La
ventana indiscreta
¡Por fin, Gobierno habemus! Lo nuestro nos ha
costado. No ha sido fácil, ni lo va a ser. El espectáculo parlamentario
dado por la derecha ultramontana ha sido deplorable. Ahora que nos había
acostumbrado Rajoy a una templanza más propia de un país moderno y democrático,
regresa el espíritu del Aznar más cavernícola. Aquél de la guerra de Irak, el
que hablaba con acento mejicano y ponía los pies encima de la mesa. Los
asesores de Casado se están luciendo. Si Rivera ha fenecido por intentar
sorpasar al PP, Casado puede fenecer por intentar competir con Vox. Yo siempre
he pensado que el salto cualitativo de la política en España se dará cuando los
políticos hagan aquello que piensan que deben hacer, independientemente de sus
réditos electorales. Ese día, con aciertos y errores, la política, ese gran
invento humano para organizar la convivencia social, habrá vuelto. Y se
cumplirá aquel principio aristotélico de que no hay política sin ética ni ética
sin política.
Vamos a intentar olvidarnos del espectáculo
parlamentario, aunque no deja de ser el síntoma del mal de fondo, que no es
otro que la ausencia de política. La mayoría de las intervenciones de nuestros
diputados habitaban en la dialéctica amigo-enemigo. Fundamentalmente,
perseguían la defensa de los intereses individuales y los de partido. La
agresividad era la melodía que todo lo envolvía. Incluso los aliados no se
fiaban entre ellos, pero… “no había otra alternativa”. Pero la razón no era el
bien de España, sino el suyo propio. No se oyó discutir sobre las distintas
visiones del mundo o de España, que no otra cosa debería ser la política
parlamentaria.
Los acontecimientos transcurridos y los
contradictorios discursos pronunciados desde las elecciones del 28 de abril
hasta hoy, dan para varios libretos de un sainete burlesco popular. Pero,
tranquilos, no me voy a refocilar en el recordatorio. Solo quiero dejar
constancia de que la lógica y la racionalidad que deben imperar en la política,
se han diluido en la concreción del regate corto y de hacer valer ese dicho “ya
se sabe, la política es así”.
Si tras el 28-A todos los acuerdos eran imposibles, y
hubo que ir a las elecciones del 10-N, ¿por qué ahora, con una mayor
fragmentación parlamentaria, han sido posibles? No quiero hurgar en ninguna
herida, sino pensar en voz alta para intentar entender lo que se me escapa.
¿Habrá sido por miedo? Los 3,5 millones de votos de Vox y sus correspondientes
52 escaños en el Congreso de los Diputados, más la casi desaparición de Cs (de
57 a 10 diputados), nos están hablando del verdadero protagonista de España y
de toda sociedad democrática: los ciudadanos. Son ellos los que deciden, con su
mucha o escasa información. Sin embargo, los políticos con sus secretos y sus
mentiras juegan con ellos. A mí siempre me ha impresionado la seriedad y la
responsabilidad con que van a votar los españoles. Y lo bien que suelen votar.
Cada resultado electoral constituye una lección magistral sobre la actualidad
política del momento. Pero, luego, los políticos no son capaces de traducir en
acción política interesante esos votos ciudadanos.
En artículos anteriores me he preguntado por qué PSOE
y Cs no pactaron tras el 28-A (123 + 57 = 180). ¿Nos enteraremos alguna vez de
la razón verdadera? ¿Porque el objetivo de CS era sorpasar al PP? ¿Por
qué se trataba de una pelea de gallos? Por favor, un poco de rigor. Y tras ese
fiasco ¿por qué el PSOE no pactó con UP y, ahora, que suman menos, sí pactan? Y
¿cómo se puede estar dependiendo de ERC, si según declaran públicamente, la
gobernabilidad de España les importa un comino? ¿Cómo se puede pactar con un
sedicioso político, condenado en sentencia firme? Me resisto a pensar que no
había alternativa. ¿Se ha intentado en serio por unos y por otros?
Tras mi fracaso personal para explicarme tanta
sinrazón, no me queda otra que dar por bueno el resultado final: la investidura
de Sánchez y el gobierno de coalición con UP, con el apoyo abstencionista de
ERC y de Bildu (ah! y los unitarios de ¡viva mi pueblo!, que han resultado
imprescindibles). Como la investidura no es lo mismo que la gobernabilidad,
habrá que esperar para ver si estos mimbres son capaces de soportar los nuevos
tiempos que se avecinan. Ojalá que sí, y la capacidad de aprendizaje de
nuestros políticos y de nuestros partidos nos deparen grandes sorpresas
positivas. Al menos, que les dé para distinguir entre economía política y
política económica. Y que sepan aplicar en sus decisiones el análisis
coste-beneficio. Esperemos que si ERC gobierna en Cataluña, madure. Que UP
aterrice en la realidad. Y que el PSOE encuentre una perspectiva más allá de la
inmediatez.
Mariano Berges, profesor de filosofía
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