Yo soy un admirador de Italia. Su historia y su vitalismo son
notables. Italia, al margen de su potencia clásica, renacentista y barroca, ha
tenido momentos contemporáneos de gran brillantez: su heroica resistencia
frente al fascismo; su enorme cultura política de los setenta (el eurocomunismo
de Berlinguer); incluso su
terrorismo (Brigadas Rojas) de los setenta tuvo grandeza trágica y un
fundamento teórico potente (Toni Negri). Añadiré su espléndida cultura contemporánea: el neorrealismo
cinematográfico, sus maravillosos directores y actores de cine y teatro, sus fabulosos
museos. Sin olvidar su potente industria y sus hermosísimas ciudades. Y cómo no,
Roma, siempre Roma. Y en ella el Papa. En fin, hasta la mafia siciliana es una
marca universal italiana, no solo con copia en los USA sino que también ha impregnado
cierta concepción del poder (visión
obligada de las tres partes de “El Padrino” como discurso brillante sobre el poder).
Sin embargo, en la actualidad, Italia no está de moda. Ni
siquiera se ha clasificado directamente para el mundial de Rusia. Y respecto a
la política, tras su brillante historia, ha caído en las peores manos posibles:
el populismo antisistema del Movimiento 5 Estrellas (M5S) y la xenofobia de la
Liga Norte.
Parece que la antigua Padania ha vencido
tras muchos intentos y se ha colocado al frente de una coalición de derechas,
incluido el hasta hace poco omnipotente Berlusconi.
Tan extremado es el derechismo de la Liga Norte que Berlusconi aparecía como el
centro moderado en las últimas elecciones de este domingo. En el otro extremo
está el M5S de Bepe Grillo, vencedor
como candidatura, con casi una tercera parte de los votos, y que no iba en
coalición con nadie. El próximo gobierno italiano, si lo hay, lo encabezará la
Liga Norte o el M5S, y dependerá de los apoyos que reciban uno u otro. El
rechazo a la inmigración ha sido prácticamente el único argumento de la campaña,
y el más demagogo ha vencido. Qué cosas hay que ver, los italianos, campeones
históricos de la emigración a todos los puntos del planeta, pretenden encerrase
en su cascarón de país rico y transforman en mayoría política todos los miedos
e incertidumbres del momento actual. Y la izquierda, inerte e impotente, aparte
de dividida como suele ser normal, contemplando el espectáculo.
Pero lo peligroso no es tanto el resultado como
el análisis demográfico del voto italiano. El votante del M5S es menor de 45
años, precario o parado y con un nivel alto de estudios. Coincide con nuestros
jóvenes españoles bien formados y sin opciones laborales, ni dignas ni indignas.
La Liga Norte tiene un electorado de edad media y bajo nivel de estudios. Entre
ambos tienen, en estos momentos, sujeto el voto joven, o sea, el futuro, por lo
que no es raro que sigan ganando durante un tiempo. Por el contrario, los dos
partidos más tradicionales, herederos de los partidos que parecían eternos,
Democracia Cristiana (DC) y Partido Comunista de Italia (PCI), y que actualmente
son Forza Italia (FI) de Berlusconi y el Partido Democrático (PD) (el centro
izquierda heredero de socialistas y comunistas), tienen como votantes a la
gente mayor, independientemente de su profesión y/o estatus económico. Los
obreros ya no votan a la izquierda.
Por el contrario, en Alemania, los dos
partidos tradicionales, CDU y SPD, han vuelto a pactar una coalición de
gobierno, con fuerte riesgo electoral para ambos frente al ascenso de la
fascista Alternativa para Alemania. Alemania y Europa deberían premiar su
sentido de Estado a estos dos partidos y esperemos que, junto al todavía prometedor
Macron, sepan sacar del marasmo a la
fatigada Europa. Porque los populismos derechistas de la Europa del Este nos
amenazan cada día más fuertemente.
Si colocamos en fila india el Brexit
británico, a Trump, los populismos
del Este europeo, la victoria populista en Italia, los peligrosos brotes
populistas en Francia y Alemania, los populismos caudillistas de Sudamérica, más
la ambigüedad indecisa de la izquierda europea, el momento es delicado y muy
difícil. Es hora de pensar desde una perspectiva nueva y a largo plazo, tanto
para España como para Europa. Y quienes mejor pueden tener esta perspectiva
nueva son gente nueva. ¿Tan difícil es esto de entender? Y nueva no significa
tanto gente joven como portadores de una nueva forma de pensar y de mirar.
Hemos entrado en una época donde el paradigma viejo ya no funciona, y de ello
se aprovechan todos los populismos y caudillismos que se atreven a saltar al
ruedo. La socialdemocracia, en especial, lo tiene francamente difícil, pues su
concepto redistribuidor del Estado se encuentra con un nuevo ecosistema con
poca capacidad distribuidora. Se impone, pues, un reformismo de coyuntura, con
claras prioridades y un colchón básico de bienestar.
Mariano
Berges, profesor de filosofía
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