Hoy vamos a hablar de la tozuda
realidad que nos rodea, o sea, de la crisis. Que, por cierto, parece que ya no
existe, pues nuestro PIB crece, los puestos de trabajo “aumentan”, los gastos
navideños, las rebajas y el Black Friday nos seducen, los viajes del Imserso se
agotan en diez minutos… Hay que reconocer que España es diferente: qué alegres
somos, qué bien vivimos, no hay quien pueda con nosotros, España es Jauja. Cada
vez está más claro que este país y su crisis son duales: hay gente que no puede
vivir y hay otra gente para la que la crisis es algo que cuentan en los medios de
comunicación y que les pasa a otros. En el fondo, siempre ha sido así. Porque
la auténtica realidad es que el paro, la pérdida de poder adquisitivo y la
desigualdad son las características de la crisis española, y no el crecimiento
del PIB. La realidad que nos rodea es siempre difícil de entender, porque
formamos parte de ella y no estamos en condiciones de objetivarla. Y la crisis
es un elemento que forma parte de nuestra realidad. Ya han pasado ocho años y,
a pesar de los cantos de sirena, esto no parece tener solución. Y lo que es
peor, parece que no hemos aprendido nada de qué y por qué ha sucedido. Seguimos
añorando la burbuja inmobiliaria, el boom hostelero-playero y los créditos
fáciles de los bancos, sin ser conscientes de que la interrelación de esos tres
factores ha sido la causante de la crisis. ¿Existe solución a nuestra crisis?
Pienso que a corto y medio plazo no existe solución. Cualquier remedio que se
proponga es coyuntural, pues es el sistema el que realmente falla. Por lo
tanto, habrá que cambiar de sistema para que la solución sea posible. Y después
de mucho pensar y dudar, he vuelto la vista a Marx (con perdón). Precisamente
la escasez de ideas en la actualidad es la causa fundamental del enquistamiento
político que nos rodea. Por mucha honestidad y capacidad que presumamos en
nuestros representantes públicos (que ya es presumir), el margen de maniobra
que nuestras instituciones tienen es mínimo. Se tienen que reducir a pequeñas
cuestiones de maquillaje o caridad para intentar diferenciarse de los
anteriores dirigentes, pero sin cambiar la dirección ni la estrategia, que sí
supondría cambios significativos y sostenibles. El Estado liberal defiende
exarcebadamente la libertad individual y la propiedad privada. Por el
contrario, Marx sostiene que el gobierno democrático es esencialmente inviable
en una sociedad capitalista y que solo es posible con una transformación de las
bases mismas de la sociedad. Puede que el Estado actúe «neutralmente», pero
inevitablemente defiende los privilegios de los propietarios. La conclusión
central de Marx es que el Estado en una sociedad capitalista no puede dejar de
depender de los que poseen y controlan los procesos de producción. Las
políticas globales del Estado tienen que ser compatibles a largo plazo con los
objetivos de los poderes económicos porque, de lo contrario, se comprometería
la sociedad civil y la estabilidad del Estado mismo. Más aún, la acción oculta
de los poderes económicos se ha convertido actualmente en una ideología difusa,
aceptada inconscientemente por una gran mayoría de la población. Y ésta es su
gran fuerza, pues la convierte en inmune a la realidad. Y los partidos
políticos de izquierdas, llenos de líderes orgánicos pero faltos de líderes
sociales, no saben no contestan. En esta sociedad los que realmente mandan no
suelen hablar sino que callan, por lo que el gran arte en política no reside en
comprender a los que hablan sino en comprender a los que callan. Si este
sistema se ve amenazado (por ejemplo, si un partido accede al poder con la
firme intención de promover una mayor igualdad), el resultado inmediato puede
ser el caos económico (fuga de capitales) y la aceptación social a ese gobierno
puede verse reducida de forma radical. Consecuentemente, una clase económica
dominante puede gobernar sin mancharse las manos. Un gobierno actual, por muy
izquierdista que sea su discurso, está incapacitado para poder implementar un
mandato que vaya contra las bases materiales del capitalismo, llámese a esto
mercados, poderes financieros o Unión Europea. Es más, al poder económico no le
hace falta sentarse en los consejos de ministros. Los ministros son sus
servidores, pues el Estado no es tanto el representante de la sociedad como el
de bancos , constructoras o eléctricas. Conclusión. Hay que volver a leer la
crítica de Marx a la democracia liberal, para, al menos, ser conscientes de que
sin cambiar las bases de esta sociedad es imposible una democracia real. Y, de
momento, para ir haciendo boca, militemos en un reformismo radical y gradual
hasta que la utopía sea posible.
Mariano Berges,
profesor de filosofía
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