martes, 20 de marzo de 2012

Herederos de Cádiz

JAVIER Lambán, Alcalde de Ejea de los Caballeros 20/03/2012

Siempre que voy a Cádiz --lo hago al menos una vez al año-- visito el Oratorio de San Felipe Neri, donde renuevo la emoción de pisar por unos minutos el escenario en el que tuvo lugar uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia contemporánea de España, una de las creaciones españolas que fue objeto de más interés e imitación a ambos lados del Atlántico y, desde luego, la que inauguró en nuestro país una de las tradiciones ideológicas y políticas más estimables de los dos últimos siglos, la que ha producido después los exponentes más brillantes. Me refiero obviamente a la aprobación de la primera Constitución española, el día 19 de marzo de 1812.

Ante el muro cubierto de lápidas de homenaje a los diputados constituyentes, puestas muchas de ellas al cumplirse el primer centenario, pienso en Agustín de Argüelles o en el Conde de Toreno. Me enorgullece ser conciudadano suyo y también de los aragoneses liberales --no muchos pero de gran talla intelectual-- que participaron en aquella singular empresa.

Pienso en dos que fueron diputados en 1813: en Manuel Abella Peligero de Bernabé (Pedrola 1763) --empeñado en garantizar un verdadero sistema representativo-- y en Isidoro Antillón y Marco (Santa Eulalia del Campo 1778), un colaborador de Quintana y Blanco White en el Semanario Patriótico que, en sus intervenciones como diputado, se pronunció en contra de la vinculación y de los mayorazgos, así como de la esclavitud y de los azotes en las escuelas, y se proclamó partidario de la división de poderes y de la contribución directa como base de un auténtico sistema tributario nacional.

Pienso en Juan Polo y Catalina, diputado desde 1810 (Cabolafuente 1777), introductor del pensamiento deAdam Smith en España y uno de los primeros economistas españoles que apostaron por una vía industrialista para afirmar el desarrollo económico del país.

PIENSO, en fin, en Vicente Pascual y Esteban (Mora de Rubielos 1768), un liberal moderado que presidió las Cortes en febrero y marzo de 1812, es decir, en el momento de la aprobación de nuestra primera Carta Magna. De su orgullo de ser Presidente en aquella sesión y de su condición de aragonés dan cuenta algunos párrafos de los discursos que pronunció los días 18 y 19 de marzo sobre la "gran carta", en la que "se han marcado y puesto a salvo los derechos imprescriptibles de la Nación y de todos los españoles de ambos mundos" --decía el día 19-- y que "hará para siempre --había dicho el día anterior-- la felicidad de la Nación, asegurará de un modo estable su felicidad e independencia, pondrá a cubierto las personas y propiedades de todos los ciudadanos y los preservará de la arbitrariedad y el despotismo", añadiendo a continuación que "perteneciendo yo a un reino que en otro tiempo ha gozado de una constitución tan feliz, franca y liberal, ¿qué satisfacción no será la mía al verme obligado por la calidad que, aunque sin mérito, tengo de presidente del Congreso, a poner la primera firma en esta ley que en gran parte no es más que la renovación de las de mi patrio suelo?".

En mis reverentes visitas a San Felipe, admiro a aquellos gigantes de la libertad, partidarios de abolir los señoríos jurisdiccionales y la Inquisición y de instaurar la división de poderes, la libertad de opinión, la educación, la libertad de comercio o el derecho a la propiedad; opuestos a la pervivencia de una monarquía absoluta de súbditos y resueltamente decididos a constituir una Nación de ciudadanos como depositaria última de la soberanía; a impulsar, en definitiva, un nuevo sistema de convivencia superador de los privilegios sociales y territoriales --forales-- que habían caracterizado al Antiguo Régimen que se proponían dejar atrás.

Ahora, en la celebración del Bicentenario, considerando que la Pepa da origen a un nacionalismo liberal democráticamente superior a los nacionalismos identitarios, hay quienes apuestan por reforzar el sentimiento nacional español desde un patriotismo constitucional, liberal y progresista, en la línea de la propuesta del alemán Habermas.

POR SU PARTE, los que sitúan en Cádiz el arranque de la lucha contra el despotismo y la tiranía y contra los que cercenan los derechos ciudadanos, plantean la necesidad de localizar los nuevos obstáculos de la libertad, de denunciar los privilegios y las desigualdades de nuestro mundo y, en consecuencia, invitan a identificar a los actuales defensores de un statu quo injusto y a reconocer, por el contrario, a los que verdaderamente actúan imbuidos de la pulsión política que animó a nuestros antepasados de Cádiz, más allá de la literalidad estricta de su discurso.

En cualquier caso, será plausible cualquier esfuerzo destinado a mantener viva esa tradición nacida en 1812 y que encontró continuidad en hombres como Castelar, los krausistas o Manuel Azaña, en esos liberales que tuvieron tan poco que ver con los que hoy se reclaman de ese pensamiento y que ayer mismo, en plena celebración, utilizaban La Pepa para justificar sus recientes y futuras tropelías contra la libertad y la felicidad de los españoles, que eran los dos anhelos básicos de los constituyentes de hace dos siglos.

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