La
ventana indiscreta
Con frecuencia oímos discutir sobre los
políticos que formaron parte de la Transición y los posteriores, del año 2000
hasta la actualidad. Que si los de antes eran mejores, con mayor capacidad
política y ética que los de ahora, que solo quieren medrar y vivir de la
política. Y como lo he oído muchas veces, quiero reflexionar con ustedes sobre
ello en estas líneas.
Los políticos de la Transición teníamos un
objetivo fundamental: hacer el tránsito de una dictadura a una democracia. Lo
que incluía, entre otros objetivos: hacer gestión, sembrar nuevas actitudes
democráticas, instaurar una sociedad libre, tolerante y justa. Era un momento
especial. Y muy atractivo, pues el pretérito dictatorial era malo, muy malo; el
presente estaba preñado de oportunidades; y el futuro se presentaba pletórico.
Y, además, éramos jóvenes. Cualquier proceso condicionado tan fuertemente por
el futuro, sin ataduras con el pretérito y tocando la contemporaneidad
representada por Europa, era una bicoca. A los que nos tocó actuar en esos
momentos y condiciones, nos tocó la lotería. Casi era imposible hacerlo mal. Y
la sociedad, que estaba por la labor, agradecía casi todo lo que se hacía. Fue
una época gloriosa.
A los políticos actuales les supongo la
misma intencionalidad, capacidad y ética. Pero ha cambiado el contexto. Ha
cambiado la sociedad, el mundo, los medios de información, las coordenadas de
nuestra percepción, y como consecuencia de todo ello, nuestra manera de pensar.
Y la política no es más que traducir el pensamiento en hechos. Por lo tanto, el
análisis comparativo entre los políticos de la Transición y los de la
actualidad es fallido si no tenemos en cuenta la radical diferencial contextual.
Si nos agarramos solo a nombres y épocas,
tenemos el peligro de caer en la mitomanía: Adolfo Suárez, Felipe González…
Además, la distancia sacraliza las personas y poetiza los momentos, mientras la
cercanía los vuelve prosaicos y grises (“Qué cerca cuando no estás, qué lejos
cuando te veo”). También depende de los acontecimientos que tuvieran lugar
simultáneamente al mandato o gobierno de un cualquier político, a los que
asociamos sin que necesariamente existiese una relación de causa-efecto. Si el
análisis lo extendemos a los partidos políticos, empecemos por reconocer el
tránsito del bipartidismo al, de momento, cuatripartidismo. Y añadamos la
propia evolución de cada partido y de cada dirigente. Evolución paralela a la
de la sociedad y a los tiempos que nos toca vivir. Todo ello eleva el
instrumento de la negociación a la categoría de gran herramienta política y
condiciona el valor de los votos de los electores.
Se suele decir que ahora los miembros de
los partidos pelean agresivamente por ir en las listas, que los políticos
actuales solo piensan en ellos mismos y en trepar, que la sociedad les importa
un bledo, que no saben gestionar, que son unos corruptos. Y, por último, que la
sociedad actual es fácilmente manipulable por la enorme capacidad comunicativa
(o incomunicativa) de los actuales medios de comunicación.
Yo respondería que, excepto en lo relativo
a los medios de comunicación, todo lo demás es exactamente igual hoy que ayer;
solo cambia el contexto. Y como el contexto actual es mucho más rico, complejo
y difícil, eso hace que el ejercicio de la política sea más difícil hoy que ayer.
Si a ello añadimos que la sociedad española se ha acostumbrado a vivir
democráticamente, trae como consecuencia que las expectativas y las exigencias
actuales son mayores que en la Transición. Los políticos, los de antes y los de
ahora, son de todos los colores: buenos, malos y regulares. Nunca el
comportamiento humano debe analizarse uniformemente. Los individuos existen y
existirán, y son ellos los que singularizan las políticas dentro del contexto
que les toca vivir.
Otra cuestión a tener en cuenta es la
dimensión teórica de la política. En la Transición había mucha y buena teoría
política. La habíamos adquirido en la dictadura. Contra viento y marea las
ideas arraigan más fuertemente. Y el tránsito a la democracia estaba jalonado
con éxitos cotidianos. En la actualidad, esa teoría se ha anquilosado y no ha
sido reemplazada. Las propuestas que resuelvan la complejidad actual todavía
están sin elaborar. No seamos tan duros con los políticos y ayudemos a
desentrañar esta tela de araña que nos envuelve. Porque la política es algo
imprescindible antes y ahora; los políticos son necesarios antes y ahora, y los
ciudadanos debemos exigir a nuestros políticos lo que la sociedad necesita.
Cada uno debemos saber elegir el rol que nos toca jugar en cada momento y comprometernos
con él.
Mariano Berges, profesor de filosofía
No hay comentarios:
Publicar un comentario