sábado, 19 de noviembre de 2016

CIVISMO

Ante ciertas quejas sobre la temática, excesivamente política, de mis artículos, hoy bajo a la política cotidiana de la vida normal, la que hace agradable o desagradable nuestra convivencia. Me refiero al civismo. Y aprovecho para recomendar un libro útil sobre el asunto, “Convivir en la ciudad” (Fundación Democracia y Gobierno Local), de mi buen amigo Rafael Jiménez Asensio. De paso, dejamos enfriar la tensión política nacional, porque entre la reelección de Rajoy y la crisis del PSOE, no tenemos un día tranquilo. Y eso es malo para el corazón.
Si civismo viene del latino civitas (ciudad) y político viene del griego polis (ciudad), está claro que civismo es una cualidad política básica, cual es la convivencia armónica de la comunidad. En un sentido más completo, suele entenderse por civismo el comportamiento de la persona que cumple con sus deberes de ciudadano, respeta las leyes y contribuye así al funcionamiento correcto de la sociedad y al bienestar de los demás miembros de la comunidad.
El civismo es fundamentalmente consecuencia de una buena educación, y ésta es producto de muchos agentes: la escuela, la familia, los amigos, la propia voluntad… Es un error pensar que la escuela es el agente fundamental de la educación. Pedagogos ilustres hablan de que solo el 15% de lo realmente significativo que entra en la mente se aprende en la escuela. El resto proviene de la sociedad en sus diversas manifestaciones (familia, amigos, lecturas, medios de comunicación…). Incluso hay movimientos pedagógicos al margen de la escuela.
Y al fondo del civismo hay implícita una idea política: lo público. La persona cívica ama y respeta lo público, que es la única propiedad colectiva. Incluso más que lo privado. Así pues, instalaciones y servicios públicos, parques, aceras, bares, transportes públicos, espacios públicos en general, son el espejo real de una sociedad. La ciudadanía normal solo exige a su ayuntamiento poder andar tranquilo por su ciudad y hacer un uso respetuoso de lo público, pensando siempre que detrás de ti viene otro ciudadano para hacer lo mismo que tú. Como consecuencia de todo ello, cualquier acto o comportamiento que moleste a otro ciudadano es una conducta incívica.
¿Contraejemplos? Aquí dejaría un espacio en blanco para que cada lector anotase su queja cotidiana: excrementos de perros, suciedad en general, ruidos en ámbitos públicos (ojo con las fiestas populares), limpieza de los parques, respeto a los ancianos y discapacitados en los transportes públicos, el encanto de los niños… propios (“niño, deja de joder con la pelota” canta el gran Serrat), el uso de las bicicletas fuera de su espacio propio, el uso y abuso de los móviles en lugares impropios, los aparcamientos en doble fila, girar sin indicarlo con el intermitente, el mal olor corporal, tirar papeles o escupir en el suelo, las pintadas gamberras en las fachadas hechas por los grafiteros, la destrucción del mobiliario urbano, el fenómeno del “botellón”, la mendicidad organizada, el ruido fuera de horas y lugares propios, etc. Pero no solo los ciudadanos están obligados a ello, sino que el Ayuntamiento de la ciudad está obligado a obligar. Y cuando la educación falla, la sanción económica suele también educar. La promoción de la convivencia y, en su caso, la represión de las conductas incívicas, es una necesidad objetiva de las autoridades de la ciudad.
Concretamente, en Zaragoza (ciudad donde habito) los parques son propiedad de los perros: andan sueltos o con correas largas, defecan, orinan. Para qué sirve el criterio inglés de pisar el césped si no te puedes echar largo por miedo a la suciedad o a un susto canino. Los niños no pueden jugar en el césped de los parques porque están sucios. Las ciudades importantes de los países civilizados prohíben el acceso de los perros a los parques públicos. De esa manera, los parques son para disfrute de los ciudadanos. Las aceras están frecuentemente con excrementos caninos. Cada vez que veo a un adolescente o joven sentado en un autobús o tranvía, y con anciano o discapacitado o embarazada de pie, te dan ganas de echarle un broncazo, pero lo piensas bien y te callas porque quizás te agreda. Cuando ves paredes recién pintadas que han sido repintadas por los gamberros de turno, te cabreas. Cuando ves a un perro suelto por la acera y te tienes que bajar a la calzada por si acaso, te vuelves a cabrear. En fin, hay tal cantidad de contraejemplos que nos haríamos pesados. Hoy en día parece evidente que el compromiso cívico de los ciudadanos ha descendido significativamente. En definitiva, se trata de educar a los ciudadanos para que sean capaces de valorar el espacio público que tienen como lugar de encuentro, de esparcimiento y de diversión.

Mariano Berges, profesor de filosofía

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