Ciertamente, escribir
un artículo hoy sobre politología española tiene el peligro de perder su
actualidad de un día para otro. ¿Qué supone la entrevista Rajoy-Rivera del
miércoles 24-08-16? Ya lo veremos pero no pronto. En mi próxima entrega
quincenal aún estaremos sin hechos concretos. Como consecuencia de ello, prefiero
elevarme por encima de la cotidianeidad hasta principios más generales.
En estos momentos de
incertidumbre y de europeidad difícil, la prioridad es hacer de España un país
viable. Sin embargo, los discursos de los partidos políticos y las
declaraciones de sus dirigentes son, en general, palabrería sin contenido
político profundo, que parecen más un jeroglífico para los no iniciados. Lo que
se llama opinión personal no es más que repetir lo oído o leído en algún sitio,
y siempre en línea con sus intereses tácticos del momento.
Expongamos algunas
notas de lo que entiendo por viabilidad española. En primer lugar, encarar la
crisis económica y social de una manera clara y progresiva, hablando con
claridad y explicitando los pasos a dar, de manera que los españoles sepan el
proceso que van a transitar. Sin mentiras ni demagogias. Hoy se habla mucho de participación,
pero sin información fidedigna e inteligible la participación es un cuento
chino. En segundo lugar, desterrar la corrupción en todas sus formas. Esto ha
de hacerse con leyes y normas eficaces, rápidas, universales y fáciles de
aplicar. No hace falta concretar más. Todo el mundo sabe cómo traducirlo.
En tercer lugar está el
problema territorial. Ni España es un mosaico de naciones ni ello tiene porque
traducirse en un centralismo unívoco. La cuestión del nacionalismo es difícil y
compleja. Ciñéndonos a la cuestión catalana, son indiscutibles los elementos
culturales diferenciales de Cataluña (también de otros territorios españoles), pero
de eso a elevarse al llamado principio de las nacionalidades (a cada nación
corresponde un Estado) va un abismo. Las fronteras culturales, que las hay y
son una gran riqueza de España, no tienen que devenir en políticas. Y manipular
o hiperbolizar la historia no lleva más que al ridículo. No hay fundamentos
objetivos para el independentismo. España no debe permitir un quebranto
territorial, pues sería nefasto para las dos partes. Solo beneficiaría a la
insolidaria burguesía catalana, que pondría todo el aparato de “su” Estado a su
servicio y elaborarían leyes que posibilitarían el saqueo y expolio del bien
común. Todo por la patria. Si ya lo han intentado siendo españoles qué no harían siendo solo
catalanes. Otra cosa son los sentimientos, más intensos en unos sitios que en
otros, y el folklore, y la lengua-idioma-habla (cada uno la llame como quiera).
Pues bien, que se cultiven y se respeten. Pero sin que nada de ello suponga
discriminación jurídica, política ni económica para nadie. Consecuentemente,
los privilegios de los conciertos vasco y navarro deben desaparecer sin ningún
tipo de contemplaciones. Porque, de seguir con ellos, no todos somos iguales ante
la ley.
La reforma
constitucional debe hacerse pero sin urgencias ni histerias. El famoso, y por
algunos denostado, consenso de la transición, es condición imprescindible para
ello. Y para ello hace falta mucha voluntad y mucha paciencia. Lo que sí urge
es que la magnífica CE se aplique realmente, especialmente en lo relativo a los
derechos sociales de todos los españoles.
La economía debe pasar
de financiera a productiva, de especulativa a real. Y la competitividad es necesaria en una
globalización realmente existente, pero no a costa de una desigualdad
socio-económica delictiva. Dos derechos universales tan elementales y antiguos
como trabajo y vivienda siguen sin estar garantizados. Eso debe constituir un
requisito irrenunciable. Y para esa modernización de la economía, la educación
en general y la Universidad en particular deben ser objeto de un fuerte pacto
de Estado que evite los vaivenes continuos de los cambios de gobierno.
Y, por último, Europa.
Hay que construir desde España un discurso europeo en consonancia con su
espíritu fundacional. Una Europa federal con una economía y una política común
y obligatoria no deben darnos miedo por una cierta pérdida de soberanía. Todos
ganaríamos por pura sinergia. Para ello hace falta un gobierno ejecutivo
europeo y unas instituciones europeas elegidas por sufragio universal. También
hay sitio para las ideologías en Europa. Precisamente, el tan añorado estado de
Bienestar no es posible sin una Europa federal que lo tenga como objetivo
principal. Y la globalización actual solo será justa y equilibrada si los
mejores valores de la mejor Europa tienen fuerza económica y política.
Mariano
Berges, profesor de filosofía
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