sábado, 13 de agosto de 2016

ESPAÑA, UN PAÍS VIABLE

Ciertamente, escribir un artículo hoy sobre politología española tiene el peligro de perder su actualidad de un día para otro. ¿Qué supone la entrevista Rajoy-Rivera del miércoles 24-08-16? Ya lo veremos pero no pronto. En mi próxima entrega quincenal aún estaremos sin hechos concretos. Como consecuencia de ello, prefiero elevarme por encima de la cotidianeidad hasta principios más generales.
En estos momentos de incertidumbre y de europeidad difícil, la prioridad es hacer de España un país viable. Sin embargo, los discursos de los partidos políticos y las declaraciones de sus dirigentes son, en general, palabrería sin contenido político profundo, que parecen más un jeroglífico para los no iniciados. Lo que se llama opinión personal no es más que repetir lo oído o leído en algún sitio, y siempre en línea con sus intereses tácticos del momento.
Expongamos algunas notas de lo que entiendo por viabilidad española. En primer lugar, encarar la crisis económica y social de una manera clara y progresiva, hablando con claridad y explicitando los pasos a dar, de manera que los españoles sepan el proceso que van a transitar. Sin mentiras ni demagogias. Hoy se habla mucho de participación, pero sin información fidedigna e inteligible la participación es un cuento chino. En segundo lugar, desterrar la corrupción en todas sus formas. Esto ha de hacerse con leyes y normas eficaces, rápidas, universales y fáciles de aplicar. No hace falta concretar más. Todo el mundo sabe cómo traducirlo.
En tercer lugar está el problema territorial. Ni España es un mosaico de naciones ni ello tiene porque traducirse en un centralismo unívoco. La cuestión del nacionalismo es difícil y compleja. Ciñéndonos a la cuestión catalana, son indiscutibles los elementos culturales diferenciales de Cataluña (también de otros territorios españoles), pero de eso a elevarse al llamado principio de las nacionalidades (a cada nación corresponde un Estado) va un abismo. Las fronteras culturales, que las hay y son una gran riqueza de España, no tienen que devenir en políticas. Y manipular o hiperbolizar la historia no lleva más que al ridículo. No hay fundamentos objetivos para el independentismo. España no debe permitir un quebranto territorial, pues sería nefasto para las dos partes. Solo beneficiaría a la insolidaria burguesía catalana, que pondría todo el aparato de “su” Estado a su servicio y elaborarían leyes que posibilitarían el saqueo y expolio del bien común. Todo por la patria. Si ya lo han intentado  siendo españoles qué no harían siendo solo catalanes. Otra cosa son los sentimientos, más intensos en unos sitios que en otros, y el folklore, y la lengua-idioma-habla (cada uno la llame como quiera). Pues bien, que se cultiven y se respeten. Pero sin que nada de ello suponga discriminación jurídica, política ni económica para nadie. Consecuentemente, los privilegios de los conciertos vasco y navarro deben desaparecer sin ningún tipo de contemplaciones. Porque, de seguir con ellos, no todos somos iguales ante la ley.
La reforma constitucional debe hacerse pero sin urgencias ni histerias. El famoso, y por algunos denostado, consenso de la transición, es condición imprescindible para ello. Y para ello hace falta mucha voluntad y mucha paciencia. Lo que sí urge es que la magnífica CE se aplique realmente, especialmente en lo relativo a los derechos sociales de todos los españoles.
La economía debe pasar de financiera a productiva, de especulativa a real.  Y la competitividad es necesaria en una globalización realmente existente, pero no a costa de una desigualdad socio-económica delictiva. Dos derechos universales tan elementales y antiguos como trabajo y vivienda siguen sin estar garantizados. Eso debe constituir un requisito irrenunciable. Y para esa modernización de la economía, la educación en general y la Universidad en particular deben ser objeto de un fuerte pacto de Estado que evite los vaivenes continuos de los cambios de gobierno.
Y, por último, Europa. Hay que construir desde España un discurso europeo en consonancia con su espíritu fundacional. Una Europa federal con una economía y una política común y obligatoria no deben darnos miedo por una cierta pérdida de soberanía. Todos ganaríamos por pura sinergia. Para ello hace falta un gobierno ejecutivo europeo y unas instituciones europeas elegidas por sufragio universal. También hay sitio para las ideologías en Europa. Precisamente, el tan añorado estado de Bienestar no es posible sin una Europa federal que lo tenga como objetivo principal. Y la globalización actual solo será justa y equilibrada si los mejores valores de la mejor Europa tienen fuerza económica y política.

Mariano Berges, profesor de filosofía

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