sábado, 5 de noviembre de 2016

INVESTIDURA DE RAJOY, ESPECTÁCULO DE SÁNCHEZ Y CRISIS SOCIALISTA

Por fin hay gobierno en España. Con la abstención del PSOE, Mariano Rajoy obtuvo la investidura por mayoría simple. Fue una decisión y un trámite traumáticos para los socialistas, lo que ha supuesto un desgarro que costará cerrar y que marcará un hito en la larga historia socialista. Pero fue una decisión correcta. La alternativa era elecciones por tercera vez, lo que era una mala noticia para España y para el PSOE. Y si no se entiende así en el ámbito socialista es por el “hooliganismo” de los militantes y votantes, por la falta de pedagogía de los dirigentes y por la ausencia clamorosa de debate interno.
1) El debate de investidura fue un registro fiel de la sociedad española representado por los actores que cada partido político tuvo a bien designar. Rajoy superó su papel aburrido de la primera parte en las contestaciones, con su dialéctica cachazuda pero eficaz. Su humor gallego le reporta buenos dividendos dialécticos y camufla su dura traducción política. Hernando, portavoz del PSOE abstencionista y que antes había sido portavoz del “no es no”, tenía cara de circunstancias. No obstante, su discurso fue digno desde una perspectiva histórica que oxigenaba un tanto el papelón que le tocó jugar. ¿No podía la Gestora haber elegido a otro menos contaminado? Iglesias mostró su ya conocida habilidad e ingenio, trabajados en las asambleas de facultad y de las que se ha despegado muy poco. Su ego se impone sobre las cuestiones objetivas de la política, con lo que su discurso se traduce en cháchara demagógica de un izquierdismo trasnochado. Verdades parciales y mentiras globales. Garzón es mejor parlamentario de lo que demostró. El traje de Podemos no le sienta bien, y su obsesión por González le abortó el discurso. De Rufián y Matute, mejor no hablar; la grandeza de la democracia tiene que soportarlos. El portavoz del PNV mostró una vez más su estilo de sintaxis vasca y su defensa del injustísimo concierto económico. Los catalanes, como siempre, anodinos y repetitivos. Añoramos a Durán i Lleida.
2) Está claro que Pedro Sánchez se ha convertido en un personaje político a lo largo de los últimos dos años. De la nada al estrellato. Por méritos y deméritos propios más los deméritos de otros. Ha sido un proceso in crescendo con traca final (digna dimisión como parlamentario y nefasta entrevista en Salvados). En la entrevista se autopresenta como un héroe suicida en busca de los aplausos militantes de cara a las primarias de la Secretaría General del PSOE y de la falsa estima podemita. Sánchez quedará como un aventurero peligroso. Por mi parte, tengo que reconocer que me confundió su primera imagen, más épica que poética, de guerrero solitario frente a la deslealtad del establishment socialista. El final aporta el sentido auténtico del proceso y, en su caso, ha estado a punto de ser ruinoso para su partido. La individualidad no debe superponerse al colectivo, y menos aún los intereses personales.
3) Nos queda como tercer elemento de este análisis la crisis socialista, que hay que contextualizarla en la crisis de la socialdemocracia europea y en la crisis de valores políticos del proyecto europeo. Ambos factores explican parte de la crisis del PSOE, el resto hay que atribuírselo a su dirigencia. Es ya un clásico que, desde la desaparición de Felipe González de la primera línea política, el PSOE ha tenido un grave problema de liderazgo político. Hueco difícil de cubrir, pues no solo depende del propio interesado  sino del momento y de las circunstancias. En la actualidad, el momento es malo, las circunstancias adversas y los posibles líderes se desconocen.
No obstante, el PSOE debe ponerse a trabajar bajo la coordinación del presidente de la Gestora, con rigor, sin urgencias histéricas y con una visión a medio y largo plazo que subsanen de una vez el cortoplacismo electoral. En primer lugar, hay que preparar el Congreso con minuciosidad y con objetivos claros. Del Congreso debe salir un discurso nuevo que coloque el PSOE en un lugar propio, sin depender de la izquierda populista ni de la derecha corrupta; un proyecto político reformista de acuerdo con las circunstancias adversas de hoy para la socialdemocracia; y una planificación rigurosa para una oposición parlamentaria útil y visible, de la que va a depender su credibilidad futura. En segundo lugar, se debe encontrar un liderazgo moderno e inclusivo, que sepa coordinar y delegar, sin hipotecas y con capacidad política. Y en tercer lugar una cuestión no menor: la renovación del PSOE pasa por una mejor formación política y ética de los afiliados. Las agrupaciones socialistas deben volver a su antigua función educadora en valores de progreso social.

Mariano Berges, profesor de filosofía

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