Procedemos a la segunda entrega del
artículo anterior sobre la Administración Local (más propio sería decir
Gobierno Local) exponiendo un análisis somero del anteproyecto de Ley para la
racionalización y sostenibilidad de la Administración Local.
En este documento se percibe una
vez más la volatilidad y contingencia del Gobierno de Rajoy. Piensan que con una declaración de intenciones plasmada en
el BOE, los mercados y Bruselas van a hacer un acto de fe en España. Esto no
funciona así. Las reformas estructurales no deben ser fagocitadas por
coyunturas económicas, por muy apremiantes que éstas sean. Ya Aristóteles decía que la virtud del
gobernante debe ser la prudencia, cuya etimología latina es pro-videre, o sea, prever, ver más lejos
que los demás. Justo lo contrario del coyunturalismo actual, que nos lleva a un
cortoplacismo preñado de estéril inmediatez.
Esta reforma dice pretender
una mayor racionalización de la Administración Local y una clarificación de las
competencias municipales para ganar en eficiencia. Para ayudar a ello refuerza
la figura del interventor local y lo saca de la libre designación presidencial
para convertirlo en un auténtico fiscalizador extramunicipal. ¿Un regreso a los
cuerpos estatales y a la despolitización de los ayuntamientos?
Para conseguir
este objetivo se fortalece a las diputaciones provinciales, que asumirán
algunas (o muchas) competencias de los ayuntamientos. Las diputaciones ya no se
dedicarán solo a sus funciones tradicionales de asistencia y cooperación con
los ayuntamientos. Si esto se plasma en la realidad institucional, transformaría
toda la organización provincial en aspectos tan esenciales como recursos,
estructura y gobierno. Y los ayuntamientos serán vigilados respecto a sus propias
competencias, que les serán sustraídas y transferidas a las diputaciones si no
demuestran su capacidad económica y técnica para llevarlas a cabo. Lo que les
sucedería a casi todos los ayuntamientos de Aragón. Desaparece también
cualquier otra figura de gobierno intermedio como las mancomunidades. ¿Y las
comarcas? Parece lógico que también desapareciesen ya que, además de subsumir
las funciones de las mancomunidades, constituyen un gobierno intermedio
innecesario, caro y redundante. Asturias y Aragón (las únicas con comarcas
funcionando) no parecen regiones importantes como para evitarlo. Otra cosa muy
distinta es lo que propone el anteproyecto sobre la desaparición o agrupación
de los municipios menores de 20.000 habitantes. Esto es materialmente imposible.
La reducción de servicios (más que de competencias) o la encomienda de
funciones, podría ser una solución más ajustada a la realidad.
Luego aparecen en el documento otras medidas
de gobierno local. Limitación del personal eventual y una completa funcionarización
de la dirección institucional. Fuera cargos de confianza y de libre designación.
El anteproyecto confunde gobierno con administración. Lo mismo sucede con la
reducción del 30 % del número de concejales y el límite de los sueldos de los
alcaldes. Todo vale en la continua labor de desprestigio de la política y los
políticos. Llegaremos a aquella expresión genial del Caudillo “Haga usted como yo, no se meta en política”.
Es curioso que las CCAA no aparecen casi a
lo largo del documento. Es como si ya hubiesen sido recortadas sus competencias
respecto a la Administración Local. Quizás el inconsciente sea más significativo
que la letra. Pero lo que verdaderamente asusta es el despojo competencial de
los ayuntamientos, rozando si no lesionando la CE. Que es necesaria una nueva
Ley de Régimen Local está claro. De hecho hay un borrador anterior a la crisis
durmiendo el sueño de los justos. Pero también hay que tener en cuenta que no
es bueno legislar a golpe de ocurrencia y de coyuntura. La planta institucional
de un país es algo muy serio como para improvisar. Su elaboración tiene que
venir precedida por profundas reflexiones y debates por parte de expertos en la
materia, que hay muchos y competentes. Si la Ley quiere permanecer en el
tiempo, servir para cohesionar la sociedad y organizar la convivencia política,
tiene que contar inevitablemente con una gran
mayoría política y social, al menos un gran pacto de Estado entre los
dos partidos mayoritarios.
Concluyendo, el margen de mejora del
anteproyecto es amplio y no difícil de consensuar si se trabaja desde el
sentido de Estado que todo representante público debe tener. Una sociedad es lo
fuerte que son sus instituciones. La crisis pasará y las instituciones
permanecerán. Sobran corporativismos, partidismos y electoralismos de corto
vuelo.
Mariano Berges, profesor de
filosofía
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