La
ventana indiscreta
La verdad es que con este calor apetece
poco analizar la política del momento. En ello están de acuerdo los medios de
comunicación, que durante el mes de agosto salen ayunos de contenido
informativo. Así es que este artículo posiblemente salga algo veraniego, o sea,
ligero.
Por mi ubicación vital hay dos ámbitos de
importancia para mí: la constitución de gobierno en Aragón y la no constitución
de gobierno en España.
En Aragón, el líder socialista utilizó la
baza del pacto con el PAR, arrebatándoselo a una posible (y lógica) coalición
de derechas. Al PAR se le abrió el cielo y, haciendo ostentación de
aragonesismo y centralismo, aceptó la oferta socialista. Premio: la única
vicepresidencia del gobierno aragonés es para el PAR. Con ello, Lambán
imposibilitaba la coalición de derechas. Pero faltaba la adhesión de todas las
izquierdas: UP, CHA e IU, aunque esta última no era necesaria. Y esto se
decidió abriendo el futuro gobierno aragonés a todas las fuerzas firmantes. Fue
un final feliz pues todos ganaban visibilidad y poder. La habilidad del
veterano Lambán había ganado por la mano a la derecha.
Si para llegar al poder se necesita
pragmatismo, éste es un ejemplo perfecto. Otra cosa es que elucubremos
ideológicamente. ¿Es posible un gobierno con el PSOE, UP y PAR juntos? Difícil
de entender, aunque ya el PSOE aragonés gobernó durante doce años con el PAR.
Al final todo es posible materialmente, forzando ciertas políticas sensibles.
Por ejemplo, la educación, donde la coexistencia de la concertada y la pública
rechinarán. Otra prueba de fuego será la fiscalidad y el contrapeso entre
ingresos y gastos. Y, por favor, que no nos mancillen la joya de la corona, la
sanidad. A no ser que todo nos dé igual con tal de estar en el gobierno. En
fin, todo está por ver, pues, de momento, el objetivo fundamental era que
PP-Cs-Vox no gobernaran. En los momentos poéticos y litúrgicos del poder, los
discursos aguantan todo: la centralidad, la transversalidad y otros conceptos
justificadores de la nueva criatura, sustituyen a los conceptos de izquierda,
progresista y sentido de lo público. Porque convertir al PAR en partido
progresista es difícil de digerir. Pero, en cualquier caso, se trata de un
gobierno atípico donde todo está por ver. Esperemos.
La constitución del gobierno de España es
asunto de mayor calado. Hasta ahora, aun siendo cierto eso de que lo importante
es gobernar, la desconfianza entre Sánchez e Iglesias es muy fuerte y hasta reconocida por ambas
partes. Con lo que es cierta la posibilidad de la coexistencia de dos gobiernos
en uno. Las razones que esgrimen los dos líderes son justificadas. El PSOE
prefiere un gobierno en solitario por sospechas de graves interferencias
podemistas en cuestiones de gravedad política. Y UP reclama un gobierno de
coalición por la necesidad de sus votos parlamentarios. A ello habría que
añadir el precio a pagar a los partidos nacionalistas, pues en política nada es
gratis. La conclusión parece clara: o gobierno de coalición o nuevas elecciones.
En septiembre, ambos partidos tendrán
necesariamente que volver a negociar. Ambos empezarán con los argumentos ya
esgrimidos anteriormente, pero tendrán que abrirse a otras posibilidades, si de
verdad quieren que haya gobierno. Unas elecciones anticipadas, aparte del
cabreo abstencionista, peligroso para una democracia frágil, no configurarán un
escenario muy diferente. Con lo que estaríamos igual pero peor.
En el fondo, lo que hay es una ausencia
grave de política, de una visión patriótica y no patriotera de España. Vista la
imposibilidad de que PSOE y Cs configuren un gobierno conjunto, lo que
desautoriza a sus dos líderes, y de que el PP se abstenga tal como hizo el PSOE
anteriormente (el PSOE, no Sánchez), solo deja como posibilidad un gobierno de
coalición PSOE-UP. Luego llegará la hora de gobernar y ahí debería de jugar un
papel preponderante el Parlamento, con una dialéctica de altura y unos pactos
con criterio de bien general.
Que todo esto es difícil. Claro, para eso
se inventó la política. Lo que no puede ser es que cualquiera se autoproclame
político, sin los avales personales mínimos. Con las herramientas de gestión de
la empresa moderna, quien no obtiene los objetivos planificados es despedido.
No muy distinta debería ser la política. Pero ¿quién es el sujeto político? ¿La
sociedad? Eso es muy amplio y excesivamente general. ¿Los partidos políticos?
Esa es una realidad poco democrática en su gestión y poco clara en sus
objetivos. El mando en los partidos lo tiene, y cada vez más a pesar del
“descubrimiento” de las primarias, su cúpula orgánica y, especialmente, su
líder. Los afiliados ni tienen poder ni tampoco lo exigen. Con lo que llegamos
a la situación actual de una realidad compleja y difícil de gestionar y unos
líderes con pies de barro y con un poder desproporcionado a su capacidad
intelectual, política y moral.
La solución, aunque difícil, pasa por un
paradigma nuevo y un fuerte sistema de contrapesos políticos y económicos, que
asegure un método con el menor margen de error posible a la hora de tomar
decisiones. Y esto es una nueva forma de hacer política. La vieja política ya
no sirve, pero la nueva aún no existe.
Mariano Berges, profesor de filosofía
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