La realidad de los partidos políticos es servir de
instrumento para la transformación de la sociedad en la que se integran y de la
que viven. Hay dos momentos fundamentales en la vida de los partidos. Uno es la
fase electoral, en la que los ciudadanos le dan o retiran su confianza para
gestionar sus intereses sociales. En esta fase es la credibilidad la que manda.
Y la credibilidad es un concepto volátil y coyuntural, que adquiere firmeza
cuando se convierte en mayoría social a través del hecho aparentemente frágil
de echar una papeleta en una urna. Ésta es la grandeza de la democracia,
transformar un gesto individual en un mandato que se otorga a un partido
durante un tiempo para llevar a cabo sus propuestas políticas de organizar la
sociedad. El otro momento fundamental es el tiempo de gobierno y gestión, en el
que los partidos demuestran su capacidad o incapacidad para traducir en hechos
su discurso público y su programa de acción política.
Junto a estos dos momentos claves hay otras
manifestaciones que ayudan a configurar la opinión de los ciudadanos sobre cada
partido. Especialmente importante es la función de los medios de comunicación,
cuestión de la que se habla poco y que es el principal elemento intermediario
entre la realidad de los partidos y su apariencia fenoménica. Y otra dimensión
importante es la capacidad de análisis de cada ciudadano desde su perspectiva
de pensamiento individual y desde la defensa de sus intereses colectivos.
Pues bien, en estos momentos de proximidad electoral
sería conveniente un análisis de cada partido político, lo más objetivo
posible, a fin de ayudar a la configuración de la decisión en cada ciudadano,
sujeto único e imprescindible del hecho electoral. Indudablemente, Podemos es
el primero del que hay que hablar, lo que no es fácil, pues carece de historia
y, por tanto, no es verificable su capacidad de gobierno. Su discurso es un
listado de las carencias y déficits de la política española en estos últimos
años. Discurso que está en la mente de casi todos los españoles y que Podemos
ha puesto en orden, con música afinada y con una eficacia comunicativa propia
de una sociedad informatizada, mediática y favorecedora de lo trivial y
efímero. Pero, repito, no hay ninguna verificación de su eficacia política,
aspecto que sí es posible comprobar en la mayoría de los otros partidos. Pero,
aunque no hay verificación, sí que hay indicios en Podemos que se pueden
rastrear e interpretar. Sus dirigentes no vienen de la nada, tienen sus
trayectorias, hablan, escriben. Todo ello son manifestaciones, más ocultas que
expresas, que habría que saber traducir. Incluso la ciudadanía española tendría
que tener en cuenta algún consejo bursátil de que no hay que poner todos los
huevos en una sola cesta sino distribuir bien las inversiones en distintos
fondos.
Del PP no hablamos por tratarse de un espacio único,
sin competencia partidaria (con la pequeña excepción de UPyD y Ciudadanos), y
porque representa el modelo social que el neoliberalismo globalizador y
minimalista está instaurando en el mundo. No es mi película.
El PSOE podría ser el auténtico damnificado del
fenómeno Podemos en las próximas elecciones. Por lo que su análisis se hace
necesario y urgente. Y, reducido al breve espacio de un artículo, hay que decir
que ha sido el partido fundamental en la salida democrática de la dictadura y
en la modernización española. Y por eso mismo (típica bipolaridad española), en
la percepción de la gente es el mayor culpable del retroceso económico y
social. Es el socialista Zapatero quien el 12 de mayo de 2010 lleva al Congreso
de los Diputados las primeras y timoratas propuestas de regresión social. Y en
esto pasa como con los primeros amores, que son los que más se recuerdan.
Aunque haya sido la política del PP la que realmente ha desarrollado y
profundizado en el reduccionismo neoliberal. Pero el PSOE tiene que salir de su
letargo, creer en si mismo y actuar con la inteligencia política propia de un
partido imprescindible para un modelo social progresista en España. Y hay que
decir que en esto, el PSOE es manifiestamente mejorable. Debe afrontar su
proceso terapéutico: reconocimiento de sus errores, diagnóstico de situación,
renovación del discurso y de gentes y propuesta de un Programa moderno. Este
Programa debería ir en la línea de la Planificación Estratégica, con objetivos
claros y medibles, indicadores de calidad y controles externos de legalidad,
eficacia y eficiencia. Este Programa debería sustituir al convencionalismo del
“todo a cien” donde todos los programas políticos (que no los lee casi nadie)
parecen competir en una rifa de tómbola de feria rural.
Mariano
Berges, profesor de filosofía
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