sábado, 28 de diciembre de 2019

LA POLÍTICA: LO VIEJO Y LO NUEVO (II)


La ventana indiscreta


Respecto a la investidura de Sánchez, seguimos exactamente igual, si no peor, a como estábamos en el anterior artículo, hace dos semanas. Por lo tanto, vamos a dejar trabajar a Sánchez y a sus socios para configurar su gobierno, y nosotros seguiremos reflexionando sobre el futuro político de la izquierda. 

Decía en mi artículo anterior que la socialdemocracia (SD) se ha quedado sin señas de identidad, fundamentalmente porque su criatura más importante, el Estado de bienestar, ha impregnado la política europea en gran manera, incluyendo muchas de las políticas ejercidas por la derecha, pues las grandes conquistas del citado Estado de bienestar (sanidad, educación, dependencia) son básicamente irreversibles, a pesar de algunos intentos por privatizarlas. Son conquistas tan arraigadas que la sociedad en pleno se movilizaría por ellas.

Pero 1989 (desaparición del Muro de Berlín y de la URSS) supuso que el capitalismo quedaba en solitario como principal gestor del planeta. Esto supuso la globalización y la financiarización de las relaciones económico-políticas en todo el planeta. Nada escapa al nuevo Leviatán. Por lo que la izquierda debe aprender a moverse en este nuevo paradigma con una estrategia a corto, medio y largo plazo. Desde esta perspectiva, la importancia de la investidura de Sánchez se reduce y se relativiza muchísimo. En ella no nos estamos jugando algo trascendente sino algo puramente anecdótico.

La aparición del populismo de izquierdas con ocasión del nuevo paradigma empezó fuerte con sus nuevos conceptos Élite/Ciudadanos, en sustitución de Derecha/Izquierda. Sin embargo, pronto decayó y volvió a lo tradicional. La SD volvía a ser el único referente teórico. Podemos ya ha vuelto al sistema, porque el sistema electoral ahora premia la política de bloques en vez de a los grandes partidos; y en un bloque siempre caben los pobres.
La nueva izquierda debe saber integrarse en el sistema de democracia representativa y saber esperar el momento oportuno para hacer visibles sus nuevos valores. Para ello debe manejar y fusionar los nuevos conceptos transformadores: compromiso social, gestión institucional, ecologismo, feminismo, transparencia y Europa. Sin urgencias electorales, con coherencia y con honestidad intelectual. Generalmente, las urgencias electorales suelen ser de tipo personal y coyuntural, más que colectivo y estructural.
Para hacer esto posible, Europa puede ser el mejor campo de maniobras, donde el nuevo modelo organizativo, con la coordinación de las fuerzas progresistas, se vaya instalando a través de progresivas e irreversibles reformas. En esta tarea se necesitan grandes plataformas o alianzas que no jueguen a intereses nacionalistas o minoritarios. Necesitamos una Europa fuerte, unida y progresista. A pesar del Brexit, de Trump, de Polonia, de Hungría y de otros. Paradójicamente, la salida de Reino Unido podría convertirse en una oportunidad para trabajar y madurar la nueva Europa: democrática, social, participativa y solidaria. Porque la SD es un invento europeo. En Europa ha existido el único socialismo posible y relativo, como lo es todo en política. No olvidemos que tanto el marxismo como el liberalismo son productos intelectuales de la filosofía inglesa (Locke), y la gran tragedia ha sido el desarrollo de ambas concepciones en términos y desarrollos contrapuestos. Ni la URSS ni Cuba ni China ni ciertos “progresismos” latinoamericanos han practicado el socialismo, sino que han sido intentos, posiblemente bienintencionados, pero exacerbados y erróneos. Sin libertad ni mercado no hay civilización contemporánea posible. El socialismo y el liberalismo (no así lo que entendemos por neoliberalismo) pueden coexistir y configurar un mundo más justo y viable.
De alguna manera, en la reciente cumbre climática celebrada en Madrid, algo de esto se ha podido vislumbrar. A pesar del relativo fracaso, hay que insistir en los grandes objetivos. El actual modo de producción no es ni socialista ni capitalista, sino global. Y esto, más que un modelo de producción, es un tipo de civilización. Y una civilización nueva, en primer lugar, hay que comprenderla para, comprendiendo sus mecanismos funcionales, poder transformarla. Porque los cambios profundos necesitan de estrategias profundas y duraderas, no de pequeños parches momentáneos. 
¿Qué significa Cataluña en todo este panorama descrito? Nada, absolutamente nada. España y Europa son nuestros ámbitos. Y aún éstos son pequeñas islas en el océano. España y Europa también son el ámbito de los españoles-catalanes y de los españoles-vascos. Y si no lo entienden, ya lo entenderán. No nos deprimamos ni nos angustiemos, que el horizonte es mucho más amplio. 
Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 14 de diciembre de 2019

LA POLÍTICA: LO VIEJO Y LO NUEVO I



La ventana indiscreta

A fecha de hoy seguimos en plenas negociaciones para formar gobierno en España. Como la cuestión ha entrado ya en una fase de fatiga y monotonía, pienso que ya he colaborado lo suficiente con la gobernabilidad de mi país. Dejo, pues, a Sánchez y sus socios que hagan sus deberes.

Pero como el asunto sigue ocupando pantallas, redes y páginas, vamos a elevar la mirada y, en vez de hablar del gobierno (como Tip y Coll), vamos a hablar de política en general y de la izquierda en particular. Quizás sea más provechoso, aunque la mayor parte de mis pensamientos sean dudas e indicios. Porque hablar de política hoy en España, parodiando a Larra, es llorar. Parece que el caso Gurtel y el de los Eres andaluces constituyen las herencias que el PP y el PSOE nos dejan a los españoles en esta nueva época que urge comenzar desde nuevos planteamientos políticos y éticos.

Pero no quisiera referirme solo a lo negativo, también quiero hablar de todo un proceso que ha durado cuarenta años, que ha tenido muchas cosas positivas y que ha colocado a España en un lugar privilegiado, tanto en Europa como en el mundo. Maro Gaviria tituló uno de sus libros España, la séptima potencia, en un arrebato de autoestima contra el pesismismo imperante en ese momento.

Sin caer en la tentación de elaborar un inventario de logros  y de hitos de “cuando éramos jóvenes”, prefiero reflexionar sobre el futuro político de la izquierda. De la derecha no hablo porque su programa viene dado por la  inercia del neoliberalismo actuante, y sus representantes no tienen más que gestionar las consecuencias que se deriven. Es la izquierda, como siempre, la que tiene que usar inteligencia e imaginación para poder contrarrestar las corrientes adversas que se avecinan.

Desde la aparición de Ciudadanos por un lado y de Podemos por el otro, parecía que la renovación política estaba medianamente garantizada en España. Cada uno de los nuevos partidos estimulaba a su aliado de bloque, PP y PSOE, lo suficiente como para poder generar nuevas expectativas para enfrentar estos tiempos de incertidumbres y nuevos parámetros. El 15-M fue, en este sentido, una florida primavera que presagiaba una nueva atmósfera contra la emergencia climática de la política española. Pero no ha ocurrido eso, sino que Cs ha fenecido y Podemos, aunque subsiste, ha sido a costa de emular los vicios y virtudes del viejo PSOE. Vox no lo computo, pues no es más que la excrecencia del franquismo que aún estaba latente al interior del PP. Aunque sus actuales 55 escaños parlamentarios y sus 3,5 millones de votos son palabras mayores y pudieran ser consecuencia de ese estruendoso y crítico clamor de los españoles frente al anquilosamiento corrupto de los viejos partidos. El tiempo nos dirá si hay reconversión política.

Siempre hay que recurrir a la vieja cita de Gramsci de que, ante el decadente modelo histórico vigente, lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Son los ciclos los que, como en la naturaleza, posibilitan los avances y progresos, aunque también las catástrofes. Y en este sentido hay que hablar ineludiblemente de España en Europa, fuera de la cual no tiene sentido ni salvación. Pues bien, en Europa, tras la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia (SD) se constituyó en la principal fuerza política, y el Estado de Bienestar fue su principal aportación. España llegó tarde al banquete pero se benefició en una buena parte. En 1986 se integró políticamente en Europa, y, con una Constitución joven y enormemente progresista, despegó velozmente en pos de ese Estado de Bienestar, compartiendo con Europa lasa mejores décadas de su historia.

Pero tras la caída del muro de Berlín en 1989, la SD está a punto de morir de éxito. Sus aportaciones básicas forman parte ya del ADN europeo y se ha quedado sin señas de identidad diferenciales respecto de la derecha que se dedica a gestionar las consecuencias de las nuevas coordenadas neoliberales, ya sin la competencia de la URSS y su viejo comunismo fracasado por haber negado dos de los factores fundamentales del progreso: la libertad y el mercado. La SD ve reducirse el número de sus votantes, que se van a la derecha, un tanto aburridos, incluso a la extrema derecha a probar si así salen de sus tristes vidas. La crisis de 2008 ha marcado el apogeo de este proceso y ha entronizado a los nuevos amos financieros como los mandarines de la nueva situación. El rescate de los bancos españoles es el mejor ejemplo de estos nuevos tiempos. Con la excusa de proclamarlos sistémicos, el Estado, o sea todos nosotros, asumimos una deuda particular. De tal manera que, desde su atalaya privilegiada, los bancos privatizan sus beneficios y socializan sus pérdidas. Según dicen los expertos, de no proceder así se llevaban el país por delante.

Como este análisis no ha hecho más que empezar, prometo, al menos, una segunda parte. Como aquellas novelas por entregas de Rafael Pérez y Pérez.

Mariano Berges, profesor de filosofía