sábado, 27 de abril de 2013

Defensa de la política ¿Pueden ser los mismos que controlan los instrumentos de decisión los que generen el cambio de modelo?


Si algo ha demostrado la crisis es la supeditación de lo político a lo económico, cuando lo correcto es lo contrario, puesto que a los elementos políticos los elegimos libremente y no así a los económicos. Si a ello añadimos que la economía actualmente es global y lo político sigue siendo local, la contradicción y los perjuicios son aún más graves, pues una parte importantísima (la economía) cae fuera de nuestro control y la otra (la política) se convierte en irrelevante. Si esta inversión de roles sigue funcionando durante mucho tiempo, la democracia está en peligro y las fantasmales fuerzas del mercado se apoderan de todos los resortes que inciden en la cantidad y calidad de vida de las sociedades desarrolladas, a las que intentan asemejar a las sociedades de los países emergentes, de menor desarrollo social. Todo ello, bien narrado en la línea de que "es algo inevitable", a lo largo de una década (2007-2017), configurará una sociedad más pobre, más injusta, menos desarrollada y menos democrática. Pero más rentable para esos nuevos explotadores sin rostro que llamamos mercados. Todo esto sucederá a no ser que seamos capaces de invertir el pervertido orden de poderes, y sea la representación política la que controle y disponga sobre los mercados. Para ello, la política, sin dejar de ser local o nacional, debe crecer en la dimensión global. Y en esta misma línea, los representantes políticos deben interiorizar y convencerse de que ostentan la representación de ciudadanos personas y no de esas entelequias denominadas fuerzas de mercado. Actualmente, hay pocos elementos tan criticados e insultados como los políticos. Y más en España, con todos nuestros antecedentes históricos y literarios, tan cerrados y tan intolerantes: desde nuestros fundamentos cristianos, mejor católicos, cuyos elementos más dogmáticos inventaron nuestra santa inquisición, pasando por nuestra magnífica literatura picaresca, símbolo de la España profunda, nuestra mala fortuna histórica (España ha sido un país sin feudalismo, sin burguesía y sin Ilustración), nuestra guerra (in)civil y nuestros cuarenta años de cruel dictadura. Llevamos poco más de treinta años en democracia, con algún susto intermedio. Es lógico que tras delegar en los partidos políticos el regreso a la democracia, haya habido por parte de ellos una excesiva autocomplacencia y desconexión con el cuerpo electoral, y las estructuras representativas de la sociedad (sus ocupantes), se hayan apoderado del espacio en lugar de representarlo. Los partidos políticos han olvidado que la sociedad es la depositaria de la soberanía popular y los políticos son unos liberados que, mediante un sueldo digno, representan a la sociedad y se deben a la resolución de los problemas de supervivencia, convivencia y organización de la propia sociedad. No nos debe extrañar, pues, la desafección política ciudadana hacia unos representantes que "no pueden cambiar el orden de las acontecimientos". Los movimientos extrapolíticos (15-M, 5-S, mareas de todos los colores, etc.) no vienen de la nada sino que son manifestaciones lógicas de una sociedad frustrada y desencantada de sus representantes políticos. Si esta escisión aumentara y se consolidara habría desaparecido la política, el más hermoso y digno de los saberes humanos. Y si nos instalamos en este nihilismo político, estamos abocados a una situación de suma gravedad, porque no existe alternativa al sistema de representación política. La alternativa, como siempre ha sucedido en los avances históricos, consiste en síntesis audaces e inteligentes entre la frescura de los movimientos sociales y la estructura de las organizaciones políticas. Por lo tanto, la alternativa sigue siendo política, pero una nueva política donde la conexión de la representación política con la sociedad se refuerce en grado sumo, de manera que la soberanía popular nunca pierda la consciencia de que es ella el origen del poder, y siempre la detentadora de ese poder. El partido político cuyo armazón programático fuese este y estuviese encarnado en personas con credibilidad para ejercerlo, se convertiría en el eje articulador del sistema. Independientemente de que gane las próximas elecciones o no. Porque la gravedad es tal que no se trata de ganar elecciones, sino de dar credibilidad a un sistema de representación política y de regenerar las instituciones en España. Pero ¿serán los partidos políticos capaces de transformarse para evitar su propia desaparición? ¿Pueden ser los mismos que controlan los instrumentos de decisión los que generen el cambio de modelo? El modelo se agota, pero sin crisis final no puede aparecer el nuevo modelo. Porque esta no es una crisis cíclica sino sistémica. Hagamos de la necesidad virtud en esta crisis inacabable. Profesor de Filosofía

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