“Cuando estés leyendo
estas líneas, ya estaré muerto. He decidido finalizar mi vida, ejercer mi
derecho inalienable a disponer libre y responsablemente de mi propia vida”. Así
empieza Antonio Aramayona su último
artículo en su blog. Lo que constituye su carta de despedida para amigos y
conocidos. Antonio Aramayona murió el martes 5 de julio de 2016. Su despedida
apareció en las redes sociales al día siguiente. Nadie debe sentirse
responsable de nada. El propio interesado lo dice muy claramente: “soy libre,
soy dueño de mis actos y errores, de mis sueños y luchas, y por eso mismo
decido si y cómo y hasta cuándo existir”.
Este artículo mío no es
un obituario al uso, ni periodismo amarillo ocasional, ni una laudatio del suicidio, sino un homenaje
a Antonio, al que yo conocía poco personalmente, pero del que sabía mucho por
amigos comunes. Fue un ciudadano ejemplar y su último texto es una delicadeza
exquisita que nos regala para, entiendo yo, proclamar, desde su ejemplo, el
ejercicio pleno de su libertad personal, en la vida y en la muerte. Su carta emociona
por la proclamación de su libertad: “He intentado que mi vida haya sido digna,
libre, valiosa y hermosa. Y así he querido también mi último hálito de vida:
digno, libre, hermoso y valioso. Así he querido vivir y así he querido morir.”
Toda una maravillosa síntesis de libertad y coherencia en la vida humana.
Antonio era un
ciudadano ejemplar. Profesor de filosofía en Educación Secundaria en Zaragoza
(antes había ejercido en otros lugares), profesor apasionado en sus clases,
educador entregado y eficaz para con sus alumnos, ciudadano libre e implicado
en todas las causas dignas con las que tuviese relación, especialmente con la
educación pública y la sociedad laica.
Su carta de despedida
no tiene desperdicio. Independientemente de cualquier valoración filosófica o
religiosa sobre el suicidio, la libertad ejercida por Antonio es plena y digna
de todo respeto. Su fundamento es muy sencillo: el ser humano es dueño de su vida,
y por lo tanto de su muerte, que no es más que el final de la vida. Su
humanismo es pleno y autónomo, sin dependencias ni responsabilidades ultramundanas.
Cada uno es básicamente responsable (lo que no es poco) ante sí mismo. Su
ejercicio de libertad lo ejerce sin
presiones de ningún tipo. Deja bien claro que “no soy un enfermo
terminal, no me han detectado una enfermedad grave e incurable. Tampoco estoy
deprimido. Simplemente, ha llegado mi momento de morir”
Sí que en
algún momento se atisba en la carta algún resquicio de depresión intelectual y
moral por la sociedad en que vive: "Todo ser humano ha de vivir bien, dejar vivir, hacer
que los demás vivan del mejor modo posible. Solo cuando se acaban los caminos
desde los que se atisban horizontes, o cuando se otea un deterioro imparable o
cuando se decide libre y responsablemente, es posible plantearse con fiereza y
también con una sonrisa el propio acabamiento”.
El suicidio es el único
problema filosófico serio, decía Albert
Camus. Y en verdad la casuística es muy variada, pero en los casos que
constituyen un acto pleno de libertad humana se trata de una proclamación de la
autonomía y la grandeza del hombre, dueño y señor de su vida y de su muerte.
¡Cuánta hipocresía y cuánta opresión en la negación de la eutanasia! Por eso,
aprovecho el hecho acaecido para exaltar la libertad, que solo en el hombre se
da y que es indivisible de él, pues pertenece a su ontología más que a su
moral, o bien ésta es parte de aquella.
Castilla
del Pino ha sido, para mí, el autor que más claro ha
explicado la complejidad de la libertad. Sigo sus ideas. La libertad no es algo
dado, sino algo que se obtiene como resultado de la existencia de una
necesidad. La libertad no es algo que se obtiene una vez y ya está
definitivamente obtenida, sino que ha de obtenerse cada vez y en cada instante.
El movimiento hacia la libertad es, pues, permanente: hay que estar “liberado
de” para ser “libre para”. Traducido a un lenguaje más cotidiano, la libertad
no es “poder hacer lo que uno quiera”. Eso es una pura posibilidad. La libertad
real es hacerlo, aunque te complique la vida. Hasta que no ejerces la libertad
no eres libre, y ese acto de libertad te lleva a otros más cualificados,
exigencia de la nueva realidad que tú has ayudado a configurar. La liberación
es, por tanto, un proceso interminable.
Ésta es la libertad
real, la única existente. Hasta que no la ejerces no eres libre. Hay muchos más
seres sin libertad que con libertad, pues ésta es incómoda y te compromete
existencialmente. De ahí que la mayor parte de la gente no siente la necesidad
de libertad. Y no me refiero al no poder ser sino al no ser, al no hacer.
Porque solo haciendo, eres.
Mariano
Berges, profesor de filosofía
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