sábado, 27 de agosto de 2016

¿QUÉ PASA CUANDO NO PASA NADA?


En este momento, “parece ser” que hay un pacto PP-C´s para votar afirmativamente la investidura de Mariano Rajoy. Las famosas seis condiciones de C´s son bastante endebles y la mayoría de ellas dependerá de una mayoría parlamentaria con intervención de más partidos. Alguna incluso podría necesitar de modificación constitucional. Además, los 137 escaños del PP más los 32 de C´s no dan la mayoría necesaria. Conclusión: estamos donde estábamos. Sin el apoyo del PSOE no hay investidura. Es exactamente la misma escena que el pacto PSOE-C´s de la anterior legislatura (aunque con menos votos).
La liturgia política por parte de todos los partidos y sus dirigentes ha sido esta vez más discreta pero, en el fondo, la misma. Cuando la historia se repite ya no es historia, es histeria. No ha pasado nada nuevo. Todo está donde estaba. Pero el tiempo pasa y la situación se degrada. Y los españoles asisten atónitos a una farsa puramente formal sin que aparentemente ocurra nada. Pero cuando no pasa nada sí que pasa algo. Pasa que el coste de la no gestión es el más intenso y perjudicial de todos. Parece igual que haya gobierno como que no haya. Y llevamos así casi un año. Y esto no acaba. Posiblemente hasta después del 25 de septiembre (elecciones vascas y gallegas) no se dilucidará si hay investidura o no. Si nos acostumbramos a que no haya gobierno, podríamos llegar a pensar que no es necesario. Y no es que la ausencia de políticos nos deje insomnes, es que es la misma política la que aparecería como innecesaria. ¿Es eso lo que se está buscando? Una vez más, los intereses de la derecha y los de la izquierda deberían aparecer como radicalmente distintos. Porque la izquierda sí que necesita la política. La derecha, no. Cuarenta años de franquismo lo atestiguan. Ésta es la diferencia fundamental que los actuales dirigentes de izquierda parecen no ver.
La puesta en escena por parte del PSOE y Podemos es nula. El primero aduce que ahora es el tiempo de Rajoy. Cierto, pero después qué. Podemos, ha desaparecido literalmente. ¿Aquí no pasa nada? ¿Hay alguien ahí? Aún será más patético cuando a partir del 2 de septiembre, una vez fallada la investidura de Rajoy, aparezca la nada en su majestuosa hermosura. Todo un  mes más por delante sin nada en el horizonte. Porque el tacticismo obliga a la ocultación de posicionamientos políticos hasta que la gente vote en Galicia y en el País vasco el día 25 de septiembre.
Es cierto que la opinión que está calando en la sociedad actual es la de un determinismo económico-político y tecnológico ante el cual nada se puede hacer y sólo queda protegerse: sálvese quien pueda. Pero, aunque solo sea por dignidad personal y colectiva, hay que intentar reconvertir la situación. ¿Cómo? En primer lugar, creando opinión con proyección reformista y generando posibilidades de cambio. Parece que las coaliciones progresistas, que teóricamente siguen siendo posibles, son imposibles en la práctica. ¿Por qué? ¿Quién lo ha decidido? Una cosa es que haya condicionamientos y resistencias fuertes que vencer y otra muy distinta es un determinismo conformista y sumiso. El futuro no está escrito y las únicas batallas que se pierden son las que no se dan. Parece que el orden actual establecido es un desorden muy bien organizado y, sobre todo, muy interiorizado socialmente. Pero no tiene por qué ser así. El estado-nación, a pesar de su pérdida de soberanía, sigue siendo clave. Es necesaria una dialéctica positiva Estado-UE, con ámbitos de discrecionalidad compartida y directivas comunes progresistas. Las soluciones siguen estando en Europa… y en España.
Y nos situamos en octubre. Y volvemos al interior del PSOE, que es donde se dilucida el nudo gordiano de la actual política española. El uso de tópicos y expresiones vacías, por ambiguas y polivalentes, hace estéril el lenguaje. Por ejemplo, “El PSOE debe estar en la oposición. Así lo han querido los electores” ¿Y si el Parlamento quiere al PSOE en el gobierno? No olvidemos que el 60 % de los electores han dicho no a Rajoy. En una democracia representativa, los electores votan el Parlamento no al Gobierno. ¿Cuál será el resultado final o provisional de la guerra entre Pedro Sánchez y sus varones críticos? ¿Tiene Sánchez un plan B? ¿Es posible que PSOE y Podemos puedan hablar de política en serio, sin ocultamientos ni mentiras? ¿Qué papel van a tener los nacionalismos periféricos? ¿El lenguaje sirve para manifestar o para ocultar? ¿Quién ha dicho que la política es fácil? Y podríamos seguir indefinidamente con los interrogantes, pero yo me mareo y acabo el artículo aquí. Me resisto a seguir diciendo tonterías y jugar a las adivinanzas.

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 13 de agosto de 2016

ESPAÑA, UN PAÍS VIABLE

Ciertamente, escribir un artículo hoy sobre politología española tiene el peligro de perder su actualidad de un día para otro. ¿Qué supone la entrevista Rajoy-Rivera del miércoles 24-08-16? Ya lo veremos pero no pronto. En mi próxima entrega quincenal aún estaremos sin hechos concretos. Como consecuencia de ello, prefiero elevarme por encima de la cotidianeidad hasta principios más generales.
En estos momentos de incertidumbre y de europeidad difícil, la prioridad es hacer de España un país viable. Sin embargo, los discursos de los partidos políticos y las declaraciones de sus dirigentes son, en general, palabrería sin contenido político profundo, que parecen más un jeroglífico para los no iniciados. Lo que se llama opinión personal no es más que repetir lo oído o leído en algún sitio, y siempre en línea con sus intereses tácticos del momento.
Expongamos algunas notas de lo que entiendo por viabilidad española. En primer lugar, encarar la crisis económica y social de una manera clara y progresiva, hablando con claridad y explicitando los pasos a dar, de manera que los españoles sepan el proceso que van a transitar. Sin mentiras ni demagogias. Hoy se habla mucho de participación, pero sin información fidedigna e inteligible la participación es un cuento chino. En segundo lugar, desterrar la corrupción en todas sus formas. Esto ha de hacerse con leyes y normas eficaces, rápidas, universales y fáciles de aplicar. No hace falta concretar más. Todo el mundo sabe cómo traducirlo.
En tercer lugar está el problema territorial. Ni España es un mosaico de naciones ni ello tiene porque traducirse en un centralismo unívoco. La cuestión del nacionalismo es difícil y compleja. Ciñéndonos a la cuestión catalana, son indiscutibles los elementos culturales diferenciales de Cataluña (también de otros territorios españoles), pero de eso a elevarse al llamado principio de las nacionalidades (a cada nación corresponde un Estado) va un abismo. Las fronteras culturales, que las hay y son una gran riqueza de España, no tienen que devenir en políticas. Y manipular o hiperbolizar la historia no lleva más que al ridículo. No hay fundamentos objetivos para el independentismo. España no debe permitir un quebranto territorial, pues sería nefasto para las dos partes. Solo beneficiaría a la insolidaria burguesía catalana, que pondría todo el aparato de “su” Estado a su servicio y elaborarían leyes que posibilitarían el saqueo y expolio del bien común. Todo por la patria. Si ya lo han intentado  siendo españoles qué no harían siendo solo catalanes. Otra cosa son los sentimientos, más intensos en unos sitios que en otros, y el folklore, y la lengua-idioma-habla (cada uno la llame como quiera). Pues bien, que se cultiven y se respeten. Pero sin que nada de ello suponga discriminación jurídica, política ni económica para nadie. Consecuentemente, los privilegios de los conciertos vasco y navarro deben desaparecer sin ningún tipo de contemplaciones. Porque, de seguir con ellos, no todos somos iguales ante la ley.
La reforma constitucional debe hacerse pero sin urgencias ni histerias. El famoso, y por algunos denostado, consenso de la transición, es condición imprescindible para ello. Y para ello hace falta mucha voluntad y mucha paciencia. Lo que sí urge es que la magnífica CE se aplique realmente, especialmente en lo relativo a los derechos sociales de todos los españoles.
La economía debe pasar de financiera a productiva, de especulativa a real.  Y la competitividad es necesaria en una globalización realmente existente, pero no a costa de una desigualdad socio-económica delictiva. Dos derechos universales tan elementales y antiguos como trabajo y vivienda siguen sin estar garantizados. Eso debe constituir un requisito irrenunciable. Y para esa modernización de la economía, la educación en general y la Universidad en particular deben ser objeto de un fuerte pacto de Estado que evite los vaivenes continuos de los cambios de gobierno.
Y, por último, Europa. Hay que construir desde España un discurso europeo en consonancia con su espíritu fundacional. Una Europa federal con una economía y una política común y obligatoria no deben darnos miedo por una cierta pérdida de soberanía. Todos ganaríamos por pura sinergia. Para ello hace falta un gobierno ejecutivo europeo y unas instituciones europeas elegidas por sufragio universal. También hay sitio para las ideologías en Europa. Precisamente, el tan añorado estado de Bienestar no es posible sin una Europa federal que lo tenga como objetivo principal. Y la globalización actual solo será justa y equilibrada si los mejores valores de la mejor Europa tienen fuerza económica y política.

Mariano Berges, profesor de filosofía