La ventana indiscreta
El
jueves último, 10 de diciembre, se aprobó en la Comisión de Justicia del
Congreso la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia (LORE). Y se espera que a
principios de año la apruebe el Congreso en Pleno para su remisión al Senado.
Es, pues, suficiente razón para dedicar este artículo a este asunto de enorme
importancia y que extenderá los derechos individuales en España a un nivel
parejo a los países más progresistas del mundo, que son muy pocos.
Éste
es un artículo divulgativo, como corresponde a su publicación en un periódico
generalista. No voy a entrar en tecnicismos legales sino que voy a intentar
esgrimir argumentos básicos a favor de la legalización de la eutanasia en
España.
Eutanasia,
como todos ya sabemos, significa etimológicamente “buena muerte” y se puede
definir como el acto deliberado de dar fin a la vida de una persona, producido
por voluntad expresa de la propia persona y con el objeto de evitar un
sufrimiento. Es obligación moral y legal de los poderes públicos atender a las
demandas y valores de la sociedad de cada momento. Y en la actualidad hay una
serie de causas que justifican la eutanasia. Entre ellas, la creciente
prolongación de la esperanza de vida, lo que retrasa la edad de morir y,
frecuentemente, en condiciones de un importante deterioro físico y psíquico; la
secularización de la vida y su conciencia social derivada; el reconocimiento de
la autonomía de la persona. En definitiva, estamos hablando de derechos fundamentales
a la vida y a la integridad física y moral de la persona y de bienes
constitucionalmente protegidos como son la dignidad, la libertad o la autonomía
de la voluntad.
Soy
consciente de que en una sociedad abierta y plural como la española hay
opiniones y posturas contrarias a la eutanasia. Lo que es normal y sucede con
otros asuntos igualmente importantes. Para eso existe la política, para discutir
y pactar los desacuerdos y, así, garantizar la convivencia respetuosa y
pacífica entre todos. Unas veces, lo aprobado en el Parlamento estará de
acuerdo con mi opinión y otras en desacuerdo. Y el Parlamento debe ser
cuidadoso para que lo aprobado, si es posible, no obligue a su práctica a los
que estén en desacuerdo. Así pasó con el divorcio, con el aborto, con el
matrimonio homosexual y con otros tipos de logros legales y morales que
situaron a España entre los países avanzados del mundo. Ninguno de los derechos
citados, como sucederá con la eutanasia, obliga a nadie que no quiera a
ejercerlo. Es un derecho, no una obligación. Incluso a las personas que quieran
practicar la eutanasia, la LORE establece garantías para que la decisión de
poner fin a su vida se produzca con absoluta libertad, autonomía y
conocimiento, libre de toda presión de cualquier índole.
Queda
por discutir una cuestión que siempre está ahí: las posturas de tipo religioso,
que, en el fondo, no son religiosas, y mucho menos morales, sino ideológicas. La idea de fondo en la discusión religiosa sobre la eutanasia es que unos
piensan (creen) que el dueño de la vida del hombre es Dios y, por tanto, el
hombre no puede disponer de ella. Mientras que otros pensamos (no creemos) que
la vida es propiedad de cada uno y, por tanto, podemos disponer de ella cómo y
cuándo queramos. No es justo que un principio de índole religiosa obligue a
todo el mundo. Los que estén en contra de la eutanasia que piensen que a ellos
no les obliga, pero que no obliguen a los demás a seguir la misma pauta. La sociedad
contemporánea es secular y laica en su funcionamiento. Su procedimiento y
normas lo marcan las leyes aprobadas en el Parlamento. Por lo tanto, las
creencias de tipo religioso son respetables y dignas pero subjetivas e íntimas.
Las religiones no deben intentar configurar el mundo según sus creencias. Eso
cae fuera de su propio objeto. La buena teología debe supeditarse a un mundo
justo, no caritativo. Y la fe no debe confundirse con la religión, pues son
cuestiones muy distintas y, no pocas veces, opuestas. La
eutanasia, pues, es una cuestión político-jurídica, que es lo propio de una
sociedad democrática de derecho. La moralidad de ese acto, como la de todos, es
una cuestión de nuestro fuero interno. No existe una moralidad objetiva, pues todas
están condicionadas por principios sociales y políticos
Termino
con una preciosa cita de nuestro amigo Antonio Aramayona en su carta de
despedida antes de su suicidio, pues no estaba legalizada la eutanasia: He
intentado que mi vida haya sido digna, libre, valiosa y hermosa. Y así he
querido también mi último hálito de vida: digno, libre, hermoso y valioso. Así
he querido vivir y así he querido morir. Toda una maravillosa síntesis de
libertad y coherencia en la vida humana. Una buena vida se merece una buena
muerte, pues ambas constituyen un solo proceso.
Mariano
Berges, socio de DMD
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