Ante ciertas quejas sobre la temática, excesivamente
política, de mis artículos, hoy bajo a la política cotidiana de la vida normal,
la que hace agradable o desagradable nuestra convivencia. Me refiero al
civismo. Y aprovecho para recomendar un libro útil sobre el asunto, “Convivir
en la ciudad” (Fundación Democracia y Gobierno Local), de mi buen amigo Rafael
Jiménez Asensio. De paso, dejamos enfriar la tensión política nacional, porque
entre la reelección de Rajoy y la crisis del PSOE, no tenemos un día tranquilo.
Y eso es malo para el corazón.
Si civismo viene del latino civitas (ciudad) y político viene del griego polis (ciudad), está claro que civismo es una cualidad política
básica, cual es la convivencia armónica de la comunidad. En un sentido más
completo, suele entenderse por civismo el comportamiento de la persona que
cumple con sus deberes de ciudadano, respeta las leyes y contribuye así al
funcionamiento correcto de la sociedad y al bienestar de los demás miembros de
la comunidad.
El civismo es
fundamentalmente consecuencia de una buena educación, y ésta es producto de
muchos agentes: la escuela, la familia, los amigos, la propia voluntad… Es un
error pensar que la escuela es el agente fundamental de la educación. Pedagogos
ilustres hablan de que solo el 15% de lo realmente significativo que entra en
la mente se aprende en la escuela. El resto proviene de la sociedad en sus
diversas manifestaciones (familia, amigos, lecturas, medios de comunicación…).
Incluso hay movimientos pedagógicos al margen de la escuela.
Y al fondo del civismo
hay implícita una idea política: lo público. La persona cívica ama y respeta lo
público, que es la única propiedad colectiva. Incluso más que lo privado. Así
pues, instalaciones y servicios públicos, parques, aceras, bares, transportes
públicos, espacios públicos en general, son el espejo real de una sociedad. La
ciudadanía normal solo exige a su ayuntamiento poder andar tranquilo por su
ciudad y hacer un uso respetuoso de lo público, pensando siempre que detrás de
ti viene otro ciudadano para hacer lo mismo que tú. Como consecuencia de todo
ello, cualquier acto o comportamiento que moleste a otro ciudadano es una
conducta incívica.
¿Contraejemplos? Aquí
dejaría un espacio en blanco para que cada lector anotase su queja cotidiana:
excrementos de perros, suciedad en general, ruidos en ámbitos públicos (ojo con
las fiestas populares), limpieza de los parques, respeto a los ancianos y
discapacitados en los transportes públicos, el encanto de los niños… propios
(“niño, deja de joder con la pelota” canta el gran Serrat), el uso de las
bicicletas fuera de su espacio propio, el uso y abuso de los móviles en lugares
impropios, los aparcamientos en doble fila, girar sin indicarlo con el
intermitente, el mal olor corporal, tirar papeles o escupir en el suelo, las
pintadas gamberras en las fachadas hechas por los grafiteros, la destrucción
del mobiliario urbano, el fenómeno del “botellón”, la mendicidad organizada, el
ruido fuera de horas y lugares propios, etc. Pero no solo los ciudadanos están
obligados a ello, sino que el Ayuntamiento de la ciudad está obligado a
obligar. Y cuando la educación falla, la sanción económica suele también
educar. La promoción de la convivencia y, en su caso, la represión de las
conductas incívicas, es una necesidad objetiva de las autoridades de la ciudad.
Concretamente, en
Zaragoza (ciudad donde habito) los parques son propiedad de los perros: andan
sueltos o con correas largas, defecan, orinan. Para qué sirve el criterio inglés
de pisar el césped si no te puedes echar largo por miedo a la suciedad o a un susto
canino. Los niños no pueden jugar en el césped de los parques porque están
sucios. Las ciudades importantes de los países civilizados prohíben el acceso
de los perros a los parques públicos. De esa manera, los parques son para
disfrute de los ciudadanos. Las aceras están frecuentemente con excrementos
caninos. Cada vez que veo a un adolescente o joven sentado en un autobús o
tranvía, y con anciano o discapacitado o embarazada de pie, te dan ganas de
echarle un broncazo, pero lo piensas bien y te callas porque quizás te agreda.
Cuando ves paredes recién pintadas que han sido repintadas por los gamberros de
turno, te cabreas. Cuando ves a un perro suelto por la acera y te tienes que
bajar a la calzada por si acaso, te vuelves a cabrear. En fin, hay tal cantidad
de contraejemplos que nos haríamos pesados. Hoy en día parece evidente que el
compromiso cívico de los ciudadanos ha descendido significativamente. En
definitiva, se trata de educar a los ciudadanos para que sean capaces de valorar
el espacio público que tienen como lugar de encuentro, de esparcimiento y de
diversión.
Mariano Berges, profesor de filosofía