viernes, 19 de abril de 2024

LEY PARA LA TRANSFORMACIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

 


El pasado 2 de abril apareció una noticia en los medios de comunicación que para mucha gente pasaría desapercibida y que a mí me parece de una gran importancia. El título era “Escrivá prepara la mayor revolución de la Administración pública de la democracia”. Y subtitulaba “El Gobierno propondrá este año tres leyes para asemejar el funcionamiento de la AGE (Administración General del Estado) al de una empresa: orientación a resultados, evaluación, organización por funciones, directivos...”. Esperemos que este enésimo intento acabe por fin con la Administración del siglo XIX, pues ni siquiera la Nueva Gestión Pública (NGP), que aparece tras la 2ª Guerra Mundial, tuvo eco en la Administración española. Ojalá mis sospechas se evaporen.

El paquete se concretará en tres leyes que se aprobarán durante este año, según figura en el Plan anual normativo 2024. Ello significa que la Administración va a dejar de funcionar exclusivamente por departamentos y pasará a funcionar también por funciones y procesos. Lo que dará unidad y claridad a los objetivos que se intentan conseguir. Esta nueva manera de funcionar exigirá equipos interdisciplinares frente a la rigidez y desconexión actual. Junto a todo ello, aparecerá la evaluación en el desempeño de los funcionarios como herramienta que garantice el cumplimiento de las metas. Y se desarrollará, por fin, la figura del directivo profesional, que ya hace años que duerme el sueño de los justos en el EBEP (artículo 13). Su designación estará basada en los principios de mérito, capacidad, idoneidad y mediante procedimientos que garanticen la publicidad y concurrencia, evaluación con arreglo a criterios de eficacia y eficiencia, responsabilidad por su gestión y control de resultados en relación con los objetivos que le hayan sido fijados. Se trata de una figura clave en la nueva Administración.

Desde esta perspectiva, la diferencia entre empresa pública y empresa privada ya será tan grande, pues, aunque son distintos los intereses y los objetivos, la dimensión técnica que ambas exigen tiene un sustrato común y una metodología semejante. Hablar hoy de gestión empresarial no es sinónimo de empresa privada, ya que la empresa ya no puede interpretarse sólo como una unidad económica, sino que ha pasado a ser un concepto de organización. Gestionar mal es un peligro para la libertad, porque eso significa dejar que una fuerza distinta de la razón condicione la realidad.

Lo dicho anteriormente no supone un cambio de bando vergonzante de los intereses sociales. Hoy es posible y necesario superar la tradicional relación hostil y un tanto esquizofrénica entre técnica organizativa (gestión eficiente) y progreso de los trabajadores. Esta dicotomía ha sido generada tanto por la presencia de elementos ideológicos no depurados (corporativismo sindical) como por la ausencia de análisis dialéctico. Actualmente se dibuja un perfil de técnico y de funcionario con talento, la posibilidad de un conocimiento culto y humanista de la gestión, libre de contingencias mecánicas por la explosión de la informática, y liberado también de la beligerancia social, ya que no tiene porqué plantearse en términos de conflicto sino de diálogo y comunidad de intereses. Una empresa, ya sea privada o pública, se administra, en su especificidad, según algunos principios comunes: organización, estrategia, poder y control. Cada empresa se articula en torno a su propia misión. Y el gestor tiene que saber siempre quién es, dónde está y dónde va, antes de lanzarse a la acción.

Posiblemente este artículo sea excesivamente teórico y el lector exija una mayor concreción. Pues bien, pienso y digo que la administración pública actual es, en general, una empresa sin jefes y sin organización; está deficitaria de planificación y de objetivos claros. Sin embargo, hay funcionarios magníficos insuficientemente motivados y otros funcionarios, los menos, incumplidores de su función y profesionales del “escaqueo”. Lo perverso del sistema es que ambos grupos de funcionarios son igualmente tratados, lo que desmotiva aún más al probo funcionario. Una de las causas de esta situación es la indefinición del concepto y de la función del directivo profesional en la Administración pública. Otro factor incidente es la excesiva politización de la administración, lo que resta posibilidades a la implantación de una más eficaz y eficiente profesionalización. Y, por último, no es menos perjudicial para este reto la corrupción (de políticos y funcionarios), y lo que aún es peor, la excesiva tolerancia social con la corrupción.

La falta de eficacia-eficiencia (hacerlo bien optimizando los recursos) es una consecuencia de la ausencia de auténticos directivos, y de una inexistente coordinación político-administrativa que nos arrastra a la estéril compartimentación de servicios, que sirve para justificarse los políticos y funcionarios pero que deja a la sociedad sin una respuesta rigurosa a sus demandas.

Mariano Berges, profesor de filosofía

viernes, 5 de abril de 2024

CATALUÑA Y LOS CATALANES

 


Algunos ya estamos hartos de la identificación de Cataluña con la totalidad de los catalanes, santo y seña de los separatistas catalanes. Los catalanes, como todos los habitantes de todas las CCAA, son de todos los pelajes políticos y culturales, y tienen nociones distintas sobre Cataluña y tratamientos políticos distintos para Cataluña.

Cataluña (el conjunto de todos los catalanes) es una parte muy importante de España:  supone el 20 % de la economía española y es la segunda comunidad más poblada después de Andalucía. Y siempre ha sido muy querida por el resto de los españoles, a pesar de los brotes separatistas en momentos históricos concretos. Los españoles queremos tanto a Cataluña que no deseamos que se separe y haremos todo lo posible para que así sea.

La situación actual, desde 2017, es uno de esos momentos de exacerbada sensibilidad independentista por parte de algunos catalanes. Cierto que, en estos últimos años, tras los indultos a los líderes del intento separatista de 2017, ha habido un desinflamiento y la situación se ha normalizado bastante. Tan es así que la ley de amnistía, en trámites de aprobación, no existiría si los 7 votos de Junts no hubiesen sido necesarios para la investidura de Sánchez. Y ésta es una cuestión ya muy debatida desde las elecciones del 23-J, por lo que no me parece oportuno entrar en ella. Aunque sí mencionaré algunos matices que pueden ser interesantes de cara a las elecciones del 12 de mayo en Cataluña.

En los próximos comicios hay tres líderes importantes: Illa, Aragonés y Puigdemont, citados en el orden preferencial de las últimas elecciones. Los tres representan distintas propuestas e intereses, según ya han declarado ellos mismos. Illa, socialista, se autopresenta como el único que garantiza que los catalanes pasen página de lo acontecido en los últimos años, que abandonen la retórica épica del separatismo y que se dediquen a las cosas, o sea, a gobernar, o lo que es lo mismo, que los catalanes aspiren a que su estado de bienestar sea lo más pujante posible. Puigdemont, líder de una fuerza derechista como es Junts, apela a la vieja retórica caudillista y separatista, sin mencionar para nada cómo sería su gobierno, ya que no aspira a gobernar sino a trabajar en favor de la independencia de Cataluña. Insiste en “lo volveremos a hacer”. Y dejo en tercer lugar a Aragonés, líder de ERC, porque presenta un discurso ambiguo en el que habla algo de gestión, pero también declara su “lo volveremos a hacer”, que plasma en su reivindicación del referéndum de autodeterminación. Su informe presentado este martes 2 de abril, justificando la constitucionalidad de un referéndum consultivo sobre la independencia de Cataluña, así lo atestigua. Pero el artículo 92 de la CE que esgrimen lo manipulan, y esconden que el único sujeto político para decidir sobre España es el conjunto de todos los españoles. El discurso de Aragonés es difícil, pues ERC es un viejo partido nacionalista que quiere pasar al ámbito de la gestión, pero teme que se le escapen muchos votos independentistas por no subrayar suficientemente ese referéndum de autodeterminación. Poco confían en la racionalidad de los catalanes.

A esos tres líderes citados, habría que añadir un cuarto, que no es otro que el omnipresente Sánchez, sin cuya ley de amnistía todo hubiese sido distinto. ¿Qué habría pasado si, tras el 23-J, se repiten las elecciones generales, despreciando los 7 votos de Junts? ¿O no estando dispuesto a pagar con algo que no le pertenece, como es la unidad territorial y la igualdad de los españoles? No lo sé. Lo que sí sé es que no hubiese habido esta esquizofrenia nacional que afecta al presente y futuro de España y a la identidad del propio PSOE. Si ya había polarización en nuestro país desde el 11-M de 2004, con el intento separatista de 2017 se acrecentó, y con la ley de amnistía se incrementó todavía más. Si la amnistía hubiese sido con el objetivo de pacificar la situación catalana, podría haber estado justificada. ¿Pero era ése el objetivo? ¿O era la investidura de Sánchez, ahora con el argumento añadido de que no gobierne la extrema derecha? La postura del PSOE de Sánchez no está nada clara, aunque la del PP de Feijóo, vistas las primeras medidas de sus gobiernos autonómicos, todavía están menos claras. ¿O sí lo están? Posiblemente, la Cataluña que aparece tras los indultos hubiese sido suficiente para el apaciguamiento catalán, pues se demostró que el Estado español es demasiado fuerte para que un intento separatista sea posible. Lo que no entiendo es que las soflamas indepes sigan arraigando en los corazones catalanes. Yo pensaba que eran más inteligentes y no tan crédulos con unos dirigentes que enmascaran sus intereses y sus corruptelas en el engaño-promesa de una independencia inviable y que, además, no produciría un mayor bienestar en sus vidas.

Lo que tiene que hacer el Estado español es tener una mayor presencia en Cataluña, pues el “horror vacui” alimenta el independentismo catalán y, como reacción, el patriotismo español. No olvidemos que el Estado democrático, a pesar de sus imperfecciones, es el mejor invento de la modernidad.

Mariano Berges, profesor de filosofía