sábado, 5 de diciembre de 2015

Crisis sistémica y reforma coyuntural

Hoy vamos a hablar de la tozuda realidad que nos rodea, o sea, de la crisis. Que, por cierto, parece que ya no existe, pues nuestro PIB crece, los puestos de trabajo “aumentan”, los gastos navideños, las rebajas y el Black Friday nos seducen, los viajes del Imserso se agotan en diez minutos… Hay que reconocer que España es diferente: qué alegres somos, qué bien vivimos, no hay quien pueda con nosotros, España es Jauja. Cada vez está más claro que este país y su crisis son duales: hay gente que no puede vivir y hay otra gente para la que la crisis es algo que cuentan en los medios de comunicación y que les pasa a otros. En el fondo, siempre ha sido así. Porque la auténtica realidad es que el paro, la pérdida de poder adquisitivo y la desigualdad son las características de la crisis española, y no el crecimiento del PIB. La realidad que nos rodea es siempre difícil de entender, porque formamos parte de ella y no estamos en condiciones de objetivarla. Y la crisis es un elemento que forma parte de nuestra realidad. Ya han pasado ocho años y, a pesar de los cantos de sirena, esto no parece tener solución. Y lo que es peor, parece que no hemos aprendido nada de qué y por qué ha sucedido. Seguimos añorando la burbuja inmobiliaria, el boom hostelero-playero y los créditos fáciles de los bancos, sin ser conscientes de que la interrelación de esos tres factores ha sido la causante de la crisis. ¿Existe solución a nuestra crisis? Pienso que a corto y medio plazo no existe solución. Cualquier remedio que se proponga es coyuntural, pues es el sistema el que realmente falla. Por lo tanto, habrá que cambiar de sistema para que la solución sea posible. Y después de mucho pensar y dudar, he vuelto la vista a Marx (con perdón). Precisamente la escasez de ideas en la actualidad es la causa fundamental del enquistamiento político que nos rodea. Por mucha honestidad y capacidad que presumamos en nuestros representantes públicos (que ya es presumir), el margen de maniobra que nuestras instituciones tienen es mínimo. Se tienen que reducir a pequeñas cuestiones de maquillaje o caridad para intentar diferenciarse de los anteriores dirigentes, pero sin cambiar la dirección ni la estrategia, que sí supondría cambios significativos y sostenibles. El Estado liberal defiende exarcebadamente la libertad individual y la propiedad privada. Por el contrario, Marx sostiene que el gobierno democrático es esencialmente inviable en una sociedad capitalista y que solo es posible con una transformación de las bases mismas de la sociedad. Puede que el Estado actúe «neutralmente», pero inevitablemente defiende los privilegios de los propietarios. La conclusión central de Marx es que el Estado en una sociedad capitalista no puede dejar de depender de los que poseen y controlan los procesos de producción. Las políticas globales del Estado tienen que ser compatibles a largo plazo con los objetivos de los poderes económicos porque, de lo contrario, se comprometería la sociedad civil y la estabilidad del Estado mismo. Más aún, la acción oculta de los poderes económicos se ha convertido actualmente en una ideología difusa, aceptada inconscientemente por una gran mayoría de la población. Y ésta es su gran fuerza, pues la convierte en inmune a la realidad. Y los partidos políticos de izquierdas, llenos de líderes orgánicos pero faltos de líderes sociales, no saben no contestan. En esta sociedad los que realmente mandan no suelen hablar sino que callan, por lo que el gran arte en política no reside en comprender a los que hablan sino en comprender a los que callan. Si este sistema se ve amenazado (por ejemplo, si un partido accede al poder con la firme intención de promover una mayor igualdad), el resultado inmediato puede ser el caos económico (fuga de capitales) y la aceptación social a ese gobierno puede verse reducida de forma radical. Consecuentemente, una clase económica dominante puede gobernar sin mancharse las manos. Un gobierno actual, por muy izquierdista que sea su discurso, está incapacitado para poder implementar un mandato que vaya contra las bases materiales del capitalismo, llámese a esto mercados, poderes financieros o Unión Europea. Es más, al poder económico no le hace falta sentarse en los consejos de ministros. Los ministros son sus servidores, pues el Estado no es tanto el representante de la sociedad como el de bancos , constructoras o eléctricas. Conclusión. Hay que volver a leer la crítica de Marx a la democracia liberal, para, al menos, ser conscientes de que sin cambiar las bases de esta sociedad es imposible una democracia real. Y, de momento, para ir haciendo boca, militemos en un reformismo radical y gradual hasta que la utopía sea posible.

Mariano Berges, profesor de filosofía

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