sábado, 26 de diciembre de 2020

ESTADO Y SOCIEDAD

 


La ventana indiscreta


Hace ya ocho años que comencé mi colaboración quincenal en El Periódico de Aragón. Creo que es momento de desconectar ustedes y yo, porque observo que las reiteraciones y la finitud de mis enfoques temáticos hacen prescindibles mis artículos. Todos necesitamos retroalimentarnos, y más si se trata de alimento intelectual.

Es un buen momento para despedirse: fin de año, comienzo de la vacunación covid, presupuestos nuevos para 2021 (por fin), ley de eutanasia, nueva ley de educación. En definitiva, 2021 se presenta en España con un horizonte esperanzado. Desde cualquier prisma que se mire hay que reconocer que el Gobierno de España y el Parlamento han trabajado mucho y bien durante este año pandémico. A pesar de la tragedia del covid-19, los logros conseguidos han sido muchos e importantes. Quizás la larga lista de muertos y afectados por la pandemia sea el terrible contrapunto a los logros políticos.

Y, sin embargo, hay una atmósfera bronca y conflictiva en España. Y no solo es por la fatiga pandémica, que también, sino porque la dialéctica política es de tono rastrero y los logros no se miran desde una perspectiva común sino desde la envidia cainita que piensa que lo bueno que consiga el rival es malo para mí. Ese electoralismo barriobajero que impide cualquier acuerdo, incluso en medio de una tragedia como la de este año que acaba.

El gran hallazgo de la política, desde la Modernidad hasta hoy, se llama Estado. El Estado es el concepto y la realidad que da sentido a todo en la convivencia social y política de una sociedad. Y el Estado lo conforman las diversas instituciones, dirigidas por una representación política que los ciudadanos han elegido para que gestionen los asuntos públicos. Unas veces un partido está en el gobierno de una institución y otras veces está en la oposición. Desde los dos lados se coadyuva al buen funcionamiento del Estado y desde los dos lados se adquiere responsabilidad de Estado.

Precisamente hace muy pocos días (el 17 de diciembre) se inauguró una exposición dedicada a Azaña, con motivo del 80º aniversario de su muerte en Montauban. Por cierto, presidida por el Rey. El Rey preside un acto que homenajea al Presidente de la II República española. Espléndido ejemplo a imitar. Pues bien, traigo a Azaña como un ejemplo paradigmático de político íntegro y moderno que entendió como nadie el concepto de Estado. Y, sin embargo, coincidiendo con su ejercicio del poder, se produjo en España la guerra (in)civil de 1936, ejemplo cruel del fracaso del Estado. Nefasto acontecimiento, a pesar de Azaña, como fruto de esa atmósfera densa, patriotera y justiciera de los años treinta en España.

A veces, se suele tener por parte de cierta izquierda una idea muy romántica de la II República española, cuando fundamentalmente fe un intento muy riguroso de europeizar España a través de la creación de un Estado moderno. Sin Estado, sin instituciones y sin acción política orientada al mantenimiento y progreso de esas instituciones, no puede haber convivencia ciudadana y progresista. Las derechas caciquiles y económicamente elitistas lucharon desde el primer momento contra ese intento que empezaba a sacar a España del pozo. Y muchas izquierdas abusaron de esa maldita dialéctica de buenos y malos, de ojo por ojo, en vez de intentar acordar salidas honrosas frente al abismo que se abría.

Azaña tenía como objetivo levantar un Estado que traería a España la modernidad europea. Lejos de ese constante gemir y lamentar, tan bien representado por la generación del 98. Santos Juliá recordaba en su obra sobre Azaña que su propósito era: “Un Estado que construir, una democracia por establecer y una acción política por desarrollar: ése es el camino para resolver el problema español o, lo que es igual, para hacer del Estado un instrumento al servicio de la transformación de la sociedad”.

No quiero comparar, pero esta atmósfera de derrota que actualmente lo impregna todo, no ayuda a salir de esta crisis, sino todo lo contrario. Todo aquel que está en contra sistemáticamente, con agravios impostados, segundas intenciones imaginadas, perversas interpretaciones de sus rivales políticos, ayuda poco a la gobernanza de su país. Y esto vale para izquierdas y derechas. En una sociedad democrática se acuerdan los desacuerdos y se busca una salida digna en los momentos comprometidos. Para eso sirve la política.

Bueno, como ya he dicho, éste es mi último artículo. Que la navidad y el nuevo año nos dé serenidad y sabiduría para articular y hacer funcionar este país que llamamos España.

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 12 de diciembre de 2020

EUTANASIA: VIVIR BIEN, MORIR BIEN

 


La ventana indiscreta

El jueves último, 10 de diciembre, se aprobó en la Comisión de Justicia del Congreso la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia (LORE). Y se espera que a principios de año la apruebe el Congreso en Pleno para su remisión al Senado. Es, pues, suficiente razón para dedicar este artículo a este asunto de enorme importancia y que extenderá los derechos individuales en España a un nivel parejo a los países más progresistas del mundo, que son muy pocos.

Éste es un artículo divulgativo, como corresponde a su publicación en un periódico generalista. No voy a entrar en tecnicismos legales sino que voy a intentar esgrimir argumentos básicos a favor de la legalización de la eutanasia en España.

Eutanasia, como todos ya sabemos, significa etimológicamente “buena muerte” y se puede definir como el acto deliberado de dar fin a la vida de una persona, producido por voluntad expresa de la propia persona y con el objeto de evitar un sufrimiento. Es obligación moral y legal de los poderes públicos atender a las demandas y valores de la sociedad de cada momento. Y en la actualidad hay una serie de causas que justifican la eutanasia. Entre ellas, la creciente prolongación de la esperanza de vida, lo que retrasa la edad de morir y, frecuentemente, en condiciones de un importante deterioro físico y psíquico; la secularización de la vida y su conciencia social derivada; el reconocimiento de la autonomía de la persona. En definitiva, estamos hablando de derechos fundamentales a la vida y a la integridad física y moral de la persona y de bienes constitucionalmente protegidos como son la dignidad, la libertad o la autonomía de la voluntad.

Soy consciente de que en una sociedad abierta y plural como la española hay opiniones y posturas contrarias a la eutanasia. Lo que es normal y sucede con otros asuntos igualmente importantes. Para eso existe la política, para discutir y pactar los desacuerdos y, así, garantizar la convivencia respetuosa y pacífica entre todos. Unas veces, lo aprobado en el Parlamento estará de acuerdo con mi opinión y otras en desacuerdo. Y el Parlamento debe ser cuidadoso para que lo aprobado, si es posible, no obligue a su práctica a los que estén en desacuerdo. Así pasó con el divorcio, con el aborto, con el matrimonio homosexual y con otros tipos de logros legales y morales que situaron a España entre los países avanzados del mundo. Ninguno de los derechos citados, como sucederá con la eutanasia, obliga a nadie que no quiera a ejercerlo. Es un derecho, no una obligación. Incluso a las personas que quieran practicar la eutanasia, la LORE establece garantías para que la decisión de poner fin a su vida se produzca con absoluta libertad, autonomía y conocimiento, libre de toda presión de cualquier índole.

Queda por discutir una cuestión que siempre está ahí: las posturas de tipo religioso, que, en el fondo, no son religiosas, y mucho menos morales, sino ideológicas. La idea de fondo en la discusión religiosa sobre la eutanasia es que unos piensan (creen) que el dueño de la vida del hombre es Dios y, por tanto, el hombre no puede disponer de ella. Mientras que otros pensamos (no creemos) que la vida es propiedad de cada uno y, por tanto, podemos disponer de ella cómo y cuándo queramos. No es justo que un principio de índole religiosa obligue a todo el mundo. Los que estén en contra de la eutanasia que piensen que a ellos no les obliga, pero que no obliguen a los demás a seguir la misma pauta. La sociedad contemporánea es secular y laica en su funcionamiento. Su procedimiento y normas lo marcan las leyes aprobadas en el Parlamento. Por lo tanto, las creencias de tipo religioso son respetables y dignas pero subjetivas e íntimas. Las religiones no deben intentar configurar el mundo según sus creencias. Eso cae fuera de su propio objeto. La buena teología debe supeditarse a un mundo justo, no caritativo. Y la fe no debe confundirse con la religión, pues son cuestiones muy distintas y, no pocas veces, opuestas. La eutanasia, pues, es una cuestión político-jurídica, que es lo propio de una sociedad democrática de derecho. La moralidad de ese acto, como la de todos, es una cuestión de nuestro fuero interno. No existe una moralidad objetiva, pues todas están condicionadas por principios sociales y políticos

Termino con una preciosa cita de nuestro amigo Antonio Aramayona en su carta de despedida antes de su suicidio, pues no estaba legalizada la eutanasia: He intentado que mi vida haya sido digna, libre, valiosa y hermosa. Y así he querido también mi último hálito de vida: digno, libre, hermoso y valioso. Así he querido vivir y así he querido morir. Toda una maravillosa síntesis de libertad y coherencia en la vida humana. Una buena vida se merece una buena muerte, pues ambas constituyen un solo proceso.

Mariano Berges, socio de DMD

sábado, 28 de noviembre de 2020

RACIONALIDAD POLÍTICA

 





La ventana indiscreta

En estos momentos existen en España muchos asuntos de suma importancia: la ya eterna pandemia y la aprobación del plan de vacunación general en España, la aprobación de los Presupuestos para 2021, el plan de recuperación europeo pos-covid y su consecuencia española, la aprobación de la LOMLOE, la próxima aprobación de la ley de la Eutanasia. Y todos ellos con un claro aspecto positivo. Y, sin embargo, la melodía ambiental que más suena es la crispación política, auspiciada fundamentalmente por el PP, partido que solo promueve el consenso cuando gobierna.

Claro que hay otros asuntos no tan positivos. Uno es ellos es la desnudez de nuestro sistema sanitario ante la prueba de esfuerzo a que lo ha sometido la pandemia, fundamentalmente de tipo organizativo y de falta de recursos materiales y humanos. El Roto, al que rindo frecuentemente mi admiración, lo mostraba en una viñeta espléndida. Decía el personaje de la viñeta “Teníamos el mejor sistema sanitario del mundo. Hasta que enfermamos”. La consulta médica telefónica puede ser el hallazgo del siglo.

Ante la orquestación de la bronca y la búsqueda del rédito por parte de casi todos, me pregunto si los medios de comunicación no podrían desarrollar más las cuestiones principales y menos las anecdóticas. Intentar poner racionalidad, sin jugar tanto a esto me gusta y esto me disgusta, sino a analizar todos los aspectos susceptibles de mejora desde una postura crítica (obligación ineludible en cualquier medio de comunicación) y no tanto a tomar partido por unos u otros. Todo proyecto y personaje público es susceptible de crítica, que por cierto significa valoración, ya sea ésta positiva o negativa. Y ése es el papel de los medios, depurar ante sus lectores-oyentes las casi siempre confusas manifestaciones del poder, cuya aparente claridad expositiva de sus discursos suele camuflar la confusión de sus objetivos.

En España, nos hemos instalado en el conflicto y la bronca, con la intolerancia como virtud máxima y la intransigencia frente a la necesaria flexibilidad política. Menos mal que la gente del común guarda mejor la estética que el Parlamento, con tanta retórica y sobreactuación. Estamos en un momento que, sin pretender historicismo alguno, se parece bastante al de la Transición. Propongo un juego de ficción pretérita. Imaginemos que, tras la muerte de Franco y para superar el centralismo decimonónico, los legisladores españoles hubiesen plasmado en la Constitución una profunda descentralización política y una radical modernización administrativa, en vez del Estado de las autonomías. O sea, más Francia y menos Alemania, cuya perfección de los landers es difícil de alcanzar. Si seguimos con el pretérito, estaba claro que, con las autonomías, solo se pensaba en contentar a vascos y catalanes, constituyendo el resto una escenografía de cartón-piedra y mero acompañamiento. Pero la historia no está escrita hasta que los hechos la escriben. Y las inéditas autonomías españolas comenzaron a exigir lo mismo que vascos y catalanes, y aparecieron las famosas competencias propias, que siempre eran pocas o transgredidas por el poder central. A su vez, vascos y catalanes se quejaron de que eso era “café para todos” y no lo prometido, con lo que su nacionalismo exclusivo y excluyente no se diferenciaba del resto de España.  De ahí a la concepción de la independencia como salto cualitativo específico y diferencial había poco trecho. A la vez que los nuevos virreyes instalados en sus taifatos autonómicos, le cogieron gusto a eso de las competencias propias, y el federalismo teórico acudía para dar una pátina de modernidad a lo ya inevitable.

En la primera fase u ola de la pandemia, todo resultó fácil con el mando único como instrumento político y como procedimiento idóneo de enfrentarse a la tragedia nacional. Vascos y catalanes sacaban a relucir sus competencias atacadas, pero con la boca pequeña, a los que se añadió el tercer nuevo nacionalismo, el madrileño. Luego vino la desescalada autonomizada y los brotes epidémicos a gogó. Lo que produjo un caos irracional por querer responder plural y diversificadamente a un grave y único problema. Con las navidades y el plan de vacunación a la vista, espero que volvamos al criterio de mando único. Eso de la cogobernanza no está nada claro, ni teórica ni prácticamente. Y lo de la lealtad institucional, salvo excepciones, que las hay, se practica poco. Y es difícil coordinar a quien no se deja. Por lo menos, para vencer al coronavirus, las autonomías no son muy eficaces.

Como los medios de comunicación son diversos (faltaría más), aunque muchos no son neutrales, el caldo mental de la gente es confuso, profuso y difuso. Es una auténtica futbolización de la política. Mi equipo-partido siempre tiene razón y el adversario es negativo por definición. Lo que me ratifica cuando leo mi periódico. Sin embargo, España tiene que intentar partir de un proyecto común y básico en esta situación que podría significar un cambio de época. ¿Existen elementos suficientes y suficientemente capacitados, intelectual y democráticamente, para elaborar y empezar este proyecto común? ¿O vamos a seguir jugando a nuestra supervivencia personal o partidista? No sé de dónde puede venir el principio de solución, pero todos debemos sentirnos interpelados por este proyecto. Ahora el juego es de futuro, porque el pretérito es irreversible y mi jacobinismo personal queda aparcado para mejor ocasión.

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

sábado, 14 de noviembre de 2020

CIENCIA Y NATURALEZA







La ventana indiscreta

Hoy es martes 10 de noviembre de 2020 y seguimos en plena pandemia del coronavirus. Tanto la vida como este artículo parecen un diario de adolescente: monótono, reiterativo y con poco tono vital. Eso si lo ves desde dentro, porque si lo miras desde fuera es más de lo mismo, algo pesado que aburre a todo el mundo que pierda el tiempo leyéndolo.

 

Y, sin embargo, no puedes hablar de otra cosa. Sería como escaquearte de la lucha contra el virus, de traicionar el sufrimiento, el temor y la esperanza de tantos conciudadanos que viven a golpe de dato y de noticia. Algo así como esperando a Godot, que nunca llegó pero cuya espera dio sentido a toda su vida a los dos vagabundos de Samuel Beckett.  

 

Desde el 14 de marzo hasta la desescalada del 21 de junio casi llegamos a acostumbrarnos. Nos acostumbramos al encierro y hasta descubrimos una cierta interioridad que hacía tiempo no sabíamos de ella. Reconstruimos rutinas que nos hacían más llevadero el encierro, descubrimos nuevos autores y volvimos a encontrarnos con viejos ensayos, novelas, películas y poemas que, en otro momento, nos iluminaron y nos guiaron.

 

Y llegó el verano, momento de soltar amarras y embeberse en la nueva normalidad. Tanto nos lo creímos que lo practicamos con plena dedicación.

“Hemos derrotado al virus y controlado la pandemia”, proclamó un exultante Sánchez el 5 de julio. Pero duró poco. Julio y agosto fueron como el espejo que nos devolvió nuestro rostro, el rostro de la pandemia. Aún hubo algunos que estiraron el verano: San Fermín, innumerables fiestas de agosto, el Pilar, todas con el no delante, como si fuera un camuflaje de la realidad. ¿Habrá también no-navidades? Y aquí nos encontramos, en noviembre-marzo, como en la concepción griega del tiempo circular, siempre pasa lo mismo aunque con formas distintas. Y aún decíamos durante el confinamiento que estábamos aprendiendo, que saldríamos más fuertes y más sabios. Pero no, no solo no hemos aprendido nada sino que cada vez somos más estúpidos. Con la salvedad de que a los ciudadanos de a pie no se les da más que una responsabilidad individual, pero a las autoridades se les encomienda una responsabilidad y un hacer colectivos, en nombre de todos. Por eso y para eso son autoridades; desde su libre voluntad quisieron ocupar esos lugares, pero a muchos les fue grande. Y no hablo de gobiernos y oposición por separado, sino de todos en general. Y no se pueden escudar en que han trabajado y sufrido mucho, lo que es cierto, porque la autoridad está para solucionar los problemas de sus conciudadanos y no tanto para sufrir. El sufrimiento no se delega, sino que se practica personalmente. Y los ciudadanos así lo han practicado.

 

Pero, de pronto aparecen dos buenas noticias: Una, que Trump ha perdido las elecciones del imperio y otra, que la farmacéutica Pfizer ha testado una vacuna con el 90% de eficacia. Los ánimos empiezan otra vez a calentarse y dentro de pocos días (porque esto se cuenta por días) habrá presión hacia las autoridades para que suelten cuerda y nos dejen vivir un poco. Ya estamos salvados, pues Jehová, una vez más, ha acudido a salvar a su pueblo elegido. Pero no olvidemos que el virus, como el dinosaurio, sigue con nosotros.

 

¿Y ahora, qué? El primero, Trump, ya ha recordado que profetizó la vacuna pero que han esperado a hacerlo público después de su derrota en las elecciones. Vamos a estar muchos días contando con los dedos de las manos cuánto nos falta para la liberación total. Pero ¡cuidado!, nos dicen, no estiremos mucho de la cuerda no sea que nos lastimemos y seamos los últimos caídos en esta guerra vírica. Pero alguien osa adelantarse, ya ha salido el Ministro de Sanidad de España a decirnos que esto ya estaba previsto, que ya hemos comprado no sé cuántos millones de dosis y que en Mayo esto se acabó. El verano de 2021 va ser muy especial, tan especial que muchos (turismo, hostelería…) ya están planificando la fiesta planetaria que va a tener lugar, posiblemente en España.

 

Y otra vez volveremos a las andadas. La ciencia y la investigación recibirán alguna inversión (a modo de subvención graciable) para que no digan; la sanidad y la educación recibirán alguna limosna; la Administración seguirá ufana haciendo lo mismo y de la misma manera, porque habrán vencido al virus. La gente olvidará 2020, el año que no existió, y el muerto al hoyo y el vivo al bollo y a vivir que son dos días. Pero la naturaleza sigue ahí y no habremos aprendido que el único progreso posible y sostenible consiste en un diálogo constructivo y respetuoso entre hombre y naturaleza. La ciencia, como la medicina, es más barata y eficiente, como prevención que como curación. Naturaleza y ciencia: binomio a reivindicar. Vida inteligente: pauta a seguir.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 31 de octubre de 2020

ESTADO DE ALARMA

 



La ventana indiscreta

La palabra clave de esta semana es “estado de alarma”. Es un término bélico porque eso es la actualidad, la guerra contra el virus. Quizás la característica más llamativa de este estado de alarma sea que la implementación de las medidas queda en manos de los presidentes autonómicos, con un órgano de cogobernanza (el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de salud) que se reúne periódicamente. Es una medida de corte federal. A ver si aprendemos. Pero no, ya han salido dos gobiernos a protestar, el nacionalismo catalán y el madrileño, más por autoafirmarse que por mejorar la propuesta. La postura de la presidenta madrileña ya se pasa de esperpento. Oyéndola se pasa vergüenza ajena. Su ignorancia y su atrevimiento van parejos. Sin embargo, casi todos los demás están de acuerdo en que el estado de alarma es una herramienta necesaria jurídicamente de la que cuelgan todas las medidas autonómicas que se quieran implementar por parte autonómica, sin necesidad de ninguna tutela judicial posterior.

 

La clase política nacional ya ha empezado a discutir, que si es mucho tiempo, que mejor dos meses y luego ya hablaremos. Cuando puede ser perfectamente al revés, aprobemos seis meses y si la situación mejora mucho, suspendemos la alarma. La cuestión de informar y controlar puede ser perfectamente compatible con los seis meses de vigencia. Prácticamente, todos los expertos están de acuerdo en que hay que poner un horizonte largo de tiempo, para no repetir el error de la trepidante desescalada de junio. Hasta que haya vacuna o tratamiento. Ni hay navidades ni puentes festivos ni Semana Santa. Solo hay virus, nuestro enemigo.

 

¿Han aprendido algo nuestros dirigentes? La gente sí que ha aprendido: a obedecer, a ser disciplinados, a ser prudentes, a tener paciencia, a sufrir. Excepto algunos, claro. Algunos dirigentes o no han aprendido nada o, lo que es peor, usan el coronavirus como instrumento político contra el Gobierno. Qué agradable sería que por unos días callasen algunos políticos sobre la pandemia y dejasen de decir tonterías. Se purificaría tanto el ambiente que hasta el virus pensaría en irse por falta de contaminación.

 

¿Qué ha fallado para que estemos como en marzo? Ha fallado, evidentemente, la prevención. Parece que en España solo actuamos cuando el peligro lo tenemos encima. En la primavera, cuando todo estaba fatal, todos nos pusimos las pilas y, mediante el heroico confinamiento, se atajó el virus. Luego vino la desescalada y volvimos a las andadas de “a vivir, que son dos días” y nos pegamos la segunda hostia. Ahora volvemos al segundo estado de alarma, tarde como siempre pero bienvenido sea. Y aún hay algunos que lo cuestionan. Dejémosles en paz y nosotros a hacer lo que hay que hacer. Pero, una vez más, volvemos a responsabilizar casi en exclusiva a la gente. Las autoridades no se atreven a prohibir, solo a recomendar. Así no vamos a ninguna parte. Las sociedades democráticas funcionan con leyes, y las leyes obligan democráticamente. Me estoy refiriendo al posible confinamiento domiciliario que posiblemente habrá que volver a hacer. Los números de los contagios lo dirán. Ojalá me equivoque.

 

¿Por qué los partidos políticos son tan incapaces de ponerse de acuerdo, cuando sindicatos y empresarios sí lo consiguen? Quizás sea porque los sindicatos-empresarios juegan con las cosas de comer. Los partidos no sé con qué juegan, ni siquiera en un momento como el actual en que nos estamos jugando el país, la gente del país. Y no es por el uso de la fina dialéctica, porque en España la dialéctica es de garrotazo goyesco. Los discursos de los partidos son distintos cuando están en el gobierno o en la oposición. Incluso intercambiables entre ellos. Mal está eso, pero en momentos cruciales como el actual eso es imperdonable. El español y su cainismo genético. Pero no, los partidos van por un lado y la sociedad (silenciosa) va por otro. Luego nos quejamos de la desafección política. ¿Será que el síndrome de la guerra civil aún sigue? ¿Siempre va a haber vencedores y vencidos? No, por favor, la Transición sí existió, y fue ejemplar, con sus olvidos y errores. Pero, ahora, suena estridente por comparación. Quizás por eso, a muchos no les gusta, y la zarandean o la falsea

 

¿Qué queremos? Algo tan sencillo y tan vulgar como una democracia que funcione. Y que los partidos se perciban a sí mismos como meros instrumentos al servicio de una sociedad democrática. Y no al revés, la sociedad al servicio de los partidos. Ahora toca derrotar al coronavirus, con las menos bajas posibles. Pues eso.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

 

sábado, 17 de octubre de 2020

NACIONALISMO MADRILEÑO Y ZOZOBRA NACIONAL

 


La ventana indiscreta

La extrema derecha del PP, dirigida por el infradotado Pablo Casado, en contra de muchos varones de su partido (gente normal, por lo demás), y personalizada por la figura surrealista de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de Madrid, están dando una batalla con ínfulas de ahora o nunca al tándem Sánchez-Iglesias, iconos del actual gobierno de coalición. Es difícil encontrar una actitud tan inmoral como supeditar la salud a la política. Y eso que todavía no han esgrimido (todo llegará) la dialéctica Madrid-Barcelona, tanto en el ámbito político como en el económico. O sea, nacionalismo español (madrileño) versus nacionalismo catalán. Futbolización de la política. Y Vox a engordar.

 

Sin embargo, no podemos obviar que la situación es mucho más compleja, ya que el partido que mayoritariamente sustenta al gobierno es el PSOE, partido de gobierno por antonomasia y el que más años ha gobernado España. Eso hace que si el PSOE gobierna en coalición con UP (sin duda ninguna ejemplo de populismo izquierdista, pero tan legítimo como cualquiera) y con la colaboración  imprescindible de los independentistas catalanes y algunos partidillos “unitarios” (de una unidad de escaños), su permanencia en el gobierno es bastante inestable y complicada.

 

Además de PP y PSOE, hay que citar ineludiblemente a Vox, partido claramente franquista, con una ideología intelectualmente rancia y poco estructurada, pero con 52 escaños y tercer partido del Parlamento, que va comiendo terreno al PP de Casado, por eso de mejor el original que la copia. Y también hay que citar a Cs, por lo que fue y por lo que puede llegar a ser. Y, cómo no, a Podemos, con la incertidumbre de qué serán de mayores. El resto, menos PNV y Bildu, son ya partidos “unitarios”. O sea, que ya no tenemos bipartidismo pero sí tenemos una fragmentación tal que es el bipartidismo de antes más los nacionalismos (que ahora sí son independentistas de verdad). Si a ello le añadimos la pandemia que no para de crecer y la crisis económica que ya está entre nosotros, el Estado español tiene ante sí una tremenda papeleta por resolver, pues, con una gravísima crisis política, social e institucional, lo hace poco creíble para superar el trágico momento actual sanitario y económico.

 

España está dando una imagen de incapacidad para resolver la crisis que nos envuelve, dada la crispación política que nos ahoga desde hace tiempo y que el nacionalismo madrileño ha acentuado hasta límites peligrosos. Y esto contrasta con la imagen de hace muy poco tiempo, tras haber alcanzado una gran credibilidad en Europa y en el mundo. Todo empezó a torcerse con la crisis de 2008, que España superó formalmente, pero el paro, el viejo modelo económico, la crisis institucional y la crispación política se enquistaron de tal manera  que solo permitieron un vuelo gallináceo. La corrupción política ayudó a frenar el progreso. Los dos nuevos partidos, Podemos y Cs, no solo no rejuvenecieron el panorama político, sino que, con su falta de horizontes, lo oxidaron más. El independentismo catalán, mal enfocado y peor resuelto, hizo el resto. De ahí surgió un nacionalismo español del que el nuevo nacionalismo madrileño, con la inestimable ayuda de Vox y la nuevamente irresponsable actitud de Cs, es su quintaesencia.

 

En los momentos actuales, se superponen varias crisis: sanitaria, económica, institucional, política y social. Y, en lugar de atajarlas, solo nos dedicamos a insultarnos. Da pena asistir a una sesión parlamentaria. La oposición no solo no propone sino que obstruye. El Gobierno no tiene el suficiente liderazgo y tampoco tiene capacidad de seducción, ni con la oposición  ni con los propios. Va en la línea de la viñeta de El ROTO de este último miércoles: “la gestión política consiste mayormente en hacer gestos”. La política actoral prima sobre la política real.

 

Pero no quiero acabar en negativo, porque el progreso no consiste en vociferar consignas ni catastrofismos, sino en una búsqueda incesante para resolver problemas. En estos momentos existe un gran peligro por la relación perversa existente entre la política y el lenguaje: el uso de la hipérbole, la exageración y la grandilocuencia suele arrastrar a la bronca política. Sin embargo, España necesita, como nunca, un diagnóstico, un proyecto y una estrategia. Y esto solo se consigue con unión de todos en lo fundamental y necesario. Si los políticos no saben, no quieren o no pueden, deberá ser la sociedad civil quien articule el proceso de reconstrucción.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 3 de octubre de 2020

2020, UN AÑO QUE NO EXISTIÓ

 





La ventana indiscreta

 

2020 será un año inexistente a efectos de lo que es típico de una vida: acontecimientos, vivencias, proyectos, emociones… Será el año del coronaviurus o covid-19. Y se caracterizará por una vida pasiva y receptiva de órdenes, normas y actos nada habituales y con no pocas contradicciones entre ellos. Nuestra vida habrá sido como un paréntesis, lleno de miedos y actos fallidos, de expectativas frustradas y de vidas interrumpidas. Sí que habrá habido acontecimientos, pero serán oscurecidos por la pandemia que fagocitará todo.

 

Precisamente por todo esto, dan risa o pena todos los rifirrafes políticos de personajes que se creen importantes y son entitativamente marginales y moralmente rechazables. Nuestra general ignorancia frente al virus que nos evapora este año de nuestras vidas, debería conducirnos a todos, ciudadanos públicos y ciudadanos privados, a una disposición de suma humildad y de gran receptividad a cualquier muestra de buen hacer por parte de los expertos (los de verdad). Los políticos deberían solicitar y agradecer consejos y propuestas que provengan de gente que tenga algo que decir. Y deberían guardarse sus peleas infantiles para mejor ocasión (para ninguna).

 

La ridícula batalla dialéctica entre el Gobierno de España y la Presidencia de Madrid sería de risa si no fuera de muerte. El rifirrafe entre el Gobierno de España, el Rey y el Presidente del CGPJ sería estúpido si no estuviera encarnado por las tres mayores instituciones del Estado. Lo que vaya a suceder en el comienzo del curso escolar sería para apostar si no fuera por los miedos y tragedias que conlleva dicho proceso. Las energías y frustraciones del sector sanitario son impropias de un sistema del que hasta hace poco estábamos orgullosos y que, a pesar de sus profesionales, va a quedar maltrecho y desprestigiado, porque la sociedad española está ahora con un sistema sanitario simbólico y telefónico. La enésima prórroga de los presupuestos de Montoro forma ya parte del mayor descrédito gestor de cualquier gobierno que se precie. Porque se van a volver a prorrogar. Y escribiendo este artículo sale la noticia de que el Supremo ratifica la condena a Torra, con lo que el circo catalán volverá a sacar sus monos, sus enanos, jirafas y elefantes por las vías públicas para ¿entretenimiento? y descrédito de Cataluña, que otrora fue digna de envidia sana y alabanza por parte de toda España. Y, para finalizar, las dudas sobre nuestra capacidad gestora para saber gastar los 140.000 millones de euros que la UE nos ofrece para superar los efectos económicos y sociales de la pandemia que nos asola. Ah! sin olvidar la omnímoda pandemia, que no solo no se acaba, sino que sigue golpeando y matando a cien españoles por día. En fin, parodiando un título de Almodóvar, qué habremos hecho para merecer tanto.

 

Ciñéndonos a la pandemia y su gestión política, hay que leer el manifiesto “Covid-19 en España”, dado a conocer por 55 sociedades científicas españolas, y que desglosa unas líneas maestras para mejorar la salud pública en España. Destaco tres: 1) Todas las sociedades médicas piden a los políticos unidad y que se guíen por evidencias científicas. Lo que no implica que se obvien factores económicos o sociales. 2) La gran importancia de unos buenos datos con coordinación territorial y lealtad institucional. 3) La creación de una Agencia Española de Salud Pública que proporcione liderazgo científico y articule funciones ahora dispersas en la Administración.

 

Los científicos ya han escrito un segundo aviso a las autoridades españolas para que aprendan de sus errores de la primera ola y corrijan sus conductas en esta segunda ola. Pero no está siendo así. Y los ciudadanos lo saben, o lo intuyen, y lo manifiestan. Hay una sensación de fracaso colectivo porque en vez de humildad y cooperación, se nota demasiado la prepotencia y el sálvese quien pueda. Y así, el fracaso está garantizado. La famosa cogobernanza no existe, porque no hay coordinación ni comunicación entre los distintos gobiernos. Solo hay críticas, amenazas y chantajes. Estamos asistiendo a la peor de las políticas posibles: personalismos, zancadillas, declaraciones exclusivamente contra el adversario… y la sociedad asiste indefensa a esto que sería un sainete si no fuese una tragedia. Y no podemos seguir así. No tenemos por qué defender a los nuestros frente a los adversarios, sino que tenemos que saltar de una vez para que los políticos se pongan de acuerdo, porque la pandemia sigue y se agrava. Tenemos que volver a un liderazgo estatal con intervención de todos y con científicos que propongan las soluciones. Además, con carácter de urgencia, ya que cada vez hay menos tiempo y la economía no funcionará si previamente no se ha resuelto la pandemia. En tiempos de tragedia solo vale la humildad y la cooperación científicas, no el chantaje ni los personalismos ridículos de actores de segunda fila.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 19 de septiembre de 2020

UNA ATMÓSFERA CONFUSA Y ESTÉRIL



 La ventana indiscreta

  En estos momentos, es difícil seleccionar un solo asunto para escribir un artículo. Por descontado que la pandemia sigue y el número de los contagiados aumenta exponencialmente, diga lo que diga la versión oficial. Pero también están pasando otras cosas en paralelo: políticas, económicas, sociales, morales. Por ello, procede hablar de una atmósfera un tanto caótica, con pocos criterios y mucha retórica hueca. Parece que lo que se dice es más para negar al adversario que para afirmar las ideas. Y así, mal vamos, pues toda la energía política se gasta más en neutralizar al contrario que en construir proyectos.

 

Tomemos, por ejemplo, el asunto más importante que tenemos entre manos, tras el encauzamiento de la pandemia. Me refiero a los deberes que tiene que hacer España para recibir los 140.000 millones de euros provenientes de la UE durante los próximos cuatros años. No vaya a ser que por causas internas no los podamos recibir.

 

Para poder recibir ese dinero (la mitad a fondo perdido) España debe tener un plan y unos programas que lo desarrollen. Y todo ello debe partir de los Presupuestos del Estado, todavía en mantillas y sin criterios firmes, pues aún se está debatiendo quiénes y en qué condiciones van a apoyarlos. Una vez que Europa ha demostrado una solidaridad nunca vista, España está enfrentada internamente por pequeños asuntos domésticos que nada favorecen la reconstrucción nacional. Porque los fondos deberán tener un destino muy preciso. Se trata de recuperar la actividad dañada por la pandemia pero también de cambiar radicalmente el modelo productivo español hacia una economía sostenible y digital. Y solo los proyectos que vayan en esa línea prosperarán en Bruselas.

 

El punto de partida español es, por el contrario, analógico, contaminante y precario. La construcción y el turismo siguen siendo sectores principales de la economía y del empleo. Recordemos que, junto con la emigración, constituían la economía española de los años sesenta. Además, son dos sectores de mano de obra muy poco cualificada. No hay por qué abandonarlos pero sí hay que reencauzarlos con tecnología punta y sostenibilidad. Otro sector importante es el transporte, que debe pasar de ser tan exhaustivo por carretera a un mayor transporte ferroviario. Lo mismo cabría decir de la movilidad urbana, que debe impulsar los vehículos híbridos o eléctricos y abandonar los coches más antiguos. Y podríamos seguir.

 

Lo escrito hasta aquí es la realidad que nos apremia, si queremos salir de una vez de nuestro anquilosado modelo productivo, Europa nos ayuda de la mejor manera posible, obligándonos: solo nos financia el modelo económico digital. Dicho de otra manera, si los fondos europeos los queremos usar para seguir como hasta ahora, con el puro ladrillo y el chiringuito de la playa, nuestros programas no serán aprobados por la UE y, por lo tanto, no habrá financiación.

 

¿Qué hacen nuestros dirigentes y nuestros partidos políticos? Discutir a ver quien la tiene más larga, en vez de cooperar conjuntamente en lo importante. Que en estos momentos son fundamentalmente dos aspectos: superar la pandemia y afrontar la economía inmediata. Esto y solo esto es lo importante. Lo demás son minucias para entretener al personal. Y el tiempo apremia, porque en ambos aspectos andamos muy mal. La segunda ola de la pandemia nos ha colocado a la cabeza de los contagios, sin nadie que nos dé una explicación congruente del porqué. Y económicamente, España ha sufrido el impacto más brutal de nuestro entorno: déficit público abultadísimo, desempleo brutal (41%  de desempleo juvenil) y, como ya he dicho antes, un modelo productivo obsoleto.

 

Hace falta, pues, una hoja de ruta clara, consensuada y apoyada por la mayoría de la sociedad y de los partidos políticos. Hace no mucho se hablaba de unos nuevos Pactos de la Moncloa. El momento actual necesita de ellos y de algo más. La responsabilidad de los partidos y sus dirigentes es muy superior a la praxis que están demostrando. Lo lógico sería un pacto entre los dos grandes partidos, evitando la confrontación y llegando a un acuerdo que permita la regeneración del país. Eso no está reñido con las diferencias políticas, eso es patriotismo del sano. Sin embargo, uno, el PSOE, además de ejercer su obligatoria labor de gobierno, no trabaja los pactos con generosidad y juega a arrinconar al PP, mientras que éste juega a intentar que su adversario fracase en el combate contra la pandemia, para que, como consecuencia, pierda el favor de los votantes. Así no vamos a ninguna parte.

 

Se critica a las generaciones de la Transición, pero las actuales generaciones en el poder están haciendo naufragar a la juventud menor de cuarenta años y la están dejando sin posibilidad de un desarrollo mínimo, pues sin un  trabajo digno ni vivienda no hay emancipación posible, y sin emancipación no hay ciudadanía, y sin ciudadanía no existe sociedad. Si con 140.000 millones de euros a nuestra disposición seguimos fomentado la marginalidad económica y social de nuestros jóvenes, la historia nos hará reos de una época abortada.

 

Mariano Berges, profesor de filosofía

martes, 8 de septiembre de 2020

LA REGENERACIÓN INSTITUCIONAL (III)

 





La ventana indiscreta

 En los dos artículos anteriores he esbozado algunas reflexiones y principios sobre la regeneración institucional. En esta tercera entrega, intentaré exponer algunos elementos concretos de la gestión pública.

 

Tras la Segunda Guerra Mundial, la Administración se vuelve más compleja y se necesitan funcionarios con una mayor cualificación técnica en los distintos planos de la Administración. Esta fase se conoce con el nombre de Nueva Gestión Pública (NGP). En ella se producen una serie de reformas administrativas que involucran una gestión por objetivos, usa indicadores de gestión, tiene un claro enfoque hacia el usuario-cliente de los servicios, no desprecia la externalización de aquellos servicios no esenciales, sin perder nunca el control y la propiedad del proceso. Y sobre todo, utiliza la evaluación como instrumento para mejorar los procesos productivos de servicios.

 

El concepto fundamental en toda gestión pública es el de la Planificación Estratégica (PE). Concepto que primeramente se usó en la empresa privada y luego pasó a la empresa pública. Se trata, en definitiva, de aplicar una herramienta nueva de gestión para un tiempo en que existen nuevas demandas y nuevos desafíos, por lo que es útil y necesaria para un ajuste continuo a las nuevas situaciones. Y como las situaciones son cambiantes, esta herramienta de gestión debe ser dinámica, nunca estática. La PE permite clarificar a qué usuarios nos dirigimos y cuáles son sus demandas, que se traducirán en servicios. Desde el punto de vista de la gestión, la PE no admite súbditos sino colaboradores. Todos, desde el ordenanza hasta el director general deben tener creatividad en su ámbito de actividad. La dirección debe fomentar la participación crítica ante unos objetivos claros, alcanzables y medibles. Además, la PE debe ser escrita, pues las palabras se olvidan y la escritura ata el pensamiento. Además, si la Administración, cada Administración, escribe en una Carta de Servicios cuáles son sus objetivos y los indicadores de sus resultados, los ciudadanos pueden evaluar la gestión sin necesidad de retóricas ni mítines. De esta manera serán los ciudadanos los auténticos evaluadores de la gestión.

 

Ahora bien, para elaborar un PE hace falta, por parte de los directivos, desarrollar un pensamiento estratégico: actuar siempre en función de los objetivos a alcanzar, priorizando dichos objetivos y las acciones respectivas, y elaborando indicadores que  permitan contrastar la consecución de los objetivos propuestos. Por descontado que la PE no es una varita mágica, ni se puede usar como mera propaganda, porque también hay peligro de una excesiva burocratización si las decisiones no se descentralizan inteligentemente.

 

En teoría, el sistema debería funcionar perfectamente, ya que conceptualmente y competencialmente el asunto está claro. Sin embargo la percepción social es que funciona mal. En mi opinión, dos son los grandes problemas de la Administración: uno por comisión, la corrupción; y otro por omisión, la eficacia-eficiencia.

 

La corrupción es un abuso de poder que supedita el bien general al beneficio propio. Mediáticamente brilla más la corrupción de los políticos, pero históricamente es más constante la corrupción de los funcionarios. Aún más, los políticos no podrían corromperse sin la cooperación necesaria del funcionario, mientras que éste goza de mucha más autonomía para sus tropelías. El exceso de burocracia, que suelen mostrárnosla como una consecuencia de la complejidad, no es más que la telaraña que oculta la corrupción. Si hubiese una gestión ágil y transparente no habría tanta corrupción.

 

La falta de eficacia-eficiencia (hacerlo bien optimizando los recursos disponibles) es consecuencia de la ausencia de auténticos directivos y de una inexistente coordinación político-administrativa que nos arrastra a la estéril compartimentación de servicios, que sirve para justificarse los políticos y funcionarios pero que deja a la sociedad sin una respuesta rigurosa a sus demandas.

 

Como colofón final, debo decir que estas tres entregas sobre la Función Pública, no es teoría para elucubrar sino que es la propia Constitución quien nos lo demanda. Según el artículo 103 de la Constitución Española, la Administración Pública sirve con objetividad a los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al Derecho. Creo que esta declaración es un buen espejo donde mirarse todos para saber qué podemos esperar y qué debemos exigir a la Administración.

Mariano Berges, profesor de filosofía

lunes, 24 de agosto de 2020

LA REGENERACIÓN INSTITUCIONAL (II)

La ventana indiscreta


Querría destacar tres ideas de mi artículo anterior: 1) Hace falta más gestión y menos comunicación, mayor profesionalidad técnica y menos amateurismo político. 2) La Administración Pública (AP) necesita una mejor organización que se derive de unos buenos principios estratégicos y metodológicos. Y 3) El esfuerzo económico de la UE para con España tiene como contrapartida necesaria una transformación radical de las instituciones españolas. Y para eso hace falta otro tipo de directivos, tanto políticos como técnicos. Pues bien, sigamos analizando la Administración Pública española.

Una realidad negativa que me parece muy grave en este asunto de la AP es la colonización política de las instituciones por parte de los partidos políticos y la reivindicación de una auténtica profesionalización de la Administración. Entre los políticos y los funcionarios hay una línea roja que distingue y separa sus respectivas funciones: el político dirige y el funcionario hace. Y ambos bajo el imperio de la ley y de la eficiencia. Se trata, en definitiva, de contar con unas instituciones cuya ordenación y funcionamiento se rija por la calidad, la integridad, la transparencia y el respeto a la ley, sin otro objeto que procurar la libertad, seguridad y bienestar de los ciudadanos. Los partidos políticos han abusado en la reducción de los controles administrativos y han dejado demasiado espacio al arbitrio de las decisiones políticas. Una de las razones más claras de la desafección ciudadana hacia la política es la opacidad institucional, la patrimonialización de lo público, la persecución del discrepante, la manipulación de los medios de comunicación, la corrupción y el abuso de poder desde las instituciones. Los ciudadanos perciben  a sus representantes, alejados de sus intereses, y a los partidos políticos, impermeables a sus demandas.

Construir una administración profesional, austera y eficiente es una tarea difícil, pero no imposible. Merece la pena intentar un gran acuerdo político para despolitizar la administración y hacerla de verdad profesional y eficiente. La AP es esencial, pues sin Administración no hay gobierno posible, por muy buenas que sean las intenciones de la clase política. Gobierno y Administración van de la mano y, por lo tanto, no administrar es desgobernar. Y en España hay instalado un sistema organizado de desgobierno, que está por encima de la política. Los partidos luchan mucho por llegar al poder y cuando llegan no saben qué hacer con él. En el fondo, el desgobierno de la Administración es la constatación de un Estado débil. Y con un Estado débil el ciudadano es más vulnerable.

Para la instauración de una Administración legal y eficaz al servicio del ciudadano, se necesitan dos características básicas en los gestores públicos, tanto políticos como funcionarios: honestidad y capacidad, especialmente en los cargos de máxima responsabilidad. La honestidad es algo tan básico que ni se debería citar, a pesar de aparecer como un diamante raro en la percepción ciudadana. Qué tiempos estos en los que hay que demostrar lo evidente. La capacidad es otra obviedad, pues la sociedad debe seleccionar a los mejores para sus puestos de responsabilidad. No seamos ingenuos, la democracia es un sistema que no cree ni debe creer en la bondad universal y desconfía de la codicia humana. De ahí que exija contrapesos y controles rigurosos para impedir abusos de poder y sancionarlos cuando se produzcan. En este sentido, el buen funcionario es un contrapeso al político “creativo” y lo pone en su lugar.

Para evitar tentaciones, el político debe tener garantizada su libertad económica antes de entrar en política, pues el representante carente de profesión u ocupación a la que volver, está obligado a una actitud sumisa con los dirigentes que deciden su inclusión o no en la candidatura (cfr, Manuel Zafra). La política como profesión es un clásico que sigue sin resolverse. No es lo mismo profesionalizar la Administración que profesionalizar la política, más bien todo lo contrario. Colocar en puestos de responsabilidad a mediocres es renunciar al talento, y eso la gente normal lo percibe. En definitiva, la política y la Administración Pública en su conjunto es la fórmula que la sociedad ha inventado para solucionar sus problemas de convivencia y bienestar. Y eso, en el fondo, es relativamente fácil, pues se trata de poner a los mejores en los lugares clave. Así lo pensaba Platón cuando proponía su aristocracia política (aristós, superlativo de agazós -bueno-).               

Mariano Berges, profesor de filosofía

domingo, 9 de agosto de 2020

LA REGENERACIÓN INSTUTUCIONAL


La ventana indiscreta


Hemos entrado en un proceso de cansancio vital que deja pequeña a la teoría de la fatiga de materiales. Este cansancio vital lleva un ritmo fuerte y peligroso, pues afecta al ánimo en profundidad y porque se presta a dar credibilidad a cualquier bulo que vaya en una línea de llegar pronto a una normalidad de verdad, no nueva, más bien vieja, la de siempre. El hombre es un animal de costumbres y, como a los niños, nos gusta repetir gestos  y actos. Si a esto añadimos la mala praxis comunicativa de nuestras autoridades y de su leal oposición, el cansancio lleva camino de generar otra pandemia paralela depresiva, además de proseguir la sanitaria.

Ahora estamos en época de brotes y rebrotes, concretamente en Aragón vamos a cientos diarios. ¿Somos los aragoneses transparentes y veraces en dar nuestros datos y los demás mienten? No lo sé. Si es así, prosigamos, porque solo la verdad nos sacará de este atolladero.  

Dos han sido los factores esgrimidos como causantes principales de los brotes: la precariedad existencial de los trabajadores agrícolas inmigrantes y el ocio nocturno juvenil. Con el elemento positivo de su rápido rastreo y su correspondiente confinamiento puntual. Y, entre los brotes, hay noticias diarias de una (o varias) pronta vacuna y de tratamientos posibles que nos traigan una nueva o vieja normalidad. 

Pero el tiempo corre y desde el 13 de marzo en que se decretó el estado de alarma hasta hoy han pasado ya cinco meses. Y las tareas pendientes de nuestros políticos aún siguen pendientes. Tanto la cuestión sanitaria, como la económica y la social. Y no digamos nada de la cuestión institucional, que siempre queda como la cenicienta y es la clave de todas las demás. 

La crisis derivada de la pandemia ha dejado al descubierto las vergüenzas de lo público en España: la falta de anticipación o prevención, el desconcierto autonómico, la pésima gestión de los datos y la inexistencia de una gestión profesional hablan claramente del vacío institucional. Nos hemos entusiasmado con nuestros héroes sanitarios y no hemos sabido ver que cuando un sistema funciona bien no hacen falta héroes. Y el sistema sanitario no ha funcionado ni funciona bien, independientemente de sus profesionales, especialmente la enfermería, verdadero sostén del sistema. Hace falta más gestión y menos comunicación. Es necesario otro modo de hacer las cosas, con mayor profesionalidad técnica y con menos amateurismo político. Y, sobre todo, con una mejor organización que se derive de unos buenos principios estratégicos y metodológicos.

El sistema político-administrativo está mostrando todas sus limitaciones. Fuera de la fase procedimental de expedientes y normativas varias, se nota demasiado la ausencia de inteligencia política, suplida con esa falsa y exuberante “comunicación” que no es más que retórica ocupadora del vacío. Y el bienestar de la gente no se defiende con retórica sino con buena política y eficacia administrativa. Lo que no tiene nada que ver con las conclusiones de la Comisión parlamentaria de la reconstrucción, conjunto de desiderata que no transcienden la pura retórica política. Veremos la calidad de los proyectos que hay que presentar a Bruselas para conseguir los fondos europeos. El esfuerzo económico de la UE tiene como contrapartida necesaria una transformación radical de las instituciones españolas. Y para eso hace falta otro tipo de directivos, políticos y técnicos, que sepan priorizar estratégicamente y con la vista puesta en los resultados, especialmente en sanidad, educación y servicios sociales. Vale de retórica.

Hoy el país está roto. Si exceptuamos a políticos y funcionarios, todos los demás (salvo la élite) están bajando la persiana: empresarios, trabajadores por cuenta ajena, autónomos, profesionales varios, jóvenes que, sin haberse estrenado en el mercado de trabajo, reciben sus segundo mazazo laboral y profesional. La población empieza a desesperar, lo que pone en peligro la estabilidad política y social. Y los vándalos están vigilantes por si hay ocasión de actuar. Dejemos de jugar a progres y carcas que la situación está muy mal. Aprovechemos la oportunidad de una crisis tan profunda para modernizar nuestras instituciones, y pensemos que la bondad de un Estado democrático de derecho llega a los ciudadanos por el buen funcionamiento de sus instituciones y no por la retórica de los partidos políticos, meros instrumentos funcionales del Estado.

                             Mariano Berges, profesor de filosofía

sábado, 11 de julio de 2020

TRAS LA ALARMA, LA RECONSTRUCCIÓN



La ventana indiscreta



Estamos en la “nueva normalidad”: miedo, brotes víricos, incertidumbre, dudas, inseguridad… Quizás lo único que ha desaparecido de los viejos tiempos es esa falsa seguridad de nuestro primer mundo, a salvo de todo lo que les pasa a los pobres. Algo es algo, aunque todo volverá. Me viene a la mente una viñeta de El Roto: un hombre en plan reflexivo piensa “durante el confinamiento escuché extenuado la voz de Dios, pero cuando acabó, volvió la publicidad”. Pues eso, veremos si cambiamos.

Desde un punto de vista creativo hemos pasado ya la fase más represiva y la más fácil, el confinamiento. Solo había que obedecer, y, además, te sancionaban si no lo hacías. Más que la disciplina social fue el miedo el que actuó como impulsor. Ahora hemos recobrado una cierta libertad y tenemos que poner en marcha la famosa “reconstrucción”. Empezó hablándose de los “nuevos Pactos de la Moncloa” y acabó en una comisión parlamentaria por la “reconstrucción”. La promesa de grandes cosas a menudo acaba en casi nada. Hay que reconocer que el pacto está lejos, y la responsabilidad es de todos: de la oposición, que debe estar a la altura del momento; y del gobierno, que debe ser capaz de seducir y sumar a la oposición. La mayor responsabilidad es la de quien lidera. El pacto de hoy no puede ser tacticismo por un futurible rédito electoral, sino que hay que pactar por el interés de la mayoría. Y en esto, los indepes ya han dicho que no están por la labor de reconstrucción nacional, por lo que la mayoría de la investidura es imposible. Queda, pues, la mayoría racional que la sociedad española exige y necesita. Si España deja pasar este barco, la pérdida será catastrófica.

Desde mi ventana yo no soy un agente activo, solo puedo dar mi humilde opinión. Hoy vamos a tocar una parte importantísima y urgentísima de la reconstrucción: la reforma sanitaria. En otros artículos seguiremos analizando las otras partes.

Si algo ha demostrado la pandemia es que no tenemos una Administración preparada para los retos de nuestro tiempo: básicamente, tenemos la misma estructura organizativa que en los tiempos de Romanones. Si necesitamos héroes, mala señal, es que el sistema no funciona bien. Por ejemplo, la excesiva burocratización ha dificultado la compra y producción de material sanitario. No había gente suficientemente preparada para gestionar los datos de la pandemia. Al Ministerio de Sanidad le ha venido grande el poder que ha acaparado, y menos mal que lo ha acaparado, porque el taifato de las autonomías y sus famosas competencias hubiera generado un caos. Por eso ha habido tantos discursos y tanta normativa, para camuflar la ineficiencia. Pasa como en la obra de arte, si hay que explicarla mucho, malo.
Estamos hablando de dos viejos problemas españoles: déficits presupuestarios perennes y estructuras organizativas caducas.  Y esto siempre lo decimos a ojo, porque no tenemos una Administración mensurable. Ignoramos qué funciona bien y qué funciona mal. Frente a los excesivamente estatistas, necesitamos internalizar talento y externalizar trámites. La Administración debe controlar férreamente todo, pero no tiene por qué hacerlo todo.
Sin entrar a saco en el desmantelamiento de la sanidad que intentó el PP tras la crisis de 2008, y que no lo consiguió del todo, no solo habrá que volver a la situación pre-2008, sino que habrá que restructurar todo el sistema. Porque ni teníamos el mejor sistema sanitario del mundo ni el PP se lo cargó del todo. Urge recapitalizar el Sistema Nacional de Salud, financieramente, humanamente y organizativamente. Como una dimensión esencial de la política. Pero una cosa es acordar y otra muy distinta ponerlo en marcha. De momento, nada parece haber empezado todavía. La sanidad, como el resto de la Administración, está bajo mínimos. Además, debe existir una articulación sociosanitaria con las Residencias de Mayores, independientemente de hacer una reflexión profunda sobre el modelo residencial. Todo ello requiere más recursos y menos burocracia, cambio de procesos en busca de resultados, más participación social y de las Administraciones locales y mayor cogestión por parte de los profesionales.

Y, por encima de todas las reformas, hay que crear una Agencia de Salud Pública, única e independiente del Ministerio de Sanidad y de todo lo que huela a política de partidos, que garantice la dirección y coordinación de todas las grandes decisiones sanitarias. Sería un elemento en la mejor de las tradiciones federales de un Estado. Porque ya es hora de dar el paso federal superador del Estado de las autonomías. Cuanto más tardemos en darlo más tiempo estaremos entre el taifato autonómico y el confederalismo vasco-catalán (ojo, no confundir federalismo y confederalismo). Dicha Agencia garantizaría prevención, buenas decisiones y eficacia. No olvidar poner al frente de la Agencia a un gran Director, capaz, independiente y con recursos, que sería elegido por el Parlamento.

Mariano Berges, profesor de filosofía