Es evidente que
el fenómeno político de 2014 se llama Podemos. Filosóficamente, “fenómeno” es
lo que se manifiesta directamente a los sentidos pero que no es la realidad
verdadera. Podemos es, pues, un fenómeno que hay que analizar para llegar a la
auténtica realidad, porque las cosas son lo que son y no lo que parece que son.
Actualmente
asistimos a un cambio de paradigma, o lo que es lo mismo, a una manera distinta
de mirar y configurar la realidad. Que, en definitiva, es una nueva realidad.
El fenómeno Podemos es potente porque en su enorme visibilidad confluyen muchas
circunstancias. 1) Surge en una situación de estancamiento de los partidos
políticos convencionales. Desde 1976 los partidos han nacido, se han
desarrollado y se han atrofiado. Mientras, han producido cosas buenas y menos
buenas, especialmente al final del proceso, cuando el secuestro que han hecho
de las instituciones ha aflorado con la corrupción sistémica y con la
impotencia de las mismas instituciones-partidos para atajarla. 2) Esos mismos
partidos políticos, en su esterilidad discursiva, no han sido capaces de
formular un diagnóstico de situación ante la crisis, y menos aún han sabido
formular soluciones a la misma. 3) Podemos sí que ha formulado un diagnóstico.
Desde un cierto despotismo ilustrado han elaborado un discurso balbuceante,
cuya música era mejor que la de sus rivales, pues manifestaba ordenadamente lo
que la gente decía en las calles espontáneamente. Lo que unido a su virginidad
política ha ocasionado la eclosión. Sin embargo, tampoco han explicitado
soluciones de una cierta entidad. Solo unos deseos-intenciones que, de momento,
parecen creíbles y que posiblemente merezcan una oportunidad. 4) El manantial
de donde Podemos ha tomado el agua es el 15-M y sus ramificaciones. Y el 15-M
no es más que la representación de una ciudadanía indignada. Un folleto de 50
páginas, aparecido en 2010, “¿Indignaos!” de Stéphane Hesel, puso letra y
emoción a las concentraciones callejeras. Pero Podemos ha tenido la habilidad y
la sabiduría de encajarlo en clave política. Pues eso, el momento de crisis, la
indignación de la gente y la habilidad política de un grupo de teóricos, dan
como resultado el fenómeno Podemos. La gente excitada por el nuevo fenómeno son
personas variopintas, desde la clase media-alta, frustrada en sus expectativas
de nuevos ricos, hasta las nuevas generaciones, sin trabajo y sin derechos
sociales. Hay otros que intentan provocar a los partidos que han votado
habitualmente (mayoritariamente PSOE e IU), tratando de hacerles ver que o
reaccionan o se diluyen.
¿Qué hacen los
otros partidos? Fundamentalmente descalificar a Podemos, con lo que la gente
adicta aún se autoafirma más. Nunca hubo una campaña tan barata y potente a
favor de un partido político. Pero esos partidos siguen sin hacer diagnóstico
de situación y menos aún plantean soluciones. Y eso que el diagnóstico no es
difícil: una desigualdad creciente, una pobreza también creciente, un deterioro
democrático y una desafección política por parte de la gente, que siente que no
forma parte de las decisiones que afectan a su vida. Posiblemente los partidos
no se atrevan a decir en voz alta algo de lo que se sienten responsables. Pero
hay que salir de la parálisis. En el caso del PSOE, debería empezar por asumir
sus errores (Andalucía y otros. En Aragón, Plaza) y seguir con una
regeneración-renovación de contenidos, modos y gentes. Y humildad, mucha
humildad. Pero todo esto hay que hacerlo ya, porque Podemos compite
fundamentalmente con el PSOE, no con el PP, al que le viene muy bien el
surgimiento de Podemos y la fragmentación consiguiente de la izquierda. En
cierto modo, a menos PSOE más Podemos, y viceversa. Al PSOE le falta la
característica más fuerte de su rival, la conexión con la gente. Es momento de
decisiones radicales.
Y al fondo
Europa que, con su deriva mercantil y financiera, se lo está poniendo difícil a
la socialdemocracia. La globalización está pasando por encima de las
democracias nacionales y la economía se impone sobre la política. Y hay que
invertir los términos: Europa debe ser el resultado de la convergencia social
de los países de la UE, independientemente del colorido de sus gobiernos, y la
política debe pautar los parámetros económicos. Es el Índice de Desarrollo
Humano (IDH) el que debe indicar el grado de progreso y no la competitividad o
los grandes números macroeconómicos.
Hay otros
asuntos, como la reforma de la Constitución, Cataluña, la monarquía… a los que
algunos le dan mucha importancia. En mi opinión, esto no es urgente, aunque
quizás se esté usando para tapar la impotencia política ante las grandes
cuestiones. Repito, nuestro reto urgente es empleo-desigualdad-pobreza.
Mariano Berges, profesor de
filosofía
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