“A Podemos le estorba
el término comunista, incluso socialista, incluso izquierda, porque pretenden
acoger a todos, vengan de donde vengan. Ése y no otro es el sentido de su
populismo, que surge cuando los cauces institucionales bloquean las demandas
colectivas. Si hubiese eficacia institucional no cabría el populismo”. Éste es
un párrafo de mi artículo anterior que me parece central en mi exposición. El
punto de arranque de la situación política actual radica en una sociedad
(“pueblo”) empobrecida, que se siente excluida y que muestra su indignación en
las calles al “no sentirse representada” por la representación popular
existente. Ahí aparecen unos candidatos (Podemos) a ocupar esa representación
popular, para lo que construyen un relato catastróficamente negativo de la
situación, sin elaborar un discurso alternativo creíble. La sociedad (“la
gente”) les otorga esa opción ante la confianza perdida en los partidos
tradicionales (súmese el mal funcionamiento institucional a la corrupción
galopante). A partir de aquí todo se traduce en liturgia de la persuasión,
televisión mediante.
Todo ello trae como
consecuencia un parlamento mucho más fragmentado, en el que cuatro partidos
(PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos) ocupan el espacio que antes ocupaban solamente
los dos primeros. Y los discursos de todos ellos intentan convencer al cuerpo
electoral de que todos han tomado nota de la indignación popular, cada uno a su
manera, y que su receta es la que va servir de terapia contra la crisis que nos
embarga. Lógicamente, en este discurso a la caza de la credibilidad, tienen
ventaja los nuevos, incontaminados aún y con legítimo derecho a una
oportunidad. El PP tiene que predicar que lo hecho en estos cuatro últimos
años, aunque doloroso, ha sido necesario. Y para ello saca su arsenal estadístico
de creación de puestos de trabajo, cuando la realidad es que desde 2011 se
trabaja un 7% menos de horas. Y de creación de riqueza, otorgándose el mérito
que realmente lo tienen la bajada del precio del crudo y la política monetaria
del Banco Central Europeo, a costa de la depauperación salarial, la bajada del
fondo de pensiones y el aumento de la deuda española. El PSOE tiene que asumir
sus dos últimos años (2010 y 2011) en los que, asustado por la crisis que no
vio llegar, comenzó el austericidio que luego desarrolló y profundizó el PP. El
PSOE también reivindica, con evidente razón, su innegable y trascendental papel
en la salida de la dictadura y en la modernización de España.
Pero el problema no
está solo en los partidos sino en el sistema. Hasta hoy, Europa estaba
instalada en un sistema que se autoprotegía del comunismo soviético. Funcionaba
la dialéctica entre el liberalismo (partidos conservadores) y la
socialdemocracia (partidos socialistas). Era un capitalismo que negociaba un cierto
reparto de la tarta entre el capital y el trabajo. Y funcionó bien,
especialmente en los países nórdicos. Desaparecido el comunismo soviético, el reparto
entre las rentas del capital y las rentas del trabajo se convierte en un
monopolio del capital, con una exacerbación egoísta y corrupta del liberalismo
(neoliberalismo) y la derechización de la socialdemocracia al perder la
referencia comunista ante la que siempre salía bien parada (social-liberalismo).
Todo ello teledirigido por los poderes financieros mundiales que encuentran en
la globalización y en Internet una magnífica herramienta para su expansión
dominadora. La crisis actual empieza en financiera y acaba en crisis política.
La política queda sin margen de maniobra ante los fuertes condicionamientos
(casi determinismos) de la economía financiera.
Ante la imposibilidad
actual de un cambio de sistema, hay que pertrecharse con un buen discurso explicativo
y una práctica política reformista, donde las prioridades sean sociables pero
sostenibles. No cabe la demagogia populista ni siquiera para desmontar o
desaprender, sino que hay que articular una teoría y una práctica potentes encarnadas
en líderes creíbles. Todo esto no es fácil, pero pienso que la socialdemocracia
sigue siendo la mejor herramienta política para reconducir el proceso europeo y
español, ambos unidos en la misma dirección reformista socialdemócrata. Tan es
así que todos los partidos a la izquierda del PSOE se declaran
socialdemócratas, unos a cara descubierta y otros con una mayor discreción.
¿Puede el PSOE elaborar un relato explicativo de sus virtudes y defectos
habidos y prometer con credibilidad una teoría/práctica política que permita
volver a ilusionar? Inténtelo, pues en este momento de incertidumbre es más
necesario que nunca ante los populismos seudoencantadores que nos rodean.
Mariano
Berges, profesor de filosofía
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