En alguno de mis artículos anteriores ya
he planteado que con frecuencia la problemática actual se deriva de problemas
básicos de la filosofía perenne. Hoy traigo a colación la cuestión del
nominalismo. No el filosófico sobre la cuestión de los universales, ni el
económico sobre el valor de la representación deldinero, sino el nominalismo político, que habla de la
erosión de los conceptos, de la retórica política o de la demagogia. Donde todo
se reduce a unjuego de palabras.
Cada época tiene una
serie de palabras endiosadas. En épocas pasadas, hubo algunas maravillosas
palabras (libertad, democracia, justicia social) que marcaban el pálpito de la
época. Luego fueron tergiversadas, abusadas, perdieron su sentido real,
quedaron vacías de contenido, y entraron en el limbo nominalista. Actualmente,
hay otras palabras de moda (modernización, reducción del Estado, desregulación,
globalización), con sentido equívoco o ambiguo que, a veces, solo sirven para incomunicar.
Podemos, cuyos
dirigentes son hábiles comunicadores, están elaborando un catálogo de términos
nominalistas: la gente, la casta, la mafia, la corrupción, la regeneración, la
participación en red... y unos modos de no contestar, jugar con eslóganes y no
entrar en la pelea dialéctica. De esta manera, construyen un discurso puramente
nominalista (mero juego de palabras y puros métodos formales), sin propuestas
programáticas, y cuyo único capital político consiste en un nominal descrédito
de los rivales, que no son más que casta, mafia, corrupción... Los suyos son
"la gente". ¿Desde cuándo la gente es un término diferenciador? Gente
son los votantes de todos los partidos políticos. Está claro que ningún término
se adapta mejor a su indefinición política. La futbolización de la política
convierte a muchos en forofos del equipo-partido que parece va a ganar. Mero nominalismo emocional, con
vacío conceptual y vivencial, que no entra a considerar sobre qué partido
político está en condiciones de mejorar la organización de la sociedad.
El objetivo de Podemos
no es tanto transformar la sociedad como la ocupación del poder. Para ello tienen que matar al
padre, o sea, diluir al PCE-IU, como primera tarea. Posteriormente,
"desplazar al PSOE de su espacio político y competir directamente con el
PP" (P.Iglesias, Valencia, 25-1-15), y, por fin, la ocupación del
poder. A eso lo llaman "nuevo ciclo", pero en ningún momento aparecen propuestas programáticas,
sino que prosiguen con su discurso nominalista.
Según los sondeos, el
proyecto les va bien. Lo que sería penoso porque, al no proponer nada
significativamente nuevo, podría hacer caer a la ciudadanía en una depresión de
segunda generación, realmente grave para una regeneración social. Y ante ello
¿qué hacer? Me voy a permitir la libertad de hablar solo de los dos partidos
auténticamente de izquierdas, y que se autoproclaman como tal: PSOE e IU.
Yo, que nunca he
comulgado con el extendido anticomunismo que tradicionalmente se respira en el
PSOE, le aconsejaría a IU, que se despojara de todos los añadidos que se han
ido pegando al PCE, antes de que se pasen a Podemos, en ayuda del vencedor. Que
recobrara la desnudez de sus siglas, aquellas por las que padecieron y murieron
sus heroicos militantes en la resistencia a la dictadura franquista. Esos
tiempos en que al PCE se le llamaba "el partido" porque no había
otro. Aldía siguiente de recobrar sus
siglas, haría un congreso extraordinario y cambiaría las siglas por otras, por
ejemplo PDI --Partido Democrático de la Izquierda--,
como han hecho todos los partidos comunistas importantes de Europa. Porque la
"C" de comunista no vende en el mercado actual. Comenzaría una
andadura nueva en solitario. Y, a partir de ahí, a hacer políticas que
posibiliten una mayoría social de progreso. Sin urgencias.
Al PSOE le aconsejaría
que volviese a ser el partido reformador que ha modernizado este país. Pero
para ello necesita de una renovación de caras y formas que, de momento, no se
percibe. Y todo ello, con las prioridades bien interiorizadas: 1) Las personas,
individualmente, tienen poca importancia política. Su sentido político lo
adquieren en la organización, que debe ser dirigida por los mejores. 2) Las
organizaciones políticas o partidos tampoco son importantes en sí, sino que son
meros instrumentos al servicio de la sociedad. 3) La sociedad es la auténtica
detentadora del poder, la que lo da y lo quita. Y es ella, mejor dicho los
ciudadanos, cada uno individualmente, quien tiene que ejercer su
responsabilidad, participando en la política, especialmente, votando. Y a votar
se va leído.
Profesor de filosofía