sábado, 16 de marzo de 2013

Benedicto XVI La renuncia se puede valorar como un reconocimiento de la ausencia de trascendencia y espiritualidad

La renuncia del papa Benedicto XVI es algo casi inédito en la Iglesia católica y suficientemente importante como para una valoración de tal acontecimiento. En primer lugar, la abdicación de un Papa tiene una dimensión extraordinariamente humana, ya que es un reconocimiento de que la persona-Papa actúa y se cansa, lejos de cualquier metafísica estéril. La falta de vigor físico y espiritual la ha transformado Benedicto XVI en una enorme fortaleza. Porque, al no poder hacer frente a lo que él ha denominado "suciedades de la Iglesia", las ha dejado al descubierto con su renuncia, causando admiración hasta en la intelectualidad agnóstica y descreída (ver artículos de Vargas Llosa1 y Flores d'Arcais en El País). EL GESTO tan humano de Ratzinger lo podemos valorar los agnósticos como un reconocimiento de la ausencia del concepto de trascendencia y espiritualidad propias de todo lo humano, y su usurpación por unos contravalores vulgarmente materiales. La ética y la cultura son elementos vehiculares de esta dimensión humana y su espiritualidad adjunta. Parece que Vatileaks y el informe encargado a tres cardenales es "excesivamente humano" para un intelectual astuto y viejo, que posiblemente ha realizado con su renuncia una jugada maestra para el desenmascaramiento y una posible catarsis de las "suciedades que desfiguran el rostro de la Iglesia". ¿Cuál es el balance del Papa, o mejor, de J. Ratzinger? Yo distinguiría tres etapas: 1) como teólogo; 2) como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; 3) como Papa. Todo un sumario de una biografía densa e interesante. 1) El teólogo Ratzinger marca un momento propio de una persona joven, brillante en sus búsquedas intelectuales y teológicas, pero que pronto se decantó por posturas más ortodoxas y conservadoras. Esta etapa me parece la más interesante intelectualmente. Su conferencia inaugural cuando entró en la Universidad de Bonn (1959) fue El Dios de la fe y el Dios de la filosofía, marcando los campos del teólogo intelectual que ha sido y del filósofo que no quiso ser. Dios es un concepto inefable y fuera de la racionalidad, lo que deja a la filosofía, como máximo, como un mero discurso sobre Dios. Se trata de una cuestión principal de la teología, pues solo ella puede tratar de Dios, previa creencia en Él. Como buen teólogo, afirmó que la fe cristiana no tiene nada que ver con la religiosidad, la cual no es más que un camino exclusivamente humano hacia la salvación. La salvación en la que Ratzinger creía, posiblemente influida por el pensamiento protestante de Barth, se basaba en la gracia recibida de Jesús, más allá del mérito personal. Su actividad teológica adquiere prestigio con su trabajo en el Concilio Vaticano II, como asesor teológico. Posiblemente, su aportación más interesante de esta época sea la fundación en 1972, junto con Hans Urs von Balthasar y Henri de Lubac, de la publicación teológica Communio, una de las más influyentes en el mundo católico. En un principio fue un reformista, admirador de Karl Rahner y su Nueva Teología. Como profesor de Teología, fue considerado un avanzado y explicaba el pensamiento de teólogos "sospechosos" (Yves Congar o Henri de Lubac.), incluso el pensamiento de otros teólogos protestantes de una enorme categoría, como Barth o Bonhoeffer. 2) Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tuvo un papel muy cualificado en la Iglesia. Su papel como fiscalizador de la doctrina oficial de la Iglesia fue apabullante, posiblemente debido a su talla intelectual y a su precisión teológica al servicio de una fuerte ortodoxia. Su persecución intelectual a "peligrosos" teólogos progresistas (Küng, Boff, y algún español como G. Faus y Tamayo) califica suficientemente su trayectoria. Igualmente se opuso a la Teología de la Liberación, por su planteamiento marxista y revolucionario. En su haber hay que decir que también denunció el empobrecimiento que supuso el abandono de la liturgia tradicional por la Iglesia Católica, con el consecuente abandono del gregoriano y del latín, que supuso la pérdida irreparable de un arte y de una estética. 3) El papado es la fase más conocida y, paradójicamente, la menos interesante, excepto por sus últimos momentos y, especialmente, por su último gesto de abdicar. Posiblemente, su abdicación por el caso Vatileaks, que reveló un espantoso número de intrigas, luchas de poder, corrupción y deslices sexuales en la curia, puede dar sentido no solo a un Papa sino a toda una época de la Iglesia. Finalizado este artículo, habemus Papam Franciscum. ¿Comenzará la revolución de la normalidad? Profesor de Filosofía

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