sábado, 13 de abril de 2013

Filosofía y política para la crisis Cuando reflexionamos se impone el escepticismo, pero cuando vivimos queremos ser optimistas

Vuelvo sobre mi artículo anterior acerca de la crisis. Algunos lectores me tildaron de excesivamente realista y negador de cualquier futuro digno. He pensado sobre ello y me he puesto en el lugar de muchos supuestos distintos al mío personal. Se trata de un buen ejercicio mental que te ayuda a redescubrir que hay muchas realidades y perspectivas, que hay condiciones objetivas y subjetivas, que la relatividad es cierta, y muchas otras cosas. Pero he hecho dos descubrimientos claros: 1) que la fuerza mental de uno mismo es un elemento superador muy potente ante cualquier situación, por negativa que sea; 2) que descubrir unas pocas ideas fuerza, cuya divulgación sea capaz de unir a mucha gente en la acción reivindicativa, es un buen complemento de lo anterior. B. Farrington (irlandés estudioso de la historia de la ciencia) decía que lo revolucionario no son tanto los inventos o descubrimientos de la humanidad como su divulgación social. También la perspectiva temporal es muy importante en la acción social. No es lo mismo venir de un pasado pobre y tener un horizonte rico en posibilidades, como ha sido la realidad de mi generación, que lo contrario, cual es la situación actual, en la que caminamos hacia una realidad empobrecida en materia y espíritu, especialmente los jóvenes, que no solo no van a superar a sus padres, como sería lo natural, sino que van a ser un apéndice vergonzante de los recursos paternos. Por lo tanto, es procedente y saludable configurar un futuro, una esperanza por la que luchar. Pero hay que ser intelectualmente honestos, sin cantos de sirena ni propuestas inviables, y, sobre todo, hay que pensar-actuar a favor de la colectividad, incluyendo, por qué no, la salvación personal. La acción pública debe ser siempre eficaz, además de bienintencionada. Hay que reconocer la habilidad de los guionistas del relato de la crisis. Siempre están pasando cosas. Ahora toca Chipre, Italia, Portugal. Y siempre se explican en la misma dirección: miedo, disciplina, recortes, vivir por encima de nuestras posibilidades. Palabras, palabras, palabras. La realidad es que el concepto de lo público desaparece de nuestras mentes. La gente se va acomodando. Las organizaciones esperan ¿a qué? Los sueldos se reducen-desaparecen. Las pensiones se endurecen. Los rostros fruncen sus ceños. Los jubilados aguantan relativamente bien. Algunos hasta sonríen. Dentro de diez o quince años, cuando ya no estén estos jubilados, los sueldos y pensiones serán de subsistencia y los parados serán objeto de caridad y beneficencia. Entonces, y solo entonces, se consumará el final de la crisis. No hay que olvidar que crisis significa cambio, no necesariamente a mejor. Cuando reflexionamos se impone el escepticismo, pero cuando vivimos "queremos" ser optimistas.Gramsci lo expresó muy bien cuando, aplicándolo a la revolución, hablaba del pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Pero el optimismo de la voluntad debe basarse en el pesimismo de la inteligencia, porque un ajustado análisis de la realidad es condición "sine que non" para la acción social transformadora. Y en esta acción transformadora y frentista ante el desmantelamiento de lo público, hay dos conceptos-herramientas que podríamos desarrollar y relacionar: la filosofía y la política. Y ambas tienen en común un objetivo precioso y sutil, sin cuyo ejercicio la vida humana no tiene sentido: la libertad. Pues bien, para hablar de un futuro mejor hay que ser serios y rigurosos, sin dilentantismos ingenuos ni propuestas inviables. Y para ello, es necesario saber lo que hemos perdido en la crisis (y sus causas) y cómo es posible su recuperación (objetivos, método y organización). Es todo un programa de acción. Cuanto antes empecemos, mejor. La filosofía es una actividad liberadora, y entre sus principales preocupaciones siempre ha figurado la libertad, en sus vertientes social y política. Pero el concepto de libertad con frecuencia se ha entendido deficientemente y se ha usado abusivamente. Para no extenderme propongo la siguiente definición: libertad es hacer cada uno lo que quiera de entre lo que pueda. De esta manera, excluimos lo absoluto (hacer cada uno lo que quiera aunque no pueda, lo que conduce a la frustración) e incluimos una dimensión real de la libertad (libertad no es "ser" libre, sino "ejercer" mi libertad). La política comporta una tensión permanente entre la institucionalización de la libertad y el cuestionamiento filosófico. Sin libertad no hay vida política, y sin cuestionamiento democrático no hay sociedad democrática. Profesor de filosofía

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