La
ventana indiscreta
Esta
semana, casi por obligación, toca hablar de la sentencia condenatoria a parte
de la cúpula del independentismo catalán (queda la parte “belga”. Todo
llegará.). La sentencia ha dejado en un segundo plano la campaña electoral del
10-N. Más aún, la hermenéutica que se haga de la sentencia por parte de los
medios y, sobre todo, las declaraciones de los líderes políticos sobre la
misma, reseteará la propia campaña, los sondeos y los resultados electorales.
Ahora mismo, la sentencia ocupa toda la pantalla mediática.
No
voy a hablar, lógicamente, de la dimensión técnico-jurídica de la sentencia,
que me parece justa y equilibrada, sino de algunos aspectos
psico-socio-políticos de la misma. Para empezar hay una pregunta clave: ¿Cómo
se le dice a un colectivo de dos millones de personas que todo lo prometido
durante años es ahora irrealizable sin ser barrido políticamente? Es la
pregunta que se hace Guillem Martínez. Y se contesta que lo importante
es la sentimentalidad, y no la realidad. Los itinerarios neuronales siguen
funcionando aunque la realidad haya cambiado. Ahora es más importante la sensación
de grupo que la propia independencia. Ahora hay que luchar por la libertad de
los presos y no por la independencia. Y aquí aparece la ventaja de Junqueras
(ERC) sobre Puigdemont. Los dos años de prisión preventiva pueden acabar
siendo una magnífica inversión política, mientras que la huida puede ser su
losa mortuoria. Una buena lección sobre los resultados de asumir las propias
responsabilidades y sus consecuencias (la famosa “ética de las consecuencias”
de Max Weber).
Los números de las protestas callejeras de Cataluña
son preocupantes: hasta la fecha del jueves, 96 detenidos, 194 agentes heridos
(algunos de gravedad), 190 incendios de contenedores (con sus consecuencias en
coches y enseres anexos), ambiente de ciudad sitiada en Barcelona Los “chalecos
amarillos” franceses y Hong Kong son la referencia de los CDR catalanes y otras
hierbas independentistas.
Hoy, jueves 17, se ha celebrado un pleno del
Parlamento catalán en el que el Presidente Torra ha afirmado "Yo defenderé
que al final de esta legislatura se vuelva a ejercer el derecho de
autodeterminación. Si para poner las urnas por la autodeterminación nos
condenan a 100 años, se deberá volver a poner urnas para la
autodeterminación". Nadie ha aplaudido, contra lo que hasta ahora ha sido
normal tras una afirmación como ésta. Quizás sea éste el hecho más
significativo sobre la ingenuidad de este pobre hombre y el reseteo de la clase
política catalana. ERC dice que “no es momento de fijarse plazos” ante la insistencia
de Torra de volver a “poner las urnas”. El movimiento independentista
está dividido como paso previo a su desinflamación. Deben comprender los
catalanes, y especialmente sus instituciones, que el nacionalismo, incluso con
su horizonte independentista, nunca ha sido condenado, aunque sí combatido
políticamente. Pero la práctica independentista, inconstitucional e ilegal, tal
como ha puesto en evidencia el Tribunal Supremo, debe ser condenada legalmente,
políticamente y moralmente por todos los catalanes y por todos los españoles
que sigan la senda democrática que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir.
Quien quiera lograr sus objetivos políticos debe conseguir la mayoría
parlamentaria pertinente para promover los cambios legales y constitucionales
que procedan.
El gobierno español ha celebrado este jueves una
sesión del comité interministerial de la situación de Cataluña. La
preocupación va en aumento. Y todavía falta ver si se cumplen las
amenazas para este viernes y fin de semana (huelga general y otras medidas).
Añádase a ello la estrecha vigilancia a que están sometidos los Mossos
d’Esquadra por el propio gobierno catalán para dilucidar si se han excedido en
sus labores de garantizar la convivencia en Cataluña. Es el colmo de las
contradicciones.
Tras
la sentencia entraremos en el “pos-proceso”, menos convulso aunque nada
pacífico. Cataluña ha cambiado radicalmente y la famosa “conllevancia”
orteguiana es más inviable que nunca. La brecha que se ha abierto en la
convivencia catalana es tan difícil de coser que se ha convertido en un
problema generacional. Con el agravante de que la mayor parte de las masas
independentistas son jóvenes, aunque los gurús que los han guiado no sean tan
jóvenes. Lo que hace mayor su tropelía, más propia de irresponsables que de
políticos maduros. Cataluña ha pasado a ser, aun sin proceso independentista,
una fuente de inestabilidad en España. Se ha acabado el seny por mucho
tiempo.
Dejo
fuera, por falta de espacio, las consecuencias económicas y turísticas que todo
esto va a tener en Barcelona y Cataluña. Estos últimos días ya han supuesto un
aperitivo negativo muy significativo. Esperemos que todo se calme.
Mariano Berges, profesor de filosofía