Por fin hay gobierno en
España. Con la abstención del PSOE, Mariano
Rajoy obtuvo la investidura por mayoría simple. Fue una decisión y un
trámite traumáticos para los socialistas, lo que ha supuesto un desgarro que
costará cerrar y que marcará un hito en la larga historia socialista. Pero fue
una decisión correcta. La alternativa era elecciones por tercera vez, lo que
era una mala noticia para España y para el PSOE. Y si no se entiende así en el
ámbito socialista es por el “hooliganismo” de los militantes y votantes, por la
falta de pedagogía de los dirigentes y por la ausencia clamorosa de debate
interno.
1) El debate de
investidura fue un registro fiel de la sociedad española representado por los
actores que cada partido político tuvo a bien designar. Rajoy superó su papel
aburrido de la primera parte en las contestaciones, con su dialéctica cachazuda
pero eficaz. Su humor gallego le reporta buenos dividendos dialécticos y
camufla su dura traducción política. Hernando,
portavoz del PSOE abstencionista y que antes había sido portavoz del “no es
no”, tenía cara de circunstancias. No obstante, su discurso fue digno desde una
perspectiva histórica que oxigenaba un tanto el papelón que le tocó jugar. ¿No
podía la Gestora haber elegido a otro menos contaminado? Iglesias mostró su ya conocida habilidad e ingenio, trabajados en
las asambleas de facultad y de las que se ha despegado muy poco. Su ego se
impone sobre las cuestiones objetivas de la política, con lo que su discurso se
traduce en cháchara demagógica de un izquierdismo trasnochado. Verdades
parciales y mentiras globales. Garzón
es mejor parlamentario de lo que demostró. El traje de Podemos no le sienta bien,
y su obsesión por González le abortó
el discurso. De Rufián y Matute, mejor no hablar; la grandeza de
la democracia tiene que soportarlos. El portavoz del PNV mostró una vez más su
estilo de sintaxis vasca y su defensa del injustísimo concierto económico. Los
catalanes, como siempre, anodinos y repetitivos. Añoramos a Durán i Lleida.
2) Está claro que Pedro Sánchez se ha convertido en un
personaje político a lo largo de los últimos dos años. De la nada al
estrellato. Por méritos y deméritos propios más los deméritos de otros. Ha sido
un proceso in crescendo con traca final (digna dimisión como parlamentario y
nefasta entrevista en Salvados). En
la entrevista se autopresenta como un héroe suicida en busca de los aplausos
militantes de cara a las primarias de la Secretaría General del PSOE y de la
falsa estima podemita. Sánchez quedará como un aventurero peligroso. Por mi
parte, tengo que reconocer que me confundió su primera imagen, más épica que
poética, de guerrero solitario frente a la deslealtad del establishment socialista. El final aporta el sentido auténtico del
proceso y, en su caso, ha estado a punto de ser ruinoso para su partido. La
individualidad no debe superponerse al colectivo, y menos aún los intereses
personales.
3) Nos queda como
tercer elemento de este análisis la crisis socialista, que hay que contextualizarla
en la crisis de la socialdemocracia europea y en la crisis de valores políticos
del proyecto europeo. Ambos factores explican parte de la crisis del PSOE, el
resto hay que atribuírselo a su dirigencia. Es ya un clásico que, desde la
desaparición de Felipe González de la primera línea política, el PSOE ha tenido
un grave problema de liderazgo político. Hueco difícil de cubrir, pues no solo
depende del propio interesado sino del momento
y de las circunstancias. En la actualidad, el momento es malo, las
circunstancias adversas y los posibles líderes se desconocen.
No obstante, el PSOE
debe ponerse a trabajar bajo la coordinación del presidente de la Gestora, con
rigor, sin urgencias histéricas y con una visión a medio y largo plazo que
subsanen de una vez el cortoplacismo electoral. En primer lugar, hay que
preparar el Congreso con minuciosidad y con objetivos claros. Del Congreso debe
salir un discurso nuevo que coloque el PSOE en un lugar propio, sin depender de
la izquierda populista ni de la derecha corrupta; un proyecto político reformista
de acuerdo con las circunstancias adversas de hoy para la socialdemocracia; y
una planificación rigurosa para una oposición parlamentaria útil y visible, de
la que va a depender su credibilidad futura. En segundo lugar, se debe encontrar
un liderazgo moderno e inclusivo, que sepa coordinar y delegar, sin hipotecas y
con capacidad política. Y en tercer lugar una cuestión no menor: la renovación
del PSOE pasa por una mejor formación política y ética de los afiliados. Las
agrupaciones socialistas deben volver a su antigua función educadora en valores
de progreso social.
Mariano
Berges, profesor de filosofía
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