domingo, 23 de diciembre de 2012

Socialismo, de la realidad a las ideas

Los partidos tienen que modificar no solo sus ideas, sino sus estructuras y su modelo de liderazgo Esta noticia pertenece a la edición en papel de El Periódico de Aragón. Para acceder a los contenidos de la hemeroteca debe ser usuario registrado de El Periódico de Aragón y tener una suscripción. Pulsa aquí para ver archivo (pdf) El significado de crisis nos habla de un momento decisivo en un proceso o una situación. Si a la crisis la adjetivamos sistémica, hablamos de algo más que de una coyuntura, y hay que entender que tras la crisis económico-política que nos envuelve, subyace la crisis de un modelo o paradigma social que finaliza, y, en consecuencia, la necesidad de ir configurando otro modelo cuyos elementos debemos saber extraer de lo que sucede en el entorno que nos rodea. En definitiva, saber leer e interpretar los signos de los tiempos. Históricamente, el socialismo que surge en el siglo XIX ha evolucionado por varias fases ideológicas y programáticas, desde el abandono de la socialización de los medios de producción hasta la aceptación del sistema capitalista y su integración en una economía de mercado. No hay que olvidar que para transformar la sociedad hay que llegar al gobierno, y que para llegar al gobierno hay que presentar al cuerpo electoral una oferta programática que tenga suficiente credibilidad como para solucionar los problemas existentes en un corto, medio y largo plazo. La política democrática es algo muy contemporáneo. Es curioso constatar cómo todos los creadores de finales del XIX hasta 1914 son "antidemócratas": Nietzsche, Lenin, Maurras, infinidad de artistas... "El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona", decía Hölderlin. SI ANALIZAMOS la historia, parece claro que las ofertas programáticas de los partidos socialistas han ido decantándose paulatinamente por una línea más liberal y menos izquierdista, especialmente en los últimos tiempos. Pero en una sociedad de competitividad electoral, donde los distintos partidos tienen que convencer a una mayoría de ciudadanos para poder llegar al gobierno, las ideas no pueden provenir solo de las mentes más o menos capacitadas de las organizaciones políticas. De ser así, caeríamos en un idealismo platónico, hegeliano o metafísico, sistemas en los que las ideas crean la realidad. El socialismo, en cambio, bebe de la filosofía materialista, con una interpretación dialéctica de la materia-realidad, donde las ideas son creaciones mentales provenientes de la realidad y que, en un segundo momento, vuelven a la realidad para transformarla. Por lo tanto, las ideas programáticas deben proceder fundamentalmente de la interpretación que hagamos de la realidad a transformar. No caben, pues, propuestas reiterativas y anquilosadas. Hay que pensar, y el pensar es siempre un acto de indisciplina. En los foros izquierdistas, es habitual observar en discusiones poco técnicas y excesivamente coloquiales una especie de competición por ver quién es más radical en su exposición ideológica o en su forma de pensar. Pero casi nunca se habla de cómo es la realidad y sus gentes, que son los que realmente demandan unas soluciones u otras. Y mucho menos, solemos preguntar a los ciudadanos o nos ponemos a dudar y reflexionar junto a ellos. Si la mayoría social no demanda las propuestas que un partido les oferta, por muy brillantes que sean, no votarán por ellas, y esos partidos estarían haciendo revoluciones de café o vanguardismos estériles que solo conducen a la melancolía. El momento actual de crisis sistémica, o sea, crisis total, en la que las estructuras y modelos de todas las organizaciones tienen que morir para dar a luz otro formato nuevo, puede suponer una buena oportunidad para reflexionar sobre la realidad en que vivimos y la manera de conectar con sus múltiples y diversas manifestaciones. Porque la realidad está constantemente transformándose, seamos conscientes o no de ello. Y, en consecuencia, los partidos tienen que modificar radicalmente no solo sus ideas, sino sus estructuras, su modelo de organización y de liderazgo, y su saber estar en la realidad. Posiblemente la nueva variable más importante sea nuestra pertenencia a la UE. Tal como funciona actualmente, con sus instituciones contramayoritarias no representativas (Comisión, BCE), con un indudable déficit democrático y con pérdida de soberanía del Estado-nación, la UE avala gobiernos conservadores. Hay que tener en cuenta que un Estado fuerte ha sido el principal instrumento del socialismo para el crecimiento y la redistribución de rentas y servicios, especialmente a los más vulnerables. Lo público primaba sobre lo privado. Pero esta circunstancia reductora del Estado puede cambiar con los programas y elecciones europeas próximas, que los partidos y la ciudadanía deben afrontarlas como las más importantes y transcendentes para la configuración del auténtico modelo europeo: más social, con una mejor redistribución de rentas, garante de una igualdad de mínimos entre las naciones y con una menor rigidez monetaria. Pofesor de Filosofía

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