sábado, 31 de enero de 2015

Nominalismo político

Cada época tiene una serie de palabras endiosadas. En épocas pasadas, hubo algunas maravillosas palabras (libertad, democracia, justicia social) que marcaban el pálpito de la época. Luego fueron tergiversadas, abusadas, perdieron su sentido real, quedaron vacías de contenido, y entraron en el limbo nominalista. Actualmente, hay otras palabras de moda (modernización, reducción del Estado, desregulación, globalización), con sentido equívoco o ambiguo que, a veces, solo sirven para incomunicar.
Podemos, cuyos dirigentes son hábiles comunicadores, están elaborando un catálogo de términos nominalistas: la gente, la casta, la mafia, la corrupción, la regeneración, la participación en red... y unos modos de no contestar, jugar con eslóganes y no entrar en la pelea dialéctica. De esta manera, construyen un discurso puramente nominalista (mero juego de palabras y puros métodos formales), sin propuestas programáticas, y cuyo único capital político consiste en un nominal descrédito de los rivales, que no son más que casta, mafia, corrupción... Los suyos son "la gente". ¿Desde cuándo la gente es un término diferenciador? Gente son los votantes de todos los partidos políticos. Está claro que ningún término se adapta mejor a su indefinición política. La futbolización de la política convierte a muchos en forofos del equipo-partido que parece va a ganar. Mero nominalismo emocional, con vacío conceptual y vivencial, que no entra a considerar sobre qué partido político está en condiciones de mejorar la organización de la sociedad.
El objetivo de Podemos no es tanto transformar la sociedad como la ocupación del poder. Para ello tienen que matar al padre, o sea, diluir al PCE-IU, como primera tarea. Posteriormente, "desplazar al PSOE de su espacio político y competir directamente con el PP" (P.Iglesias, Valencia, 25-1-15), y, por fin, la ocupación del poder. A eso lo llaman "nuevo ciclo", pero en ningún momento aparecen propuestas programáticas, sino que prosiguen con su discurso nominalista.
Según los sondeos, el proyecto les va bien. Lo que sería penoso porque, al no proponer nada significativamente nuevo, podría hacer caer a la ciudadanía en una depresión de segunda generación, realmente grave para una regeneración social. Y ante ello ¿qué hacer? Me voy a permitir la libertad de hablar solo de los dos partidos auténticamente de izquierdas, y que se autoproclaman como tal: PSOE e IU.
Yo, que nunca he comulgado con el extendido anticomunismo que tradicionalmente se respira en el PSOE, le aconsejaría a IU, que se despojara de todos los añadidos que se han ido pegando al PCE, antes de que se pasen a Podemos, en ayuda del vencedor. Que recobrara la desnudez de sus siglas, aquellas por las que padecieron y murieron sus heroicos militantes en la resistencia a la dictadura franquista. Esos tiempos en que al PCE se le llamaba "el partido" porque no había otro. Aldía siguiente de recobrar sus siglas, haría un congreso extraordinario y cambiaría las siglas por otras, por ejemplo PDI --Partido Democrático de la Izquierda--, como han hecho todos los partidos comunistas importantes de Europa. Porque la "C" de comunista no vende en el mercado actual. Comenzaría una andadura nueva en solitario. Y, a partir de ahí, a hacer políticas que posibiliten una mayoría social de progreso. Sin urgencias.
Al PSOE le aconsejaría que volviese a ser el partido reformador que ha modernizado este país. Pero para ello necesita de una renovación de caras y formas que, de momento, no se percibe. Y todo ello, con las prioridades bien interiorizadas: 1) Las personas, individualmente, tienen poca importancia política. Su sentido político lo adquieren en la organización, que debe ser dirigida por los mejores. 2) Las organizaciones políticas o partidos tampoco son importantes en sí, sino que son meros instrumentos al servicio de la sociedad. 3) La sociedad es la auténtica detentadora del poder, la que lo da y lo quita. Y es ella, mejor dicho los ciudadanos, cada uno individualmente, quien tiene que ejercer su responsabilidad, participando en la política, especialmente, votando. Y a votar se va leído.
Profesor de filosofía


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