sábado, 12 de marzo de 2016

SE BUSCA UN PRESIDENTE

Proceso de investidura: nada se sabe, nada se espera, todo se sospecha. Y aún quedan cincuenta larguísimos días. Solo se habla de políticos con nombre propio, pero poco de ideologías, ni de estrategias, ni de programas mínimos de coyuntura. Los documentos que pululan rozan las cien páginas y los doscientos acuerdos. ¿Para qué tanto? Al final, gobierne quien gobierne, tiene muy reducido su margen de maniobra desde la perspectiva de los recursos. De partida, lo imprescindible es la credibilidad, ya que nada de lo propuesto está garantizado. Y de credibilidad andan todos escasos. Pero el debate no ha supuesto ningún fracaso, ya que la percepción de la gente respecto a los líderes políticos ha aumentado cuantitativa y cualitativamente. Pero, aun con un debate intenso e ilustrativo, eso no supone mucho conocimiento. En los momentos previos a la decisión (de votar) lo importante es, después de la credibilidad, el discurso, que debe ser claro, original y atractivo. Porque  “para conquistar el poder en una democracia, primero hay que conquistar la hegemonía de las ideas”.

Se insiste mucho en si un pacto de izquierdas, de centro o de derechas. Sin embargo, hablar de ideologías hoy es muy complicado, porque las ideologías son un producto del siglo XIX y la sociedad actual es del XXI. Y los cambios sociológicos y técnicos que ha habido todavía no han sido procesados por ninguna teoría. Vivimos un presente muy intenso y muy abierto, cuya máxima característica es la incertidumbre. Y, sin embargo, nadie pone la duda en el centro de su discurso, cuando es el concepto en torno al cual deben girar las propuestas. Actualmente, la socialdemocracia (SD) no tiene espacio propio, pues la economía global lo dificulta. Por lo que se impone una coyuntura de reformismo progresista, gradual y riguroso en las prioridades. Marcar la buena dirección con transparencia y honradez da la credibilidad necesaria, al margen de los resultados, que no están garantizados.

Es difícil resistirse al análisis de la escenificación teatral de los políticos durante el proceso de investidura. A Rajoy, que es un buen parlamentario, le ha perdido su estilo prepotente de forma y simple de fondo. Humor gallego que se anula al usarlo despectivamente con el adversario (“¿lo entiende usted?”). Su mensaje ha sido coherente, lo que es su perdición, ya que tiene que defender lo que ha hecho durante cuatro años y justificar la corrupción. Sánchez ha sido el protagonista por haber conseguido, contra tirios y troyanos, ser el candidato a la investidura. Con un estilo épico, correoso y reiterativo, ha salido bien parado. Aunque no se sabía muy bien si estaba hablando a los parlamentarios o al comité federal de su partido. Su papel era muy difícil. Pero, insisto, ha aprobado con nota. Incluso ha puesto en circulación un concepto como el de “mestizaje ideológico”, que explicaría bien su intento de transversalidad entre partidos de ideología distinta, ante la imposibilidad de un gobierno socialdemócrata. Pablo Iglesias ha sido el gran perdedor del debate: mitinero desfasado, buen dialéctico aunque con trampas de fondo, adánico, presuntuoso en exceso, ha demostrado que su objetivo no era investir a nadie sino hacer el sorpasso al PSOE en las próximas e inmediatas elecciones. Rivera ha sido el gran triunfador: se ha apoderado del centro (su mención de Suárez fue muy significativa), ha mostrado habilidad estratégica, y se ha convertido en el político bueno que busca el bien de España a costa, si es preciso, de su sacrificio personal y de su partido.

Es curioso el ruido que ha armado, especialmente en el PSOE, la supresión de las diputaciones provinciales, de las que todos hablan cuando son las grandes desconocidas. Y es lógico ese desconocimiento, pues su cliente (en terminología de mercado) no son la gente sino los ayuntamientos. En esta cuestión, como en todas, lo importante es la función (servir a los pequeños  municipios y vertebrar el territorio) y lo secundario es qué organismo la realiza o cómo se llama dicho organismo. Son los ayuntamientos la clave del asunto. Y son ellos los que tienen que manifestarse acerca del instrumento que les va a posibilitar el ejercicio de sus potestades constitucionales. Que las diputaciones sean instituciones manifiestamente mejorables no es argumento para su supresión sino para su transformación. ¿O no son mejorables las comunidades autónomas o el propio Estado? Las que duplican la función son las comarcas o cualquier otro gobierno intermedio que se invente. No tiene sentido desnudar a un santo para vestir a otro, para realizar la misma función. En fin, asunto complejo y complicado que merece la pena discutirlo con sosiego y conocimiento.


Mariano Berges, profesor de filosofía

No hay comentarios:

Publicar un comentario