sábado, 31 de agosto de 2013

Defensa de la política (II) El mal que los políticos han causado a España ha sido más por ineficacia que por corrupción

En el artículo anterior exponía mi tesis de que la percepción de la corrupción política estaba exacerbada por la crisis actual, y que esta estaba siendo aprovechada por la nueva ideología de la globalización tecnoeconomicista para acabar con la política democrática y progresista, bajo la idea subrepticia de que "los políticos son todos unos corruptos" y "cuanta menos política, mejor". Los nuevos caudillos populistas están esperando a la puerta. Ante esta situación, hoy más que nunca hay que distinguir entre partidos de izquierda y de derecha. Los partidos de derecha consolidan la idea de que la política sobra, pues no son más que la representación formal de los poderes fácticos tecnoeconómicos. Pero el problema se agudiza si los partidos de izquierda hacen una política de derecha. Entonces el caos es total y la idea de que la política sobra adquiere fundamento. Paradójicamente, la izquierda puede y debe salir fortalecida de esta crisis. No solo porque terminen radicalmente con la corrupción en sus filas (condición "sine qua non") sino porque asuman de verdad una gestión pública eficaz, eficiente y transparente. Pero, para ello, los partidos de izquierda tienen que volver a contar con la sociedad civil si quieren superar la situación actual de deterioro económico, social y moral que sufre España. El mal que los políticos han causado a España ha sido más por ineficacia que por corrupción, más por omisión que por comisión, aunque la percepción general sea otra. Hace más daño público un político ineficiente que un político corrupto. Es más, la ineficiencia es la más básica de las corrupciones. Aunque el coste económico de la corrupción es alto (el 1% del PIB en España), el coste de la no-acción y la no-gestión en la Administración Pública es muy superior. La lucha contra la corrupción política tiene que partir de una voluntad real de los propios partidos: desde el finiquito total a las financiaciones ilegales o irregulares a la expulsión de cualquier miembro con indicios serios de corrupción. Si es necesario, háganse leyes que garanticen una financiación justa y suficiente para los partidos, pero que sea algo público y transparente y acaben con la hipocresía de que los partidos no consumen recursos. La democracia, aunque cara, es mucho más barata que la dictadura y, desde luego, mucho más productiva para el bien común. Los partidos deben luchar realmente contra la corrupción y generar los resortes pertinentes para preverla y evitarla. En esta línea de eficiencia, los partidos deberán proveerse de candidatos honestos y capacitados para las instituciones, lo que casa mal con el clientelismo interno y orgánico de los mismos. Esta es la única manera de volver a conectar con la sociedad civil, donde los individuos no saben ni quieren saber de las artimañas y picaresca orgánicas partidistas, y que traducen el hacer político por los servicios que reciben de la Asdministración. La clásica disputa entre democracia representativa y democracia directa adquiere en nuestros días un nuevo sentido. Cada vez existe más demanda de creación de espacios de participación política que, sin llegar a cuestionar el modelo de la democracia representativa, buscan un mayor protagonismo de los ciudadanos a través de la puesta en práctica de mecanismos de democracia participativa y deliberativa. Crece el rechazo social contra la política tradicional a través de nuevos movimientos que reclaman una democracia real frente a la democracia que poseemos y que denominamos representativa. Se trata de un ataque directo a la línea de flotación del modelo. Como síntesis de todas las posturas, pienso que, hoy más que nunca, se hace necesario llevar a cabo una defensa de las capacidades democráticas que posee la representación política, pero reforzando el modelo con más participación y deliberación social, pues si la endogamia es siempre perniciosa, la endogamia política es letal. En definitiva, la crisis de los partidos solo se superará cuando haya mejores partidos. Hay que trabajar por mejorarlos pero nunca por destruirlos. El objetivo de los partidos políticos en una democracia constitucional es representar y configurar la voluntad política de un país. Y su característica fundamental es la organización, que no es otra cosa que el arma de los débiles contra el poder de los fuertes. Pero la democracia no solo se alimenta de partidos y sindicatos, imprescindibles, sino también de unas instituciones fuertes y de una burocracia profesional, competente e independiente. Si la derecha intenta desmantelar lo público es porque ese es el espacio de la izquierda, mientras que el suyo es el ámbito de lo privado. Profesor de filosofía

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