sábado, 8 de diciembre de 2012

Necesidad de la política En realidad, los mercados tienen la presencia que la política les ha permitido

Cuando la situación es tan compleja como la actual, cundo tenemos muchas preguntas y pocas respuestas, cuando todo se desmorona a nuestro alrededor, cuando se toman decisiones irreversibles sobre cuestiones vitales, cuando el elemento fundamental de nuestra sociedad --la juventud-- se siente fracasada antes de haber empezado a vivir, en estas circunstancias hay que pararse a pensar. Pensar sobre asuntos fundamentales para todos, incluso para los que no los tienen como tales. Asuntos como lo público y lo privado, la economía y la política, los líderes sociales, la pobreza y la riqueza, la dignidad humana, etc. El Estado y sus manifestaciones radiales (autonomías, ayuntamientos) se deben a lo público, que es la única manera de proteger a sus ciudadanos más vulnerables; los fuertes ya se protegerán ellos solos. Respecto a lo privado, el Estado lo debe proteger, posibilitar, regular, pero no necesariamente fomentar. Y si hay ayudas, siempre con condicionamientos sociales. Como los actuales Memorandos de Bruselas pero al revés. Hay sectores estratégicamente públicos, educación, sanidad, servicios públicos en general, que deben ser blindados sobre un mínimo de dignidad dentro de nuestras posibilidades económicas. Caben externalizaciones en ellos sobre aspectos colaterales no esenciales, pero siempre sin perder el objetivo y el control público desde la perspectiva ciudadana. Para ello es necesaria una buena dirección estratégica, donde la ética actúe como tecnología punta entre otras no más importantes. De ahí la importancia de la formación para nuestros jóvenes, y no tanto de la erudición. La erudición se refiere al conocimiento repetitivo de datos y resultados, la formación fomenta la capacidad de aprendizaje y la asunción del cambio como categoría mental. LA POLÍTICA es más necesaria que nunca, pero una política capaz de seducir. "La información no funciona verdaderamente sino cuando seduce", solía decir mi amigo Mario Gaviria. Una política que, sin abandonar el día a día, tenga un relato y un proyecto seductores y creíbles, con objetivos claros, con medios viables y hasta con dudas razonables. Que pueda explicar sus aciertos y sus errores cuando los ciudadanos así lo exijan. Pero esa política demanda políticos éticamente inteligentes, con capacidad para una tarea fundamental e imprescindible. El político no hace falta que sea bien parecido, ni gracioso, ni siquiera entusiasta, sino capaz y honrado. "Hay ineptos entusiastas. Gente muy peligrosa", decía el pesimista Schopenhauer. Hoy se habla mucho de la desafección política, pero desde posiciones políticas, desde otro tipo de política embrionaria, todavía sin desarrollar y con elementos juveniles no configurados. Haríamos mal en desoír esta manifestación política-antipolítica. La clave consiste en saber traducir. "Entender es traducir", dice G. Steiner. Los partidos políticos actuales son excesivamente tradicionales y "los tiempos están cambiando" ya desde Bob Dylan. Su fuerte jerarquización y su interesada endogamia los hace vivir en una auténtica burbuja, sin información del entorno cambiante que está demandando otro tipo de pensar y hacer. Que los mercados existen es obvio. Siempre han existido, aunque no con tanta presencia. En realidad, los mercados tienen la presencia que la política les ha permitido. Y en la política hay correlaciones de fuerzas e influencias que marcan una dirección u otra. Las políticas conservadoras van detrás de los mercados, a los que sostienen, tras los que se esconden y con los que se justifican. Las políticas progresistas deberían ir delante de los mercados, a los que deberían dirigir y corregir. Y nunca debemos olvidar que detrás de la economía y la política están los ciudadanos, que quitamos y ponemos gobiernos que se supeditan o dirigen los mercados. Las patologías sociales, igual que las médicas, se detectan por los síntomas. Si la cohesión social falla, la política no es la correcta. Si en un país desarrollado como España, la exclusión social es noticia diaria, la armonía social que el gobierno está obligado a proteger falla. Y es aquí donde los ciudadanos se quejan de los políticos y les exigen que sigan pero que cambien, de fondo y de forma, que abandonen su "irresponsable grandiosidad retórica" (Tony Judt) y que armen un relato creíble, con unos medios visibles y viables y con una dimensión utópica y ucrónica que marque la buena dirección. No son importantes las metas sino la dirección. La crisis, paradójicamente, podría convertirse en una oportunidad política si la transformásemos en un punto de inflexión reflexiva. Profesor de filosofía

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