sábado, 4 de junio de 2016

EL 15-M CUMPLE AÑOS (y 2)

“A Podemos le estorba el término comunista, incluso socialista, incluso izquierda, porque pretenden acoger a todos, vengan de donde vengan. Ése y no otro es el sentido de su populismo, que surge cuando los cauces institucionales bloquean las demandas colectivas. Si hubiese eficacia institucional no cabría el populismo”. Éste es un párrafo de mi artículo anterior que me parece central en mi exposición. El punto de arranque de la situación política actual radica en una sociedad (“pueblo”) empobrecida, que se siente excluida y que muestra su indignación en las calles al “no sentirse representada” por la representación popular existente. Ahí aparecen unos candidatos (Podemos) a ocupar esa representación popular, para lo que construyen un relato catastróficamente negativo de la situación, sin elaborar un discurso alternativo creíble. La sociedad (“la gente”) les otorga esa opción ante la confianza perdida en los partidos tradicionales (súmese el mal funcionamiento institucional a la corrupción galopante). A partir de aquí todo se traduce en liturgia de la persuasión, televisión mediante.
Todo ello trae como consecuencia un parlamento mucho más fragmentado, en el que cuatro partidos (PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos) ocupan el espacio que antes ocupaban solamente los dos primeros. Y los discursos de todos ellos intentan convencer al cuerpo electoral de que todos han tomado nota de la indignación popular, cada uno a su manera, y que su receta es la que va servir de terapia contra la crisis que nos embarga. Lógicamente, en este discurso a la caza de la credibilidad, tienen ventaja los nuevos, incontaminados aún y con legítimo derecho a una oportunidad. El PP tiene que predicar que lo hecho en estos cuatro últimos años, aunque doloroso, ha sido necesario. Y para ello saca su arsenal estadístico de creación de puestos de trabajo, cuando la realidad es que desde 2011 se trabaja un 7% menos de horas. Y de creación de riqueza, otorgándose el mérito que realmente lo tienen la bajada del precio del crudo y la política monetaria del Banco Central Europeo, a costa de la depauperación salarial, la bajada del fondo de pensiones y el aumento de la deuda española. El PSOE tiene que asumir sus dos últimos años (2010 y 2011) en los que, asustado por la crisis que no vio llegar, comenzó el austericidio que luego desarrolló y profundizó el PP. El PSOE también reivindica, con evidente razón, su innegable y trascendental papel en la salida de la dictadura y en la modernización de España.
Pero el problema no está solo en los partidos sino en el sistema. Hasta hoy, Europa estaba instalada en un sistema que se autoprotegía del comunismo soviético. Funcionaba la dialéctica entre el liberalismo (partidos conservadores) y la socialdemocracia (partidos socialistas). Era un capitalismo que negociaba un cierto reparto de la tarta entre el capital y el trabajo. Y funcionó bien, especialmente en los países nórdicos. Desaparecido el comunismo soviético, el reparto entre las rentas del capital y las rentas del trabajo se convierte en un monopolio del capital, con una exacerbación egoísta y corrupta del liberalismo (neoliberalismo) y la derechización de la socialdemocracia al perder la referencia comunista ante la que siempre salía bien parada (social-liberalismo). Todo ello teledirigido por los poderes financieros mundiales que encuentran en la globalización y en Internet una magnífica herramienta para su expansión dominadora. La crisis actual empieza en financiera y acaba en crisis política. La política queda sin margen de maniobra ante los fuertes condicionamientos (casi determinismos) de la economía financiera.
Ante la imposibilidad actual de un cambio de sistema, hay que pertrecharse con un buen discurso explicativo y una práctica política reformista, donde las prioridades sean sociables pero sostenibles. No cabe la demagogia populista ni siquiera para desmontar o desaprender, sino que hay que articular una teoría y una práctica potentes encarnadas en líderes creíbles. Todo esto no es fácil, pero pienso que la socialdemocracia sigue siendo la mejor herramienta política para reconducir el proceso europeo y español, ambos unidos en la misma dirección reformista socialdemócrata. Tan es así que todos los partidos a la izquierda del PSOE se declaran socialdemócratas, unos a cara descubierta y otros con una mayor discreción. ¿Puede el PSOE elaborar un relato explicativo de sus virtudes y defectos habidos y prometer con credibilidad una teoría/práctica política que permita volver a ilusionar? Inténtelo, pues en este momento de incertidumbre es más necesario que nunca ante los populismos seudoencantadores que nos rodean.

Mariano Berges, profesor de filosofía

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