpento en busca de mejor autor. En definitiva, son los estertores de un sistema que nació brillantemente como salida de una dictadura y que languidece en su inercia institucional por no haber modificado su funcionamiento según las pautas que los cambios sociológicos y demográficos demandaban.
El “villarato” es la denominación a los 29 años de Villar en la presidencia de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). Esa barbaridad de tiempo al mando de un organismo con tanto poder económico y su enorme capacidad clientelar interna y externa, da para los más de cien millones de euros que el juez maneja como hipótesis delictiva para Villar y sus corifeos. Cómo iba a quedar el futbol patrio fuera de esta ola de corrupción que nos invade. Seguiremos el asunto.
El suicidio de Blesa es un final trágico no raro, como consecuencia del choque emocional que suele habitar en las personas que son juzgadas por delitos contra el erario público y que pasan de ser los reyes del mambo a ser insultados y condenados socialmente en todos los lugares por los que pasan. A veces no es tanto el dinero como la vanidad el gran éxito mundano de los triunfadores. También el dinero, por descontado. Ante un suicidio, silencio por favor.
Ambos casos, la RFEF y Caja Madrid-Bankia, son organismos que han sufrido la esclerosis institucional y que han dado como resultado el funcionamiento anómalo y corrupto ante la inoperancia de los órganos que tenían que vigilar el correcto funcionamiento de todo organismo público. Es aquí donde radica la causalidad de toda esta ola de corrupción que nos invade: los órganos que deben velar  por el buen funcionamiento institucional no son lo suficientemente independientes y sus miembros son cooptados por las propias instituciones que deben ser vigiladas. Desde las humildes Intervenciones, Tesorerías y Secretarías Generales de las instituciones locales, pasando por las Cámaras de Cuentas y otros muchos órganos de control y llegando a las fiscalías y jueces del poder judicial, todo ello está condicionado, en mayor o menor grado, directa o indirectamente, por las formaciones políticas.
Sobre este asunto de máximo interés para la regeneración de nuestro país, no puedo menos que citar el libro de mi buen amigo Rafael Jiménez Asensio, doctor en Derecho y Consultor Institucional, “Los frenos del poder. Separación de poderes y control de las instituciones”, donde explica con claridad y eficacia cómo ha evolucionado, cuál es y qué papel cumple el correcto funcionamiento de los mecanismos de control del poder en la calidad y legitimación de las instituciones en las democracias avanzadas.  Con su permiso, me inspiro en alguna de sus propuestas. 
Una de las consecuencias más graves y que menos se suele citar de la crisis económico-financiera que padecemos es una crisis institucional de magnitudes desconocidas respecto del modelo de 1978. Y la omisión más flagrante es que ni se ha diseñado ni se ha garantizado que la arquitectura de separación de poderes actúe realmente como freno del poder. Y un gobierno sin frenos de poder se transforma con facilidad en despótico. ¿Será verdad esa imagen que España tiene como pueblo indolente y poco amigo de principios básicos como son la objetividad, la imparcialidad, el mérito o la responsabilidad?
Cuando hablamos de dictaduras o autoritarismos históricos nos viene a la mente el caciquismo como corrupción estructural de la sociedad. Pues bien, el clientelismo político que ahoga toda la vida político-institucional del país en la actualidad, es la  versión contemporánea del caciquismo. Es indudable el avance español como sociedad democrática avanzada, pero el sistema político-institucional de frenos y contrapesos del que se ha dotado tiene un  carácter meramente formal, sin función realmente operativa. Dicho de otra manera, la separación de poderes no es real.
En definitiva, los hechos son siempre consecuencia de una manera social de pensar, eso que Marx denominaba la superestructura ideológica y que todos llevamos interiorizado bajo el disfraz de pensamiento o idea. El origen social de las ideas se traduce en la imposición de los intereses oligárquicos en nuestra manera de proceder. Por eso es conveniente la lectura y reflexión sobre cualquier antítesis que nos violente nuestra cómoda manera de pensar.               

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 1 de julio de 2017

LA LEVEDAD DEL SER

Éste es un artículo leve, como el calor, como la política, como el paso del tiempo, o nuestra contingencia y nuestra radical innecesariedad. Todo es cuestión de perspectiva. Qué importantes nos creemos a veces y qué modestos nos vemos otras. Todo depende de nuestro estado de ánimo y de nuestra cosmovisión del momento. Qué poco uso hacemos de la racionalidad y cuánto abusamos de la emotividad y de la escenografía. En definitiva, qué poco objetivos somos. Viene esto a cuento de ciertas circunstancias, propias y ajenas, de conversaciones y discusiones con amigos y conocidos, y hasta de esta soporífera calor, que hace poco tiempo añorábamos y ahora maldecimos. Cómo deseamos lo ausente y despreciamos lo presente. Nuestra volatilidad anímica corre pareja con nuestra insustancialidad personal. Si aun conociendo cuatro cosas no aportamos nada significativo al mundo, cómo somos tan presuntuosos de intentar dar sentido a lo que sucede, en nuestro entorno y lejos de él.
¿Ha sido conveniente el resultado de las primarias socialistas? Conveniente ¿para quién? o ¿para qué? Vamos a dejarlo en que ha sido así, y que es lo que la gente, mucha gente, ha querido. Todos tenían el mismo derecho y, una vez consumado el acto electoral, solo queda acatarlo y procurar que sea positivo para el interés general. Porque  se trata de eso.  ¿O no? Ahora hay otra gente que es más visible, parece que más importante, que tienen una mayor responsabilidad. Pues que la ejerzan y que la fortuna les acompañe en sus intentos y proyectos por el bien general. Pues de eso se trata. ¿O no?
Si abandonamos la aceleración y la hiperactividad, si conseguimos, aunque sea discontinua, la serenidad, si dejamos de gritar, si cultivamos el silencio, si analizamos objetivamente y sin apasionamiento la realidad, nuestra realidad… alcanzaremos la relatividad de lo que (nos) pasa. Y cómo eso  mismo es visto de distinta manera por otros, pues su vinculación con lo que pasa es distinta que la nuestra. Si nos distanciamos, para poder verlo mejor, de lo que nos rodea, podremos observar que somos nosotros, cada uno de nosotros, los que damos sentido a nosotros y a nuestras vidas. Es la cotidianeidad, la gris y a veces aburrida cotidianeidad, la que marca la constante anímica de nuestro ser.
Todos somos contingentes y nadie es necesario. ¿A qué, pues, tanta presunción, importancia e imprescindibilidad por parte de nadie? Y, sin embargo, la relatividad y convencionalidad de los hechos y las personas no debe confundirse con la apatía y la banalidad. No todo es igual ni todos somos iguales. Hay hechos y personas más convenientes para el interés general. Porque a estas alturas ha quedado claro que de eso se trata. ¿O no?
Nuestra contingencia personal acaba y, a la vez, alcanza su máxima expresión con la muerte. Tras la cual la vida, la sociedad, la realidad, el sentido y sinsentido de los hechos, siguen su cotidiana existencia sin esperar mi opinión al respecto. Solo algunos, y por algún tiempo, recordarán que yo fui, pero su vida transcurrirá por sí misma. Y mientras el final llega, mi vida transcurre con el máximo bienestar o mínimo malestar que soy capaz de darle. Que depende de menos cosas de las que creemos. En primer lugar, de la propia muerte, que da el auténtico sentido a la vida, a la que otorga su finitud y, por tanto, sus múltiples posibilidades. Y la conciencia de nuestra finitud posibilita nuestra libertad, que es la característica más relevante y difícil de ejercer de todas las humanas. La libertad es tan importante que supera el mero ornato de dignidad humana y constituye la virtud más ontológica de la esencia humana. Sin ser libres, mejor aún, sin  ejercer nuestra libertad, somos menos humanos. Y, está claro, que el ejercicio de la libertad poco tiene que ver con sumisiones y obediencias debidas, con palabras al dictado o con miedos a ser descubiertos en nuestra auténtica realidad, con nuestras contradicciones y debilidades, que, por ser nuestras, posiblemente lo más nuestro de todo, supone nuestra máxima reivindicación existencial. Pero todo ello tiene un precio. La autenticidad, mostrar nuestra entidad, no avergonzarnos de ella, incluso reivindicarla, a veces es incómodo. Pero auténtico. Y de eso se trata, de tener entidad y saber aportarla, pues lo contrario es cosificar al ser humano. Degradar al hombre al nivel de cosa es la mayor de las aberraciones que se pueden hacer. Por tanto, ejerzamos de hombres desde la libertad y la autenticidad. Solo así daremos sentido, aunque siempre leve y contingente, a nuestra existencia.

Mariano Berges, profesor de filosofía