Seguimos
sin Gobierno. Cada vez está más difícil por los tacticismos partidarios y
personales de todos los agentes públicos, políticos y no políticos. A nadie
parece importarle España, su Estado y sus instituciones, que lo demás ya es
secundario. Este artículista va a seguir dando una oportunidad más a nuestros
representantes a ver de qué son capaces. Por lo tanto, y para hacer tiempo,
vamos a hablar de dos acontecimientos televisivos, significativos por sus
contenidos. Me refiero al programa sobre Felipe
González (F.G.) y a la entrevista de Mariano
Rajoy. Ambos en La Sexta.
El
viernes 01-04-16, la Sexta emitió un programa sobre Felipe González. Fue una
especie de balance biográfico y lo estructuró en tres apartados: 1) F.G., el
idealista; 2) F.G., el pragmático; y 3) F.G., el jubilado.
Me
pareció interesante porque fue una especie de historia de la España democrática
de los últimos años. Y, a la vez, una referencia de nuestras propias vidas para
los que ya tenemos una edad. Desde el González revolucionario (aparece en un
mitin donde grita “Gora Euzkadi Askatuta”), pasando por el González pragmático
de la reconversión industrial y la entrada de España en la OTAN, y llegando al
González consejero de ENDESA, para escándalo de muchos y arma arrojadiza contra
el PSOE. En cualquier caso, es innegable que F.G. es la figura central de la
política española democrática. De una manera u otra todos lo reconocen, incluso
sus adversarios.
La
parte con la que no comulgo es aquella del programa que habla de la caída de
F.G., y que el programa atribuye a tres
causas: el Gal, la crisis económica de 1992 y la corrupción del último mandato.
Yo añadiría una cuarta, en mi opinión la más importante, que fue el cansancio
por parte de los españoles de ver durante catorce años la misma cara al frente
del gobierno. Y además, no esperar ya nada nuevo de él.
Porque
el Gal, legal y moralmente rechazable, no fue repudiado por la gente, sino que
lo interpretó como una manera no ortodoxa de intentar acabar con ETA. Las
famosas cloacas del poder. La generalidad de los gobiernos democráticos practicaba
terrorismo de Estado. Pero España hizo lo que ningún otro país: usar (por parte
de Aznar y Pedro J. Ramírez) el terrorismo de Estado como arma arrojadiza
electoral. En esta cuestión, todos los gobiernos y contragobiernos han
respetado con su silencio cómplice eso que se llama secretos de Estado. Todos
menos Aznar.
La
crisis económica tras los fastos 1992 en Barcelona (Olimpiada) y Sevilla (Exposición
Universal), dejo a España encantada y exhausta económicamente, pero los
gobiernos de F.G. habían demostrado solvencia suficiente en economía. Yo no
pienso que esta fuese una razón muy fuerte en el final del felipismo. ¿Y la
corrupción? Los Filesa y algunos pequeños asuntos sueltos de la época son
calderilla al lado de la Gurtel y otros asuntos negros de la actualidad. Lo que
sí le hizo mella al felipismo fue Roldán.
Esa foto del “jefe de los guardias” apresado por los guardias fue mortal.
Previamente, Pedro J. en El Mundo nos radió la vida y milagros de Roldán, un
día sí y otro también. Sin Pedro J. Aznar no hubiese sido presidente. Insisto
en que la caída de F.G. fue más por el cansancio de ver la misma cara durante
tantos años. Aunque todo junto suma.
El
segundo asunto televisivo a comentar es la entrevista de Rajoy por parte de Jordi Évole, también en La Sexta
(03-04-16). Fue un ejercicio boxístico total. El púgil Évole, con agilidad,
buen juego de piernas y con mucha insistencia, hizo un combate aguerrido y
atacando en todo momento. Rajoy, púgil cercano a la retirada pero gran
encajador, supo aguantar bien los golpes. En algún momento se le vio expresión
de arrojar la toalla pero decidió seguir y solo perdió a los puntos, evitando
un rotundo K.O. La primera parte, de pie en los jardines de la Moncloa, Rajoy
aprovechó su gran envergadura para dominar la perspectiva e intentar asustar al
púgil Évole. Pero, una vez sentados en la mesa del despacho presidencial, y recobrada
la igualdad en la perspectiva, Évole volvió a atacar y el combate finalizó con
victoria a los puntos.
Fue
un espectáculo realmente patético a la vez que interesante como ejercicio
dialéctico. No llegó a haber sangre pero al espectador no le quedó ninguna duda de la culpabilidad, por pasiva y
por activa, del jefe de los corruptos. “Nadie es perfecto”, “la generalidad de
los políticos es decente”, “la corrupción son casos aislados”, fueron
muletillas constantemente reiteradas. Una pregunta fue clave: ¿cuántos casos
aislados tiene que haber para poder hablar de corrupción sistémica? El
cachazudo de Mariano no sabe no contesta.
Mariano Berges, profesor de filosofía
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