Escribía yo
en un artículo de este diario, fecha 17.03.2012, lo siguiente:
“¿Esperanza?
Puestos a elucubrar, si en Francia venciese el socialista Hollande
y en Alemania llegase a gobernar la socialdemocracia del SPD, aunque
fuese en coalición con la democracia cristiana del CDU de Merkel,
Europa podría empezar a modificar esos criterios hoy intangibles.”
Me refería a las políticas de austeridad y recortes. Pues bien, dos
años después observamos que eso ya ha sucedido pero el cambio no se
ha producido. Incluso hay indicios de lo contrario en la actual
política francesa. El dilema entre austeridad y crecimiento sigue.
Ambos conceptos deben ser objeto de un análisis detallado desde las
ópticas europea y nacional.
El 25 M se
celebran elecciones europeas. Más de 400 millones tienen en sus
votos la Europa de los próximos cinco años. Sin embargo, en España,
el 57% dicen en los sondeos que no van a votar, y del 43% restante la
mitad no sabe a quién votar. Es, pues, una elección que interesa a
pocos españoles. Cierto que los grandes partidos no ayudan al
esclarecimiento por usar estas elecciones en clave interna y hasta
para colocar a políticos desubicados. Sin embargo, actualmente, hay
más decisiones europeas que inciden en nuestras vidas que decisiones
netamente españolas. ¿Qué habita en nuestras mentes para no dar
importancia a lo que objetivamente la tiene? ¿Somos conscientes de
estar actuando contra nuestros propios intereses? Pienso que ésta es
la cuestión fundamental: Europa es un escenario nuevo al que todavía
no nos hemos habituado y cuyos protagonistas no forman parte de
nuestro paisaje conocido. Necesitamos una buena dosis de gimnasia
mental para establecer la relación causa-efecto entre lo que pasa en
Europa y nuestra calidad de vida personal. El Parlamento europeo que
elegimos y la Comisión Europea que se configurará según los
resultados parlamentarios son, junto al BCE, el núcleo duro de las
decisiones europeas.
No hace
falta repetir la situación negativa en que se encuentra Europa (y
España, aún más): paro, recesión, deuda, desigualdad, pobreza,
incertidumbre. Pero me parece más interesante analizar las causas
que las consecuencias. Usando la terminología de Bauman,
en la actual “modernidad líquida” el poder se ha separado de la
política, por lo que ésta solo puede parchear los problemas que el
poder fáctico genera. Y mientras el Estado (el nacional y el deseado
Estado federal europeo) no recupere el poder, estaremos en la misma
situación: supeditación de la política al poder real del mercado.
En una
sociedad democrática las elecciones, por parciales que sean, son el
instrumento más poderoso que tienen los ciudadanos para transformar
la sociedad y sus vidas. Lo que sucede es que nuestras sociedades
cada vez son más complejas y difíciles de comprender. Y la política
se ha estancado en la fase anterior a la revolución cibernética y
la consiguiente globalización. Como consecuencia de ello, la
política carece de respuestas a los problemas actuales y la gente se
desentiende de quien no puede arrojar esperanza a sus desesperanzadas
vidas. Los partidos minoritarios piensan que es su momento por el
desgaste de los mayoritarios, pero esa percepción no es más que
fogonazo temporal. La cuestión verdaderamente importante es saber
discernir que los partidos de derechas están cómodos en esta
situación y los de izquierdas deben modificar sus procesos mentales
y estratégicos si quieren aportar algo nuevo y eficaz al cambio
demandado por los ciudadanos. Los conservadores se han apropiado del
escenario y manejan el relato con ideas que calan fuerte como “no
hay alternativa” y “estamos superando la difícil situación que
hemos heredado”. Por el contrario, las izquierdas solo amagan con
pequeños parches al enorme conglomerado de errores, frustraciones e
incertidumbres.
¿Ensayar
nuevas formas de hacer política? Sí, pero cuidado con los
experimentos y los falsos profetas populistas. Los nuevos fenómenos
sociológicos de calle no han demostrado nada nuevo, aparte de
involucrar a la ciudadanía en la problemática concreta de cada día
(que no es poco). Yo estoy convencido de que la gente normal sigue
queriendo creer en la política pero con un nuevo formato. Son los
partidos (sobre todo los de izquierdas) los que tienen que adaptarse
a las nuevas circunstancias y saber elaborar los nuevos discursos y
praxis que respondan a los nuevos problemas, que en el fondo son los
de siempre: dignidad humana y una mínima calidad de vida. En
definitiva, necesitamos una nueva inteligencia política que no solo
perciba señales sino significados, y que entronice al ser humano
como nuevo catalizador de las decisiones a tomar.
Mariano Berges,
profesor de filosofía
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