sábado, 14 de septiembre de 2013

Defensa de la política (y III) Lo que se está cuestionando no es solo el sistema de partidos sino la propia representación democrática

Tras el planteamiento y desarrollo de la cuestión, en esta tercera entrega intentamos elevarnos a los conceptos, clarificando la esencia de la democracia, en cuya defensa trabajamos y razonamos. Sin embargo, es difícil decir ideas nuevas sobre casi todo. Los prejuicios que cada uno tenemos antes de leer o escuchar, hacen que solo veamos correcto aquello que ratifica nuestros propios criterios y tildemos de erróneos los que discrepan de nuestras opiniones previas. Sócrates pensaba que cuando el otro nos vence en una discusión, lejos de sentirnos derrotados, deberíamos estar agradecidos porque nos ha introducido en una nueva perspectiva que enriquece nuestro proyecto personal: hemos transitado del error a la verdad. Si algo ha demostrado la crisis es la supeditación de lo político a lo económico, cuando lo correcto y lo conveniente para la sociedad es justamente lo contrario, puesto que a los cargos políticos los elegimos libremente y no así a los económicos. Si a ello añadimos que la economía actualmente es global y lo político, local, la contradicción y los perjuicios son aún más graves, pues una parte importantísima (la economía) cae fuera de nuestro control y la otra (la política) se convierte en irrelevante. Si esta inversión de roles sigue funcionando durante mucho tiempo, la democracia está en peligro y las fantasmales fuerzas del mercado se apoderan de todos los resortes que inciden en las sociedades desarrolladas, a las que intentan asemejar a las sociedades de los países emergentes, de menor desarrollo social. La competitividad económica se fortalece a costa de la vulneración de los derechos humanos. Todo ello, bien relatado en la línea de que "es algo inevitable", configurará una sociedad más pobre, más injusta, menos desarrollada y menos democrática. Pero más rentable para esos nuevos explotadores sin rostro que llamamos mercados. Todo esto sucederá a no ser que seamos capaces de invertir el pervertido orden de poderes, y sea la representación política la que controle y disponga sobre los mercados. Para ello, la política, sin dejar de ser local o nacional, debe crecer en la dimensión global. Hablamos de Europa, de occidente, del mundo. Y en esta misma línea, los representantes políticos deben interiorizar y convencerse de que ostentan la representación de ciudadanos-personas y no de esas entelequias denominadas fuerzas de mercado. Y un representante político debe tomar decisiones, porque la política es creativa y se basa en unos valores que configuran unos objetivos, que no son más que la satisfacción de las necesidades sociales, en un orden preferencial en función de las disponibilidades económicas. No nos debe extrañar, pues, la desafección política ciudadana hacia unos representantes que "no pueden cambiar el orden de las acontecimientos". Si esto realmente fuese así, habría desaparecido la política, el más hermoso y digno de los saberes humanos. Y si nos instalamos en este nihilismo político, estamos abocados a una situación de suma gravedad, porque no existe alternativa al sistema de representación política. La alternativa sigue siendo política, pero una nueva política donde la conexión de la representación política con la sociedad se refuerce en grado sumo, de manera que la soberanía popular nunca pierda la consciencia de que es ella el origen del poder, y siempre la detentadora de ese poder. El partido político cuyo armazón programático fuese éste, y estuviese encarnado en personas con credibilidad para ejercerlo, se convertiría en el eje articulador del sistema. Porque la gravedad es tal que no se trata de ganar elecciones o poder, sino de dar credibilidad a un sistema de representación política y de regenerar las instituciones. El cortoplacismo endémico de todos los partidos los condena a la ruina, a ellos y a todos nosotros. Pero ¿serán los partidos políticos capaces de transformarse para evitar su propia desaparición? ¿Pueden ser los mismos que controlan los instrumentos de decisión los que generen el cambio de modelo? Porque lo que se está cuestionando no es solo el sistema de partidos sino la propia representación democrática. Es lo que llamamos crisis institucional. Porque si hoy día los parlamentos no son ni cámaras de representación ni de debate ni de control, ¿qué son? El problema grave es que estamos ante un modelo que se agota pero cuyos elementos claves no precipitan la crisis final y, por lo tanto, imposibilitan la aparición del nuevo modelo. Indudablemente, la crisis económica cataliza y radicaliza todo. Pero el problema de la crisis, puede transformarse en una oportunidad para la calidad democrática y la regeneración institucional. Profesor de filosofía

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