Los pactos habidos son lógicos como consecuencia de
los resultados electorales. El PP ha sido el partido perdedor porque las diversas
izquierdas juntas suman más que las derechas juntas. Pura aritmética y puro
sentido común. Ha habido alguna excepción que el tiempo nos descifrará
(Andalucía). Los pactos autonómicos irán en la misma dirección que los
municipales, y al final se habrá consumado la primera fase del proceso que
finalizará con las elecciones generales.
En este proceso electoral ha habido unos claros
perdedores: UPyD e IU, fagocitados por sus sucesores, Ciudadanos y Podemos, que
proseguirá y culminará en las generales. Pero el bipartidismo hasta ahora
vigente no desaparecerá sino que va a competir interior y exteriormente. Van a
competir dos pares, PP y Ciudadanos por un lado y PSOE y Podemos por otro lado.
Como los próximos pactos serán al interior de cada par, va a ser fundamental
quién saque un solo voto más que su par para liderar dichos pactos. Se ha visto
ya en las municipales y autonómicas, donde, más que una correlación de fuerzas,
ha habido una correlación de debilidades. El ejemplo más claro es el PSOE que,
con 700.000 votos menos, ha ganado poder real por los pactos con Podemos que,
con la vista puesta en las generales, se ha visto obligado a pactar. Lo
contrario hubiese sido un mal negocio para ellos. En cualquier caso, la
izquierda hoy se llama PSOE y Podemos, y entre ambos se va a dilucidar el
liderazgo del próximo futuro. Las diferencias ideológicas son teóricamente
pequeñas, ambos se autodefinen socialdemócratas, el primero desde siempre y el
segundo como táctica ambigua y electoral.
Contemplemos ahora los resultados desde la perspectiva
social. Tanto las instituciones municipales como las autonómicas serán
evaluadas por su eficacia. Sobre ilegalidades y opacidades no va a haber la más
mínima condescendencia. En los últimos años, la corrupción ha tenido un efecto
más dañino aún que su propia inmoralidad, cual es la ocultación de la
ineficacia gestora de las instituciones. Espero que, sin corrupción, podamos
valorar la eficacia y eficiencia de nuestros representantes en la gestión de
sus responsabilidades. Para ello se necesita algo más que una escenografía
populista y desinhibida, pues la gestión municipal y autonómica exige un saber
hacer que no se adquiere por ciencia infusa sino que debe ser aprendido en el
ejercicio duro y constante de la misma. Conceptos como transparencia,
honestidad y participación no son nuevos ni nadie tiene el monopolio de
propiedad sobre ellos. Si acaso lo nuevo sea el crédito de quienes los
pronuncian frente al descrédito de muchos de sus antecesores. Como lo nuevo no
es la democracia, que ya existe desde 1978, sino la mejora de la misma, que se
ha erosionado. Hablar hoy de un cambio de régimen es no tener ni idea de los
procesos temporales ni de la ley de la entropía. No son de recibo las críticas
provenientes del PP o de los poderes fácticos sobre los “pactos contra natura”
del PSOE y su radicalidad, que no hace más que cumplir lo mandatado por la
voluntad popular. Si alguna radicalidad hay es la orteguiana de ir a la raíz de
las cosas y de los comportamientos. En ese menester deben estar los nuevos
representantes y no en la estéril discusión del “y tú más”. Su gestión va a ser
mirada con lupa desde el primer instante, lo que no debe obsesionarles sino
estimularlos a una transparente rendición de cuentas que haga imposible la
corrupción.
No es casual que una gran parte de las grandes
ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Coruña, Cádiz) sean alcaldías
de las plataformas sociales surgidas tras el 15-M. No existe la casualidad sino
la causalidad. Habrá que esperar efectos posteriores y actuar en consecuencia.
Tanto el PSOE como Podemos deberán elaborar estrategias de cara a las
generales, culminación del proceso empezado en los ayuntamientos y autonomías.
Habrá que saber leer indicios y maneras, perfiles y programas, más que gestos
folclóricos de tipo pecuniario o de vestimenta. En definitiva, va ser el
trabajo bien hecho y los resultados eficaces los que serán analizados por la
ciudadanía. Y eso se consigue con gobiernos competentes y honestos (quizás lo
contario a los gobiernos de cuotas partidarias). Y en esta cuestión son los
líderes institucionales (alcaldes y presidentes) quienes van a ser evaluados
personalmente, por lo que deben actuar con inteligencia y libertad en la
configuración de sus equipos o gobiernos. No hay cosa más dañina a la
democracia que unos gobiernos mediocres e ineficaces. Eso es más dañino que la
propia corrupción, aunque sea ésta quien se lleva los titulares de prensa.
Mariano Berges, profesor de filosofía